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27 de junio de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulo XIV)

Después de su arrebato desde el púlpito de la iglesia en aquella antigua Nochebuena del 14, Aldao siguió dando muestras de compostura en las casas acomodadas de Mendoza.

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por:
Juan Basterra

Durante algunas semanas se habló de la homilía violenta del cura -y hasta los mismos hermanos García depositaron una cifra cuatro veces superior a la faltante en la cuenta del hospicio- pero el episodio pasó a ser considerado un episodio aislado en la vida de Aldao, episodio parcialmente velado por las acciones mundanas y galantes del fraile, que a la manera de la sucesión de los días en el progresar de la conciencia, difuminaban el impacto de sus acciones singulares y violentas.

Una de aquellas casas pertenecía a dos hermanas solteras de nacionalidad italiana cuyo padre se había instalado en Mendoza para la fabricación de velas. El apellido de las hermanas era Contini y de ellas se comentaba que el nivel de su cultura solo era superado por la procacidad de sus intenciones. A la casa eran invitados otros comerciantes -casi todos españoles ultramarinos-, militares, religiosos y médicos. Las mujeres nunca estaban ausentes, pero su número era mucho menor al de los hombres y solamente eran admitidas aquellas de conversación variada y liviana. Se servía un ponche a la llegada de los invitados y poco tiempo más tarde los contertulios eran recibidos en el salón principal de la casa, gran estancia que hacía las veces de comedor y biblioteca. En los estantes de las librerías de caoba convivían ediciones de los clásicos españoles del Siglo de Oro junto a volúmenes italianos en papel biblia y cubierta de cuero. Los cuadros de la estancia representaban escenas mitológicas y militares, y en el centro de la pared que daba a la cabecera de mesa un altorrelieve en mármol de la Medusa de Mérida advertía a los visitantes el carácter extraordinario de todo el conjunto. 

Aldao era un contertulio distinguido. Su alta estatura -en una época donde la media era considerablemente más baja que la actual, y que poco después lo habría de ayudar en mucho durante la campaña de los Andes-, su elocución enfática y elegante y el prestigio militar de sus hermanos, le habían ganado la consideración de la familia Contini y el temor y la reverencia social del resto de los invitados. En una ocasión, un español de la región de Andalucía le había preguntado acerca del movimiento independentista americano y su relación con la iglesia. Aldao, que tenía la rara particularidad de encantar a todos los interlocutores -tuviesen estos o no las mismas ideas entre sí- le contestó:

- Es un tema que no tiene una solución que contente a todas las partes. Por tradición y desenvolvimiento la iglesia tiene lazos irrenunciables con España. La historia de este continente así lo demuestra. Pensemos en aquellos grandes padres que trajeron la palabra de Dios a estos lugares olvidados de su mano. Los mártires que atravesando los mares de nuestra tierra instruyeron con el evangelio la ignorancia de tantas gentes y sus costumbres bárbaras y despiadadas. Muchos de aquellos hombres dieron su vida en el empeño; sirva de ejemplo el martirio del padre Aguirre, despellejado hasta el cráneo y muerto después de las torturas más atroces. Los señoritos ilustrados como Saavedra pueden objetar el antiguo dominio español, y están en su pleno derecho, pero no debemos olvidar que muchos de nosotros, él mismo, seguramente, llevamos en nuestra sangre la historia y la hidalguía españolas. Somos como un animal que, expulsado de manera violenta del vientre materno, comienza a dar sus primeros pasos en un territorio inhóspito y desconocido del todo. Pertenecemos a una tierra desgarrada y sangrienta. En nosotros está el darle la paz y el entendimiento que nos conduzca a la concordia de los tiempos felices. Dios, que todo lo ve, y a todos nos juzga, será el árbitro de nuestros actos, y el juez de nuestro destino.

- ¿Usted se considera español?- preguntó Ana, la menor de las hermanas Contini.

- No lo soy -respondió Aldao-, porque nací en estas tierras, y porque los intereses, la misma historia y nuestros deseos, son diferentes a los de los peninsulares. Sin embargo, por nuestras venas, por las venas de la mayoría de nosotros, corre sangre española. Que algún indio haya metido mano -Aldao hizo en ese momento una reverencia a las hermanas Contini- y de esa mezcla haya salido un mestizo, no cambia las cosas. Porque somos, y lo seguiremos siendo hasta el final, españoles de la más pura cepa. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, Yo Aldao

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