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18 de julio de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulos XIX y XX)

Poco más de dos meses después de la conversación con el gobernador Correas, Aldao comandó un cuerpo de Cazadores a Caballo en una arremetida en las proximidades de Las Leñas. A su retaguardia marchaba un grupo de infantes comandados por “el negro” Lorenzo Barcala; en uno de los flancos, su hermano homónimo José con el resto de la caballería.

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por:
Juan Basterra

Los sanjuaninos eran unos seiscientos: tropas mal entrenadas acrecidas con unos presos libertos que habían salido de la cárcel algunas semanas antes. El combate duró unos pocos minutos: Aldao habría de redactar un parte de guerra escueto y despojado de adjetivos: Acabo de batir en este lugar seiscientos hombres que habían reunido los anarquistas, destrozándolos completamente. Algunos de los derrotados habrían de tomar el camino del exilio rumbo a Chile. En la Rioja, Facundo Quiroga mira con preocupación las acciones de los Aldao: el defensor de la divisa Religión o Muerte sabe perfectamente que necesita la alianza de los hermanos para sus planes guerreros. La noche siguiente convoca a los hombres de su plana mayor al fogón central del cuartel y les dice:

- Dejemos a los Aldao tranquilos por el momento. Eso de Las Leñas fue una escaramuza: mucho más importante será su contribución futura a nuestra lucha contra los directoriales de Buenos Aires. Lamento la suerte de los curas de San Juan; son buenos hombres, y de los nuestros. Vamos a hacer oídos sordos a sus reclamos: así contentaremos a los Aldao, a Correas, y a Salvador del Carril. En unos meses olvidamos las cosas y volvemos a poner a la Iglesia en su lugar debido. Ninguno de ustedes recuerda y repite mis palabras, a riesgo de degüello. Ya saben: es una orden. 

CAPÍTULO XX

De muy diferente naturaleza fueron las acciones guerreras en La Tablada ante las tropas comandadas por José María Paz y Gregorio Aráoz de Lamadrid. Habían pasado casi cuatro años desde los disturbios sanjuaninos en Las Leñas y la vida de Aldao se repartía entre el hacer industrioso en las viñas de Plumerillo y las tareas de control y combate de las huestes indígenas en la frontera sur de la provincia. El regreso grandilocuente de las tropas del recién ascendido general Paz después del triunfo apoteósico en las afueras de Ituzaingó -en pleno dominio de las tierras del Reino del Brasil- había encendido las alarmas de las huestes federales en el centro y el oeste del país. A esta preocupación se añadían otras, innumerables en grado y variedad, que a la manera de algunas enfermedades infecciosas y progresivas, van invadiendo órganos y tejidos en una progresión constante y sostenida. Las proezas de Paz en tierras brasileras eran conocidas de todos; Aldao no sería la excepción: en varias ocasiones había alertado a sus hermanos José y Francisco sobre las dotes militares del cordobés. “Este unitario ladino nos va a empujar a cruzar la cordillera y ser alimento de la indiada. Hay que golpear primero. Quiroga lo sabe muy bien: un renuncio de nuestra parte y terminamos con las tripas en los suelos”.

Las palabras de Aldao eran el símbolo perfecto de los innumerables desgarramientos que martirizaban el cuerpo del país desde el proyecto de Constitución unitaria del 19. Los intereses encontrados, las querellas particulares, la sujeción a determinada noción o determinada idea, y sobre todas las cosas, el odio dilacerante que sobrevolaba la extensión de la patria, se habían encarnado en la individualidad de miles de seres portadores de un sentido de “misión” que los sobrepasaba y los convertía alternativamente en martillo y yunque de su propio devenir El centralismo porteño asentado en las bases del control de la navegación en los ríos interiores y los aranceles aduaneros, las simpatías monárquicas de algunos de los unitarios –los “sectarios”, a decir de los federales- eran algunos de los motivos visibles que establecían las diferencias de principios. Esos eran los motivos esgrimidos; los otros, aquellos que nacen de lo más profundo del ser –el odio atávico a lo extraño, las divergencias resultantes de las diferentes procedencias de los individuos involucrados en la justa, la incapacidad de ver en el otro ser una manifestación diferente de la misma esencia- eran los que verdaderamente, y ocultos en el relumbre de los primeros, desataban esas carnicerías en las que el hombre desconocía al hombre y en las que el “tajo en la garganta” era la operación sacrificial que condenaba al vencido y exculpaba al vencedor. Los actores principales del drama, de cuya complejidad un lector contemporáneo no podría vislumbrar el todo y las partes con la exactitud necesaria, eran zarandeados por el huracán de los sucesos alternativos y cambiantes en la lucha interminable de las razones y los anhelos. A esto se había referido en alguna ocasión Aldao hablando con uno de sus lugartenientes, el capitán Miguel Llanos:

- Llevamos sobre nuestras espaldas el peso de acontecimientos que ni siquiera podemos comprender del todo. Mire por ejemplo Paz: es un hombre convencido de la superioridad de las ideas que dice representar. Él, como por otra parte Laprida y Aráoz, son esclavos serviles de España y Francia; jacobinos. También nosotros pecamos de otras idolatrías, diferentes en la forma, pero idénticas en su fondo. Todos seremos fulminados por nuestra necedad y nuestra soberbia, lo sabemos demasiado bien; solamente faltan la necesidad y la ocasión. El Infierno es la única morada segura del Hombre y a ese lugar galopamos en forma segura. Téngalo por cierto. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, Yo Aldao

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