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2 de marzo de 2019 | Historia

Una historia de amor

Diifunta Correa: Un increíble mito popular

La historia se inicia en San Juan, en un momento indeterminado entre 1835 y 1850. El gaucho Baudillo Bustos había sido reclutado para ir a luchar a la provincia de La Rioja, y su compañera, María Antonia Deolinda Correa, se desesperó. 

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por:
Alberto Lettieri

Fuera de sí, tomó a su bebé y comenzó a marchar por la huella que dejaba a su paso la partida que integraba Baudillo. Sin alimentos y sin agua, el desierto sanjuanino se convirtió en una trampa mortal. Deolinda buscó reponerse en una colina, pero no lo consiguió. Así concluyó su vida. Anónima, pobre, marginada. Pero también allí comenzaría su leyenda.

Algunos días después, unos pastores notaron la presencia de una bandada de aves carroñeras. Se acercaron a ver qué sucedía, y se encontraron con un espectáctulo inimaginado. Macrabro y sangriento, pero también esperanzador. Las aves habían mutilado el cuerpo de Deolinda, pero sobre su pecho descansaba su pequeño bebé, alimentándose de la leche materna aún después de su muerte. 

Hasta allí, la historia de Deolinda sólo era conocida por unos pocos. La leyenda recién comenzaría varias décadas después, cuando el gaucho Flavio Pedro Zeballos conducía un arreo de quinientas cabezas de ganado. La noche era amenazante y los relámpagos y descargas que precedieron al diluvio enloquecieron a los animales, que escaparon a todo control y se dispersaron en la inmensidad.

Zeballos no podía aceptar que su bien ganada fama en el traslado de animales quedara reducida a añicos. Tampoco la pérdida económica que le significaría el mal trance. Mientras maldecía su suerte, escuchó de uno de los gauchos que le acompañaba el relato sobre la difunta que había salvado a su niño. 

Zeballos, hombre tan creyente como supersticioso, se dirigió hacia la cruz que indicaba el lugar donde descansaban los restos de Deolinda y formuló una promesa: si consigue recuperar su ganado, levantará una capilla en agradecimiento.

¿Cuál no sería su sorpresa cuando, poco después, Zeballos encontró a su ganado reunido en un accidente natural, sin registrar pérdida alguna. Desde entonces, el lugar fue denominado Cuesta de las Vacas. Así Zeballos pudo continuar su interrumplido arreo a Chile y, luego de vender las reses, retornó para cumplir su promesa y levantar, agradecido, la capilla prometida. 

La anécdota rápidamente recorrió el territorio argentino y se extendió a los países vecinos y la Difunta Correa no tardó en convertirse en leyenda. Su tumba se convirtió lugar de paso obligado para los arrieros que solicitaban protección a cambio de realizar una promesa. 

Alrededor de su tumba original se ha ido levantando, por sedimentación, una especie de modesto centro comercial, donde el merchandising, incluye imágenes y objetos “bendecidos”, venta de alimentos y bebidas y  productos diversos, y hasta la “protección” para automóviles, en medio del desierto sanjuanino. También se ha construido una estatua que representa a la madre agonizante cuidando y amamantando a su hijo.

Deolinda se convirtió así en uno de los mitos populares argentinos. Una mujer del pueblo que desafió a la muerte alimentando la vida de su hijo. Como sucede habitualmente con los mitos populares, la iglesia nunca reconoció a la Difunta Correa. Pero eso no ha sido obstáculo para que todos los años miles de personas se acerquen a las más treinta capillas levantadas en su homenaje a los largo de la geografía nacional, para canjear su pedido de protección por una promesa. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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