Martes 16.04.2024 | Whatsapp: (221) 5710138
6 de octubre de 2019 | Historia

Santiago de Liniers, el héroe de las invasiones inglesas que terminó fusilado por la Primera Junta

Tras la victoria sobre el segundo intento de invasión inglesa, en 1807, Liniers se convirtió en héroe en el río de la Plata. En 1808, la corona española confirmó su designación como virrey. 

facebook sharing buttonCompartir
twitter sharing button Twittear
whatsapp sharing buttonCompartir
telegram sharing buttonCompartir
print sharing buttonImpresión
gmail sharing buttonCorreo electrónico

por:
Alberto Lettieri

Sin embargo, la compleja trama política que se desarrollaba a la vez en escenarios americanos y europeos, sumada a una serie de acciones y decisiones desafortunadas, no tardaría en imponerle un abrupto cambio de suerte.

En el tramo final del virreynato, resultó frecuente la llegada al río de la Plata de varios personajes europeos variopintos, muchos de los cuales se desempeñaban como agentes secretos de las coronas extranjeras.

Una de ellos fue Ana Perichón de Vandeuil, quien se estableció en Buenos Aires en compañía de su padre, hermosa dama que no tardó en contraer enlace con un comerciante irlandés, Edmundo O’Gorman, afectado al negocio del contrabando. Durante las invasiones inglesas O’Gorman ofreció sus servicios a los británicos, por lo que luego sería confinado en Luján junto con Beresford, beneficiándose luego de la fuga propiciada por comerciantes criollos al servicio del Foreign Office. Ana, a quien Paul Groussac presenta lanzando una flor a Liniers durante la gloriosa marcha de la reconquista, debió ocuparse de sobrevivir recurriendo tanto a su encanto natural como a su avispado manejo de un salón, que rápidamente se convirtió en sitio de reunión del comercio internacional, los políticos y empresarios locales, y varios agentes encubiertos que no se esforzaban demasiado por mantener en secreto sus actividades. Madame Perichón -a la que las damas porteñas denominaron con desprecio no exento de cierta envidia como “La Perichona”-, que por entonces tenía 31 años, comenzó a compartir la intimidad con Santiago de Liniers, virrey cincuentón con once hijos a cargo y escaso patrimonio personal. La pareja compuesta por la joven adúltera y el maduro virrey no se molestó en ocultar sus relaciones, que rápidamente se convirtieron en la comidilla de la sociedad porteña, bastante pacata e hipócrita, mientras que las clases populares celebraban a la transgresora dama, que vestía lujosos uniformes militares diseñados por ella misma.

La vida lujosa de Liniers y su compañera alentó la proliferación de afiebradas sospechas.  ¿Cómo se financiaba ese magnífico estilo de vida, cuando Liniers había ejecutado sus escasos bienes para salvar a su hermano de la bancarrota? Muchos apuntaban a la caja del Foreign Office, a través de la bella dama. Otros, a los recursos informales que circulan en las altas esferas a la pesca de negocios o influencias que los retribuyan. Mientras tanto, si bien aún formalmente tenía vigencia el monopolio, en Buenos Aires los comerciantes británicos incrementaban constantemente su presencia y la actividad comercial aumentaba sin solución de continuidad.

La autoridad de Liniers no conseguía consolidarse, y parecía transitar por la cuerda floja. Los comerciantes de la plaza local recelaban de la relación que mantenía con Napoleón Bonaparte, quien acababa de deponer a Fernando VII, por vía postal, y mucho más cuando en agosto de 1808 llegó a Buenos Aires el Marqués de Sassenay, enviado del emperador francés, con la misión de obtener el reconocimiento del Liniers de la autoridad de José Bonaparte en España. Si bien Liniers nunca se expresó en tal sentido, una nueva reunión privada con el Marqués encendió nuevamente las sospechas de traición cuando Liniers dio un grave paso en falso, al manifestar a través de una proclama su neutralidad en la guerra que se desarrollaba en España. Por más que inmediatamente se desdijo, reiterando su lealtad a Fernando VII, el poder se le escapaba como arena entre las manos.

El general Francisco D'Elio aprovechó sus errores para convocar en Montevideo un cabildo abierto el 7 de septiembre de 1808, y el 20 de ese mismo mes se creó una junta de gobierno que proclamó el derecho al autogobierno de la ciudad, entonando frase como "¡Hágase cabildo! ¡Muera Liniers! ¡Abajo el traidor! ¡Viva Elio!"

Debilitado políticamente, Liniers no se animó a disciplinar a la ciudad rebelde. Su situación se agravó cuando las denuncias y los pedidos de deposición cruzaron el Atlántico, y a España llegaron también los rumores -hábilmente difundidos por los ingleses- de que en el salón de madame Perichón se hacía el siguiente brindis: “A la mierda, a la mierda españoles, muera el rey Fernando, patria y religión. ¡Viva Napoleón!”. Desde España inmediatamente llegó la orden de desterrar a “La Perichona” del río de la Plata, sin que su enamorado pudiera evitarlo. Protegida por los británicos, Anita se trasladó a la corte paulista, donde continuó con su feliz estilo de vida, desempeñando funciones similares para su majestad británica aunque sin alcanzar el protagonismo porteño previo. Una de sus nietas sería Camila O’Gorman, quien viviría una situación de resonancia pública similar a la de su abuela, aunque con un desenlace mucho más trágico.

DE MAL EN PEOR

Mientras tanto, la autoridad de Liniers en Buenos Aires no cesaba de declinar. Un grupo de españoles, encabezado por el alcalde Martín de Alzaga, levantó la consigna “Abajo el virrey francés”, y el 1 de enero de 1809 inició una asonada para deponerlo y reemplazarlo por una junta de gobierno, tal como las que se habían establecido en España y Montevideo. Liniers, creyendo que los insurrectos contaban con el respaldo popular, renunció a su cargo, pero la oportuna intervención de Cornelio Saavedra, capitán de Patricios, volvió la situación a fojas cero. Álzaga y varios insurrectos fueron confinados a Carmen de Patagones, y se disolvieron los regimientos de milicias compuestos por españoles que habían respaldado el fracasado golpe.

 La situación era por entonces muy inestable y mientras los comerciantes porteños más acomodados -españoles y criollos- abogaban por la deposición de Liniers para conseguir, bajo su pretendida lealtad a Fernando VII, la consolidación de los lazos con Gran Bretaña, llegó de España una real cédula fechada el 11 de febrero proclamó a Liniers “conde de Buenos Aires”, con “100 mil reales de vellón de pensión anual sobre las cajas reales de esta capital, ínterin se le asignan tierras en estos países que produzcan igual renta”.

El cabildo de Buenos Aires se opuso a la medida, argumentando que “ofendía los privilegios de la ciudad”, y poco después el título fue reemplazado por el de “conde de la Lealtad”. La reiterada presión de sus adversarios en Buenos Aires no cesaba y, en el mes de julio de 1809, arribó a Montevideo Baltasar Hidalgo de Cisneros, designado como nuevo virrey del río de la Plata por la junta central de Sevilla. Cisneros asumió el mando en Buenos Aires sin oposición de Liniers, e inmediatamente envió a Elio –que había incrementado mucho su poder- a España para consolidar su propia autoridad. Si bien tenía instrucción de proceder de igual manera con el héroe de la invasiones inglesas, adoptó una actitud más tolerante, permitiéndole retirarse provisoriamente, con su familia, a la provincia de Mendoza. Liniers se estableció finalmente en Córdoba, donde se desempeñaba como gobernador su viejo amigo Juan Gutierrez de la Concha.

Consciente del peso de las milicias criollas lideradas por Saavedra, Cisneros rearmó a los regimientos españoles que habían participado de la asonada de Álzaga, a quien restableció plenos derechos. El nuevo virrey debía en gran medida su cargo a la influencia británica sobre el puerto de Cádiz y la junta central, razón por la cual se apresuró a poner fin al monopolio comercial y autorizó el librecambio, adoptando los argumentos presentados por un promisorio joven lobista de los intereses brítánicos, Mariano Moreno, en su escrito "La Representación de los Hacendados".

REVOLUCIÓN Y MARTIRIO

El 13 de mayo de 1810 llegaron noticias confirmando la caída de la junta central de Sevilla. El 18, Cisneros aceptó públicamente la especie, y desde entonces, y hasta el 25 de mayo, se aceleraron las acciones que condujeron a la revolución de mayo.

Por entonces Liniers había adquirido a crédito una antigua estancia abandonada por los jesuitas en Alta Gracia, y por primera vez, en el ocaso de su vida, el futuro comenzaba a avizorarse más pródigo en materia económica.

Sin embargo, esas expectativas no llegarían a concretarse. Informados de los sucesos porteños, se conformó en Córdoba un grupo de opositores a la revolución de mayo, compuesto por el gobernador Gutiérrez de la Concha, el obispo Rodrigo de Orellana, el coronel Santiago Allende y el propio Liniers. Tentado a la vez por los revolucionarios independentistas y por el propio Cisneros para tomar partido a favor y en contra de la revolución, respectivamente, el conde afirmó sin tapujos: “Será necesario considerar como rebeldes a los causantes de tanta inquietud. Como militar estoy pronto a cumplir con mi deber. Y me ofrezco desde ya a organizar las fuerzas necesarias. La conducta de los de Buenos Aires con la madre patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo”.

En el momento de crisis, Liniers mantenía su lealtad a los Borbones. Esta actitud puede leerse también como la continuidad de su determinación a impedir que el río de la Plata cayera en manos inglesas, habida cuenta de los antecedentes y compromisos de varios miembros de la junta.  

Los preparativos contrarrevolucionarios se aceleraron en Córdoba, llegando a reunirse un ejército de 1500 hombres. La fortuna fue escasa, ya que los reclutados desertaron en masa para pasarse a las filas revolucionarias en cuanto llegó a Córdoba, el 21 de julio de 1810, la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, a las órdenes de Francisco Ortiz de Ocampo. Los líderes contrarrevolucionarios pretendieron huir hacia el norte, pero fueron atrapados a inicios del mes de agosto por las tropas patriotas conducidas por Antonio González Balcarce.    

Para entonces, ya la junta había decidido el fusilamiento de los cabecillas, con fecha 28 de julio, a instancias de Mariano Moreno -muy próximo a Álzaga y a los intereses británicos-, con la única abstención del sacerdote Manuel Alberdi, con el siguiente despacho: “Los sagrados derechos del rey y de la patria han armado el brazo de la justicia y esta junta ha fulminado sentencia contra los conspiradores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La junta manda, que sean arcabuceados don Santiago Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba don Victorino Rodríguez, el coronel Allende y el oficial Real don Joaquín Moreno. En el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cueles fuesen las circunstancias se ejecutará esta resolución, sin dar lugar a minutos, que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y el honor de vuestra señoría”.

Ocampo -quien había sido compañero de armas de Liniers durante las invasiones inglesas-, se negó a cumplir la iniciativa, y el cabildo de Córdoba, ya en manos de los revolucionarios, dispuso su envío a Buenos Aires. Para la junta la noticia no podía ser más negativa, ya que un eventual retorno a la ciudad donde se había convertido en héroe implicaba la casi segura garantía de una rebelión popular. Por ese motivo, Mariano Moreno envió a Castelli con instrucciones precisas: “Vaya usted y espero que no incursione en la misma debilidad que nuestro general (Ocampo)... iré yo mismo si fuese necesario…”.

El cumplimiento de la orden debió afrontar una última dificultad, ya que no se encontraban criollos ni españoles dispuestos a levantar las armas para poner fin a la vida de quien había garantizado con su acción la recuperación del territorio rioplatense. Por esa razón se organizó un pelotón, a las órdenes de Domingo French, compuesto por cuarenta ingleses que habían desertado durante las invasiones inglesas, y que se hallaban confinados, bajo vigilancia, en la provincia de Córdoba. Ironía del destino, Gran Bretaña tomaba revancha de quien había impedido sus proyectos, gracias a la decisión de una junta que buscaba desesperadamente la aprobación de su majestad.

La ejecución tuvo lugar en la Posta de Cabeza de Tigre. Castelli leyó la sentencia y de nada valieron las consideraciones de los reos respecto de su fidelidad al mismo rey en cuyo nombre la junta argumentaba ejercer su autoridad. Una vez consumado el martirio, Castelli dispuso que fueran enterrados en una fosa común sin identificación, para evitar que se convirtiera en lugar de convocatoria para eventuales reivindicaciones o reuniones en honor de las víctimas.

EL EXILIO DE SU CADÁVER

Habría que esperar hasta 1861, para que el presidente de la Confederación Argentina, Santiago Derqui, deudo de uno de los ajusticiados, creara una comisión para recuperar sus restos. Los cadáveres encontrados estaban semidesnudos, con los ojos picoteados por los caranchos. En la fosa había diez suelas de calzado y dos botones, uno de los cuales tenía una corona real en relieve. Los restos fueron incinerados y enviados a la iglesia Matriz de Rosario. 

Al año siguiente, y a solicitud del gobierno español, el nuevo presidente, Bartolomé Mitre, dispuso el traslado los restos de Liniers a Cádiz, pese a la manifiesta oposición de su hija, que reclamó su derecho a descansar en suelo patrio. De este modo, el héroe de las invasiones inglesas era confinado al exilio aún después de muerto, anticipando un destino bastante común para los referentes populares de orillas del Plata. (www.REALPOLITIK.com.ar)


ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Santiago Liniers

¿Qué te parece esta nota?

COMENTÁ / VER COMENTARIOS

¡Escuchá Radio Realpolitik FM en vivo!