Viernes 26.04.2024 | Whatsapp: (221) 5710138
29 de agosto de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulo XXVII y XXVIII)

La inestabilidad de la situación política y militar en el centro del país, los continuos desarreglos internos en las tropas unitarias y el crecimiento de los contingentes federales de La Rioja, Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe dictaban medios prudenciales en el tratamiento de los prisioneros.

facebook sharing buttonCompartir
twitter sharing button Twittear
whatsapp sharing buttonCompartir
telegram sharing buttonCompartir
print sharing buttonImpresión
gmail sharing buttonCorreo electrónico

por:
Juan Basterra

Por las noches recuerdo a mis hermanos José y Francisco. La imagen de los dos está presente en mis sueños y en el insomnio. Comienzo a olvidar sus voces; la vida no es otra cosa que eso: primero, una impresión próxima de la experiencia; unos años más tarde, el recuerdo apagado de algunos momentos; al final, casi nada: algunos centímetros cuadrados de materia hecha polvo. Francisco murió en el sitio del Pilar, por septiembre del 29; José, poco tiempo después, durante junio del 30. No los lloré, no se llora a los soldados ni aún a condición de que sean hermanos. A Francisco lo fusilaron de un disparo en la cara; José fue degollado por uno de los indios aliados a los hermanos Pincheira, en las proximidades de Chacay. De tales muertes tomé venganza plena. La juré apenas fui liberado de mi prisión en Córdoba por las tropas unitarias de Lamadrid. La cumplí en los meses y años posteriores en pleno suelo mendocino. Ninguno puede hablar de que me convertí en un flojo. Mis hermanos, desde el cielo que los guarda, pueden dar testimonio.

CAPÍTULO XXVIII

Aldao debió su supervivencia en la cárcel de Córdoba al temor reverencial que inspiraba su figura y a las ventajas presentes o futuras a obtener en un canje de prisioneros del que pudiese formar parte. También al genio estratégico de Paz: la inestabilidad de la situación política y militar en el centro del país, los continuos desarreglos internos en las tropas unitarias y el crecimiento de los contingentes federales de La Rioja, Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe dictaban medios prudenciales en el tratamiento de los prisioneros. El exilio se llevó a cabo algunos meses después y en circunstancias muy diferentes a las que había pensado Paz. Con el general cordobés preso en una cárcel santafecina, Facundo Quiroga avanzaba sobre Córdoba con fuerzas constituidas por trescientos presos libertos y un centenar de vagabundos. A la conquista de algunas localidades cordobesas siguió el arribo triunfal a la provincia de Mendoza. Para ese entonces, Aldao había ganado las alturas de Tarija, en la norteña Bolivia, después de haber atravesado las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy con una escolta constituida por soldados de Lamadrid. En Tarija –y desconociendo en absoluto los triunfos de las fuerzas federales en la región de Cuyo- vivió algunos meses en un estado de mendicidad y miseria absolutas. Los pórticos de las iglesias de la ciudad boliviana vieron entonces una figura alta, delgada e imponente que recitaba salmos con voz potente y melodiosa después de la culminación de las misas; no fueron pocas las personas que sospecharon en el antiguo fraile –del que desconocían absolutamente toda su historia- un enviado divino a esas tierras olvidadas de la mano de Dios.

En una ocasión, uno de los curas encargados de la misa matutina le preguntó:

- Veo que conoce muy bien las Escrituras, ¿qué circunstancias le otorgaron esa ciencia?

- El estudio prolongado –contestó Aldao-. Fui religioso durante más de diez años; ahora soy mendigo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Juan Basterra, Yo Aldao

¿Qué te parece esta nota?

COMENTÁ / VER COMENTARIOS

¡Escuchá Radio Realpolitik FM en vivo!