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27 de agosto de 2020 | Opinión

Reforma judicial

Los “anticuarentena” y la puntuación de las secuencias

En cualquier disciplina o ciencia, reservamos la categoría de “axioma” (del griego axios, digno) para aquellos enunciados que, por su evidencia inmediata, necesaria y absoluta, están más allá de requerir y aún de poder ser demostrados. Hay axiomas en la filosofía y en todo otro campo del conocimiento. No son útiles ni inútiles, son inevitables.

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por:
Santiago Agustín Soffiantini

Es en este sentido que, en la teoría de la comunicación humana, es ya lugar común citar como axiomáticos los cinco enunciados que propone el filósofo americano Paul Watzlawick. Quisiera referirme aquí puntualmente al tercero de ellos, según el cual la naturaleza de la relación comunicacional depende de la gradación o puntuación de la secuencia que cada actor lleve a cabo.

Para no ser tan conceptuales y descontracturar un poco en favor del lector, es esto lo que nos platean los niños cuando los encontramos peleando: “Él me pegó primero”, a lo que el otro le responderá: “Yo lo golpeé porque él me insultó”, y así seguir hasta el infinito.

Tener claro “quién empezó” es, casi siempre, la llave maestra para desandar los caminos del relato. Y es que, en realidad, no podemos entender la comunicación humana como una relación lineal de mera monocausalidad. Si no puede haber efecto sin su causa propia, como enseña Aristóteles, tampoco es lícito atribuir la pluralidad de efectos tan esencialmente diversos como lo son cuantos configuran el hecho comunicacional a una sola causa. Lo que decimos de la comunicación valga para todo acto humano en sociedad, porque todos ellos son actos comunicacionales (primer axioma) y por lo mismo, políticos. No podemos ligar, sin más, todas las reacciones a un solo “vos empezaste”. En ese sentido, todo planteo que suponga reducir algo tan complejo como la realidad política a una sola causa, tiene mucho de relato. El “se robaron un PBI” y el “dejaron tierra arrasada”, son peligrosamente semejantes.

Por lo mismo, cuando escuchamos desde ciertos poderes políticos o mediáticos (como si hubiera tanta diferencia) que los “anticuarentena” ponen en riesgo un bien público como es la salud, mediante su accionar irresponsable, individualista, dogmático y fanático, vale preguntar como a los niños: “¿Quién empezó?”.

¿Consideró realmente el ejecutivo nacional que enviar al recinto del Honorable Senado la reforma judicial iba a dejar indiferente a la oposición? Difícil. ¿Midieron mal, o más bien eligieron enviarla sabiendo que dispondrían así de un dispositivo único para deslegitimar el reclamo opositor?

No es raro en esta Argentina tan dividida que las protestas opositoras se deslegitimen por la metodología empleada; sea esta cacerolear siendo “ricos bien vestidos” o arrojar 14 toneladas de piedra en la plaza de los Dos Congresos.

Pero todas ellas son fácilmente pasibles de ser tachadas de “partidistas” o “clasistas”. Y con razón. Pero, ¿y si no fue inocente el envío, inoportuno sin dudas, del proyecto de reforma? ¿Y si el enviarlo en contexto de emergencia respondió a una voluntad de producir exactamente lo que se produjo, es decir, la avenida 9 de Julio colmada por opositores? No hay duda que eso le permitió al oficialismo, de hecho, tacharlos con cuanto sinónimo de “egoísta” dispone el diccionario.

Podrían, sin dudas haber esperado para enviar el proyecto. ¿No dijo acaso el presidente de la cámara baja del parlamento, Sergio Massa, que “no hay ningún apuro” para tratarla en el recinto?

¿Es válido, entonces, preguntarse si el ejecutivo nacional eligió no esperar a que pase la emergencia sanitaria para dar este debate, por alguna intencionalidad inconfesable? Debate este que, al menos, no aparece como absolutamente urgente para salir de la crisis sanitaria. Porque de poder, podrían haber esperado. La respuesta a por qué no lo hicieron nos escapa, pero igualmente podemos plantear un último escenario.

De no haber el gobierno enviado el proyecto en este contexto, no hubiera habido quizá marcha opositora, o al menos no tan nutrida, y no hubiera habido el riesgo de contagios que denuncian, con lógica preocupación, las autoridades sanitarias. De haber obrado así, no hubiera tenido la oposición una consigna tan clara y tan aglutinante para marchar, como de hecho lo hizo, eligiendo así estar presentes donde, cuando y en la manera en que el poder quería que lo estén.

Entonces, ¿quién empezó? O mejor pregunta aún, ¿para qué?.


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