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15 de febrero de 2019 | Cultura

De amor, pasión y muerte

La Delfina y Francisco Ramírez, una tragedia argentina 

Promediaba la década de 1810 y la patria estaba dividida. De un lado, las provincias del Litoral, que reconocían el liderazgo de José Gervasio de Artigas. Del otro, el directorio afincado en Buenos Aires, que extendía su autoridad por el resto del territorio.

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por:
Alberto Lettieri

¿La causa de la división? La voracidad de Buenos Aires y su vocación de convertirse en nueva metrópoli del disuelto Virreynato del Río de la Plata. 

El gobernador de Entre Ríos, Francisco “Pancho” Ramírez, aliado primero de Artigas y del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, terminó convirtiéndose en su adversario. Inicialmente de Artigas, al que consiguió expulsar del actual territorio argentino. Con López las cosas no le irían tan bien, hasta el punto de terminar como mártir. 

Sin embargo, hay un capítulo de la historia de Ramírez que se emparenta con la leyenda, y en el que el deseo, el amor y la pasión juegan un papel preponderante. Tan preponderante que terminó significándole la muerte al fundador de aquella República de Entre Ríos que incluyó, además, a Corrientes y Misiones.

La contraparte de Ramírez, en esta historia de pasión y de muerte, se conoce simplemente por su nombre de pila: la Delfina, apodada “la portuguesa”. Sus orígenes son oscuros, insondables, como también lo son las circunstancias de su acercamiento al entrerriano. Lo único que queda fuera de duda es su incomparable belleza, su valentía casi irracional y su audacia ilimitada. 

Algunos aseguran que Ramírez -todavía aliado de Artigas- la capturó en uno de sus combates contra los portugueses. Y es que la Delfina amaba participar en las batallas, vestida de soldado, donde se empeñaba con singular destreza y ferocidad. En ciertos relatos se la describe como rubia, e hija bastarda del virrey portugués en Brasil. Otros, en cambio, la presentan como una morocha arrogante y sensual, a la que el caudillo no pudo evitar arrastrar a su tienda, sin saber que, a partir de entonces, sus destinos estarían unidos. A punto tal que no le tembló el pulso al momento de romper el compromiso de matrimonio celebrado con una dama de la alta sociedad entrerriana, Norberta Calvento, hermana de uno de sus amigos más cercanos. 

Tampoco faltan quienes le asignan el mote de “cuartelera”, término que se utilizaba por entonces para designar a las mujeres que acompañaban a las tropas y cambiaban favores sexuales por comida. Quienes sostienen esta tesis afirman que Ramírez la descubrió en medio del campo de batalla, con su ropa destrozada y toda su sexualidad expuesta. Y no quiso ni pudo resistirse a sus encantos.

Otra hipótesis circulante es que, en realidad, se trataba de la porteña Delfina Menchaca. En todo caso, sus orígenes eran inciertos, pero no su futuro compartido.

La Delfina no pasaba desapercibida en ningún lado. Ni por su belleza, ni por su desempeño en el campo de batalla. Similares aptitudes se le reconocen como bailarina, protagonista de guitarreadas y hasta como artista. Pero lo que más destacan sus contemporáneos era el amor sin reservas y la pasión incontenible que ambos se profesaban y su compromiso con el proyecto político de su compañero. Desde aquel encuentro inicial no volvieron a separarse. Cada combate o expedición militar la encontraba cabalgando vestida con su uniforme de coronela, luchando encarnizadamente al lado del caudillo. 

Tanta pasión terminaría en catástrofe, con la mítica heroína convertida involuntariamente en el móvil que conduciría a su amado a la muerte. Algunos sostienen –con razonable credibilidad- que el coronel porteño Lucio Norberto Mansilla, contratado por Ramírez por su experticia en el campo de la artillería, cayó prendado de la amazona. Y, enfermo de celos, planeó cuidadosamente la traición. 

La Argentina estaba en llamas. La guerra civil la abrasaba, y Ramírez se encontraba en situación comprometida, porque había quedado prácticamente solo, al haber roto todas sus alianzas. Corría el año 1821, cuando fue atacado por el general Lamadrid. La estrategia diseñada por Ramírez y Mansilla disponía que el entrerriano avanzaría con 700 hombres a caballo, mientras que a Mansilla le correspondía trasladar a la infantería por el río Paraná. Pero no lo hizo, dejándolo en situación desesperante. Sin embargo, las tropas de Ramírez mostraron una vez más su tradicional valor y vencieron a los 1500 efectivos de Lamadrid el 24 de mayo. 

Pero la relación de fuerzas con sus enemigos era muy desigual y la defección de Mansilla la había vuelto desesperante. Dos días después, sin tiempo de reponerse del terrible combate anterior, Ramírez es vencido por el santafesino Estanislao López. Con los rezagos de lo que fuera su poderoso ejército, Ramírez intentó la huída acompañado, naturalmente, por la Delfina. Pero el final se aproximaba.

El 10 de julio Ramirez es atacado por una partida comandada por el gobernador interino de Córdoba, Francisco Bedoya, cerca de Villa María, en San Francisco del Chañar. La Delfina marchaba a la retaguardia cuando fueron descubiertos y, a punto de ser capturada, lanzó un grito desgarrador: “¡Pancho!”. El caudillo no dudó ni un momento y, acompañado de dos soldados leales, se lanzó sobre los atacantes. Con valentía indómita arremetió contra sus atacantes en extrema desigualdad. Nadie pudo explicar cómo este hombre -agotado, derrotado y hambriento por las contingencias de la durísima travesía- consiguió rescatar a su amada y colocarla en las ancas del caballo de uno de sus hombres, mientras que él continuaba enfrentando los adversarios para posibilitar la huída. Hasta que un balazo artero del capitán Maldonado revistió a su amor con la marca indeleble del martirio. 

Pero el capítulo más macabro de esta historia aún estaba por escribirse. Con el cuerpo de Ramírez aún caliente, sus ejecutores le cortaron la cabeza, la salaron y la envolvieron en cuero de oveja, para enviársela a Estanislao López, su antiguo aliado y ahora irreconciliable enemigo. El santafesino se mostró maravillado con el presente, a punto tal que dispuso hacerla embalsamar y exponerla en una jaula en el Cabildo de Santa Fe. 

¿Qué destino le esperaba a la Delfina? Puesta a salvo por el coronel guaraní Anacleto Medina, consiguieron llegar a Santiago del Estero, donde el caudillo Felipe Ibarra les brindó protección. Poco después emprendieron una larguísima travesía por zonas desérticas, ríos y arroyos poco transitados, que les exigió cruzar el Chaco y Corrientes, hasta que finalmente consiguieron arribar a su destino final: el arroyo de la China –hoy Concepción del Uruguay-, la tierra madre de Ramírez. A partir de entonces, la vida de la Delfina transcurrió en la oscuridad hasta el momento de su muerte, el 28 de junio de 1839. Nada se supo de ella, más que su desilusión por no haber encontrado su final al lado de su amado en aquella jornada macabra de San Francisco del Chañar. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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La Delfina, Francisco Ramírez

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