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9 de febrero de 2019 | Historia

Protagonista de la guerra gaucha

Martín Güemes, el héroe argentino que capturó un barco inglés a caballo

Güemes, procedente de una familia acomodada del noroeste, participó en la mayoría de las instancias decisivas de la independencia argentina. Su epopeya en el Río de la Plata fue uno de los pocos casos de la historia universal en que un barco de guerra fue capturado por una partida de caballería.

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por:
Alberto Lettieri

Los hitos de Güemes son incontables: desde capturar a galope de caballo y a punta de espada en pleno Río de la Plata al buque inglés “Justina”, armado con 26 cañones, durante las invasiones inglesas, con sólo 21 años, hasta garantizar la seguridad de la frontera norte durante el cruce de Los Andes. 

Su apoyo de la causa patriótica, en abierta oposición a los sectores acomodados salteños que preferían la continuidad de sus privilegios coloniales, y por eso respaldaban a los godos realistas que trataban de reconquistar el territorio perdido, le valió soportar condenas de todo tipo. Tampoco les cayó bien que se presentara como “protector de los pobres”, ni su desempeño como gobernador salteño. Por eso las sanciones de las clases acomodadas no se limitaron al pasado. Y no sólo en el pasado: hasta el día de hoy, Güemes no tiene monumento ni mención en la plaza central de la capital salteña. 

Güemes nunca sintió “angustia” por el destino que había elegido. Estaba simplemente en el orden natural de las cosas. En sus valores. Nunca se le hubiera ocurrido invitar a las autoridades españolas a la celebración de nuestra independencia para ensayar un discurso en tono de pedido de disculpas. 

En 1808 contrajo una enfermedad en la garganta, que le provocó una deficiencia crónica al hablar, que le generó burlas de sus camaradas. Las descripciones con que contamos permiten suponer que pedecía además una suerte de hemofilia, aunque esta dolencia no se hubiera descubierto aún, que le condicionó muchísimo su desempeño, ya que cualquier herida, por mínima que fuese, podría causarle la muerte. Para no lastimarse, Güemes evitó en lo sucesivo entrar en combate directo, aunque su papel era determinante debido a su habilidad para organizar la estrategia general y financiarla. 

Aunque sus hombres se hubieran hecho matar por él, sus detractores aprovecharon esta situación para calificarlo de “cobarde”. Lo mismo hizo el padre de la historia oficial, el porteño Bartolomé Mitre, quien se empeñó en destacar que utilizaba “medias rojas de seda para cabalgar”. Lo que para Güemes era un elemento de protección, para Mitre resultaba cosmética afeminada. 

Tampoco le fue del todo bien con el general Manuel Belgrano, quien, a cargo del Ejército del Norte, lo castigó por “indisciplina”, a consecuencia de una discusión entre oficiales por cuestiones de mujeres. Pero esa situación no duró mucho. Después de los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, el  creador de la enseña nacional fue reemplazado por José de San Martín, quien, consciente de los méritos de Güemes, su liderazgo regional y su fabulosa capacidad para manejarse con recursos exiguos -con la inestimable colaboración de su hermana Macacha, otra “maldita” de la historia oficial-, lo puso al frente de una guerra de guerrillas, que fue conocida desde entonces como la “guerra gaucha”. Los enfrentamientos eran cotidianos y breves, e iban mermando la capacidad de resistencia del enemigo.

Tras la caída del director supremo Carlos María de Alvear, el pueblo salteño se convocó a las calles y exigió, por aclamación, su designación como gobernador intendente de Salta, con jurisdicción sobre las ciudades de Salta, Jujuy, Tarija, San Ramón de la Nueva Orán y varios distritos de campaña.  Como era de esperar, la respuesta de las oligarquías del noroeste no se hicieron esperar. Y si bien Güemes resistió todo lo que pudo, las conspiraciones internas y los ataques de los godos fueron agravando su situación, tanto política como de salud.

Güemes trabajó en estrecho diálogo con San Martín, sobre todo sobre el plan de atacar el último reducto del poder colonial, Perú, desde Chile. Pero San Martín precisaba tener la retaguardia cubierta, y para eso lo designó general en jefe del Ejército de Observación. 

Cuando San Martín desembarcó en territorio peruano, el salteño tomó la decisión de avanzar sobre el Alto Perú, pero sus fuerzas resultaban insuficientes, habida cuenta de que el noroeste estaba infestado por la guerra civil entre una oligarquía que se negaba a perder sus privilegios, y los revolucionarios que se jugaban la vida por la independencia de la patria. 

La aristocracia salteña, que controlaba el Cabildo, aprovechó una de sus expediciones militares en 1821 para deponerlo, acusándolo de “tirano”, para librarse de las permanentes contribuciones forzosas que les imponía para destinarlas a la causa revolucionaria, previo acuerdo con el general español Olañeta, a quien le entregarían la ciudad a cambio de mantener sus bienes y privilegios. Si bien la denominada “revolución del comercio” fracasó y Güemes retornó pacíficamente el control, sirvió para que sus enemigos conformaran un partido opositor, denominado “Patria Nueva”, para diferenciarse de “Patria Vieja”, el partido de Güemes. Otra versión de la “grieta” que atravesó históricamente nuestro país. 

Lejos de restablecerse la paz, las conspiraciones en connivencia con los españoles no cesaron. Hasta que en un nuevo intento de invasión de la provincia, Güemes recibió una herida de bala que no pudo ser cicatrizada por su condición de hemofílico, y falleció diez días después,  el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad.  A la intemperie, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta, en un precario catre. Cuando su esposa, Carmen Puch, se enteró de su deceso, se encerró en su habitación y se dejó morir de hambre.

Si bien Martín Miguel de Güemes fue el único general argentino caído en el marco de una acción de guerra exterior, la oligarquía salteña festejó su muerte, reacción que se replicó a lo largo del país. En Buenos Aires, por ejemplo, un periódico tituló: “Ya tenemos un cacique menos”.

Una nueva comprobación de que, en la Argentina, el patriotismo es patrimonio del pueblo, mientras los sectores acomodados juegan en otra liga. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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