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15 de agosto de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulo XXIV)

La muerte de Laprida fue un mojón más en la guerra que dilaceraba las entrañas del país. Los actores principales del drama, cumplido el contrato a que los destinaba el azar, desaparecían tras bambalinas después de desempeñar los papeles siempre repetidos. 

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por:
Juan Basterra

Las circunstancias podían ser cambiantes; el fondo era el mismo. A esto se había referido en una ocasión Paz hablando con su prisionero Aldao:

- No se engañe: usted debe su supervivencia a su nombre. No me sirve muerto; ni siquiera como símbolo y advertencia. Somos iguales a ustedes en casi todo, hasta en el cálculo. Hay cuestiones de matices, eso es seguro: yo, en presidio federal, ya estaría muerto.

- En eso se equivoca –había respondido Aldao-. Conocemos también el uso de la prudencia.

-¿La prudencia de que dieron muestras en las muertes de Moyano y Laprida, por ejemplo? Por esas dos muertes tendrían que ser fusilados todos ustedes y sin juicios sumarios que lo ordenen. En eso somos diferentes. Usted seguramente no, por su formación y desarrollo, pero mire a su aliado Quiroga: difícilmente diferencie una letra de otra.

- Eso no interesa a los fines que perseguimos –contestó un desafiante Aldao-. Ahí lo tiene al mentado Laprida. Hombres brutos como los míos dieron los huesos del señorito a los chimangos. Ya ve hasta dónde importa el valor de la ilustración.

- En la misericordia del Señor no somos todos iguales. ¿La benevolencia y la brutalidad tienen la misma recompensa?

- Dios otorga el perdón a todos, usted bien lo sabe –contestó Aldao-.

- Dios puede perdonar a todos, pero discrimina en los matices. Obra como el tiempo: difumina los hechos y resalta las singularidades. Usted debería saberlo mejor que nadie –Paz esbozó una sonrisa-: la historia religiosa no es otra cosa que eso. 

- La historia religiosa es la bosta de mis parejeros –contestó Aldao-. No tiene otro valor. Nos valemos de la misma para castigar al justo y exculpar al perverso. Yo mismo, cuando muera y pasen los años, seré un hombre bueno y hacendoso que dejó la vida por sus paisanos. La muerte de Laprida, la de tantos otros que me endilgan, serán olvidadas con el transcurso del tiempo.

- Le tengo una noticia –dijo Paz-. No será fusilado; he pensado otro destino para su excelencia. No quiero tener las manos manchadas con sangre. Lo expulsaré a Bolivia. Olvide sus tierras y su familia por un tiempo considerable. De la próxima no sale vivo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, Yo Aldao

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