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10 de mayo de 2020 | Opinión

Copetro mata

Mayor calidad del aire contra el “coquevirus”

La rápida propagación del COVID-19, el consecuente aislamiento, las muertes masivas, el quiebre de la economía y la falta de certezas sobre su contagio y la posibilidad de una vacuna, generó en la sociedad global un cambio en sus valores, apreciando las bondades de la naturaleza y el beneficio de pensar en la calidad de vida por encima de todo.

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por:
Gustavo Asnaghi

La región capital bonaerense es de las más contaminadas de la Argentina y a diario, durante muchos años, padecemos los efectos de la contaminación ambiental por las emanaciones de las empresas instaladas en el polo industrial.

Más allá de los estudios técnicos sobre la actividad contaminante de la empresa COPETRO (sobre la que están de acuerdo todas las sentencias judiciales), no existe por parte de ninguna organización una campaña de divulgación sobre el estado de la calidad del aire en nuestra región; inauguramos este año inesperadamente una nueva era, donde la sustentabilidad es prioridad en todo el planeta, junto con el cuidado de las reservas vegetales, el agua, el recurso acuífero y fundamentalmente la calidad del aire.

La sentencia por el caso Sagarduy c/ COPETRO dice: “... Si nos atenemos al concepto estricto del daño ambiental y la ‘obligación de recomponer’, resulta obvio que esta clase de actividad sería lisa y llanamente imposible. Evitar el daño sería equivalente a impedir la actividad, ordenar su cierre, lo que no es tolerado por la política ambiental del estado, como tampoco puede hacerlo este tribunal...”. Por lo tanto, es una indicación clara al poder político de que debe asumirlo y resolverlo.

Una cosa es que el daño sea tolerado hasta ciertos límites administrativos, y otra, que ese daño sea tolerable para la salud y la sociedad. Ese es el punto neurálgico. Es un cambio radical.

Los límites administrativos son de naturaleza inferior a la constitución nacional, la que en su artículo 41 establece “...el derecho al goce de un ambiente sano, apto para el desarrollo humano y el deber de preservación del mismo en aras del logro del desarrollo sustentable”.

Recordemos que los pobladores registran residencia anterior a la instalación de la empresa, la cual se habilitó entre el año 1982 y 1983, en el ocaso de la dictadura militar.

En definitiva, esta invasión del “polvillo negro” al compás de los vientos hace que en los barrios contiguos a la planta y mucho más allá de ellos, el barrer, respirar, tragar y convivir con el hollín que despide el carbón de coque sea parte del paisaje y definitivamente sin solución, mientras la empresa permanezca allí instalada.

Esta pandemia que nos azota, recomienda que los empleados de la empresa sigan usando, aún después de pasada la emergencia sanitaria, barbijos dentro de la planta en su actividad industrial y que los vecinos los imiten (ya que la contaminación deteriora física y emocionalmente, y también mata) con un tapaboca usado como prevención, pero jamás como mordaza.

 

 

(*) Gustavo Asnaghi fue candidato a intendente de Ensenada.


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