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1 de agosto de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulo XXII)

Conocí el sabor de la derrota. El de la derrota pero también el lado reverso de la magnanimidad y la compasión.

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por:
Juan Basterra

A la humillación de La Tablada continuaron la de Oncativo y mi prisión en Córdoba. Paseado a lomo de burro por las calles de la gran ciudad, recibí el escarnio de la gente y sus burlas. En un salón de la planta principal del Cabildo se me dio morada durante quince meses. Todavía llevaba en el alma el dolor por la muerte de mi hermano Francisco, asesinado de manera cobarde y traicionera por los unitarios de Zuloaga en el cerco del Pilar. ¡Qué diferente el trato de Paz durante mi presidio! ¡Qué distinta su conducta! Tomado como prisionero a cinco leguas de Oncativo me entregó a su ayudante Campero diciendo: “Que se le otorgue clemencia. Arreglen su ropa y lo llevan al Cabildo con todos los respetos”.

En mi prisión tuve buen trato y las consideraciones debidas a mi grado. Oficié misa para mis compañeros de presidio y los guardianes. El hombre es siempre el mismo bajo el imperio de circunstancias parecidas: la bondad, los cuidados y hasta el afecto complaciente de mis carceleros fueron los talismanes que me permitieron sobrellevar tantos días de encierro y nostalgia. Pude recibir cartas de mi hermano José y mi esposa Manuela. No se me permitió dar devolución a las mismas.

Se me acusa de la muerte de Laprida a manos de una partida de mis hombres, pocos días después del combate del Pilar; no lo niego, él hubiese hecho lo mismo conmigo de haber sido diferentes las suertes.

En la soledad de mi pequeña celda pude pensar en profundidad sobre mis días: sobre lo contingente y sobre lo necesario. Al lado de la celda se ubica el potrero para las ejecuciones de los condenados. Muchas veces pensé ser fusilado en ese rectángulo. No soy deudor de nada. De las malas obras y sus consecuencias daré respuestas a Dios cuando me llegue el momento. Pocos hombres pueden presumir de tanto como yo lo hago en este momento: amado y odiado en partes iguales; esposo y padre amante; soldado de la independencia de Chile y Perú, ningún campo de la experiencia me fue vedado. Que otros presuman de sus buenas conciencias: la mía es como la de Dios padre todopoderoso: todo lo ve; todo lo juzga; todo lo absuelve. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, Yo Aldao

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