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25 de abril de 2020 | Historia

Lecciones de la humanidad

La historia y sus enseñanzas sobre las maneras de afrontar exitosamente las crisis

La historia provee de ejemplos que nos permiten afrontar desafíos presentes a la luz de los resultados que tuvieron en el pasado. Para Carlos Marx se repetía en dos versiones: como comedia y como tragedia. Para los romanos, era considerada como magister vitae (maestra de la vida), ya que nos alertaba sobre la conveniencia de las acciones a seguir. 

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por:
Alberto Lettieri

La actual pandemia del COVID-19 propició la concentración de algunas facultades legislativas en el poder ejecutivo. Nada amenazante, por cierto, en un país donde desde hace largos años está en vigencia la promulgación de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), incluso en tiempos donde la necesidad y la urgencia podría ser discutida. 

Pero, al presente, la situación es realmente excepcional y requiere de una amplia concentración de funciones para garantizar la efectividad y la coordinación de las políticas de estado. Esta solución no es precisamente un invento argentino, ya que tiene muchísimos antecedentes históricos. Cuando las sociedades se encuentran en situación gravísima, las reglas de juego de la normalidad deben ser dejadas de lado provisoriamente, con el objetivo de preservar el bien común y la continuidad histórica de los pueblos. Por sobre los intereses individuales debe privar -aunque no sea una alternativa agradable a veces- la razón de estado

Naturalmente, su aplicación no debe convertirse en una forma de gobierno sistemática, sino darse dentro de plazos razonables y mientras la catástrofe realmente lo amerite. Caso contrario se habilita una vía para el autoritarismo. Tampoco es el caso actual de la Argentina, aunque algunos sectores minoritarios de la oposición, de manera egoísta e interesada, pretendan sacar tajada de ese argumento. 

Algunas sociedades preveían en sus corpus legales, y otras más por práctica consuetudinaria, cambios drásticos en las reglas de juego en situaciones críticas, cuando su futuro estaba en riesgo. La República Romana, por ejemplo, disponía para tales circunstancias la adopción de una forma de gobierno que implicaba la concentración de facultades en el ejecutivo: la dictadura. Pero una dictadura normada por la ley y sólo mientras el peligro continuara. Con el paso del tiempo esta categoría -dictadura- fue malinterpretada y utilizada para definir situaciones que, en los tiempos clásicos, correspondían a la definición de tiranía. Es decir, la imposición de la voluntad de un tirano en detrimento de la ley. Todo lo contrario -como puede advertirse- a lo que implicaba la dictadura romana. 

Otro ejemplo histórico sobre cambios provisorios en las reglas de juego para adaptarlas a las situaciones críticas que puede citarse se produjo en el marco de la revolución francesa. Como se sabe, la monarquía convocó a una forma parlamentaria propia del antiguo régimen, los Estados Generales. Cada uno de los órdenes -iglesia, nobleza y tercer estado (burgueses y artesanos)- sesionaban por separado contando cada uno con un voto, más allá de la cantidad de miembros que los componían. De haber sesionado de ese modo, los dos órdenes que gozaban de privilegios -iglesia y nobleza-, hubieran descargado el peso de la gravísima crisis financiera que afrontaba la Francia de entonces sobre el resto de la sociedad, tal como era la práctica habitual. 

Pero la situación era tan grave y excepcional que el tercer estado -y el malestar social imperante en el resto de la sociedad-, consiguieron torcerle el brazo al rey Luis XVI y consiguieron sesionar como Asamblea Nacional en lugar de como Estados Generales. El cambio fue radical, ya que la Asamblea le atribuía a cada representante un voto, y los del tercer estado excedían largamente en número al de los órdenes privilegiados. Esta mutación estaba prevista desde los tiempos del rey Franco Carlomagno (siglo VIII DC), y sostenía que, ante el riesgo de la disolución de la sociedad los privilegios debían quedar momentáneamente a un lado. A partir de entonces, la mayor transformación social y política de occidente tuvo el camino despejado.

Un tercer ejemplo que se relaciona aún más directamente con nuestra actualidad lo provee el general San Martín, en su condición de intendente de Cuyo, en 1815. A pocos meses de asumir ese cargo, el libertador decretó un impuesto a la riqueza para afrontar la grave crisis en que se encontraba el tesoro público, consistente en 4 reales por cada mil de capital personal de cada miembro de las clases acomodadas cuyanas. 

El principal ingreso de la intendencia eran los aranceles aduaneros provistos por el comercio con Chile. Pero, por entonces, el intercambio se encontraba interrumpido, en el marco de las guerras de independencia. San Martín necesitó restablecer inmediatamente el financiamiento de erario público y no le tembló la mano: quienes habían gozado de privilegios debían ser, naturalmente, los que más contribuyeran en el esfuerzo par posibilitar la continuidad del orden y la paz social. 

San Martín temía una eventual invasión del territorio cuyano por parte de los realistas que habían tomado el control de Chile, y estaba dispuesto a implementar su plan continental para concretar la independencia americana. En vistas de un objetivo de semejante magnitud y significación, los intereses egoístas de los sectores que concentraban la riqueza y el poder social deberían ceder. Por cierto que no lo hicieron de buen grado en la mayoría de los casos. Pero debieron terminar por acatar la disposición. 

En lugar de descargar el esfuerzo sobre los pobres y el aparato productivo cuyano -bastante modesto por entonces-, San Martín impulsó la creación de fábricas de armamentos y de municiones, estableció mayores aranceles aduaneros para proteger la producción cuyana, creó numerosos puestos de trabajo a través de esos emprendimientos e impuso la papeleta de conchavo, para disciplinar a los que pretendían vivir de la vagancia, el delito o la caridad ajena. Naturalmente las clases más acomodadas debieron hacer nuevos aportes de ganado y de bienes suntuarios, como las célebres joyas de las damas mendocinas, que debieron sumarse al esfuerzo bordando banderas y elaborando insumos militares. 

De este modo, el libertador organizó la administración, impulsó la industria, generó empleo y fijó salarios justos y pagados a término, en concordancia con su célebre axioma: “Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”. San Martín fue un fabuloso hombre de estado, un atributo que generalmente queda invisibilizado ante los ojos de nuestra sociedad.

Los ejemplos mencionados son de una gran utilidad para afrontar el gran desafío que se le impuso a la sociedad argentina actual. También lo fueron las consecuencias de estos cambios aplicados para responder a situaciones excepcionales. Roma construyó el imperio más poderoso de los tiempos clásicos, Francia tuvo su revolución y América su independencia. 

La decisión es bastante sencilla: o se privilegia el interés particular en detrimento de la sociedad, o se opta por el bien común. La sociedad argentina tiene la palabra. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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