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3 de octubre de 2020 | Literatura

El caudillo fraile

Yo, Aldao (capítulo XXXVI)

La muerte de Quiroga en Barranca Yaco por febrero del 35’ y el poder creciente de hombres como el sanjuanino Yansón y otros unitarios en las provincias cordilleranas (preámbulo necesario a la Coalición del Norte), comenzaban a ser vistos como una amenaza por Rosas.

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por:
Juan Basterra

Siete años después de la malhadada campaña contra las tribus indígenas en las proximidades del Río Colorado, y a cinco del fusilamiento de Barcala, Aldao volvería a robustecer su poderío e influencia en la región cuyana. La muerte de Quiroga en Barranca Yaco por febrero del 35’ y el poder creciente de hombres como el sanjuanino Yansón y otros unitarios en las provincias cordilleranas (preámbulo necesario a la Coalición del Norte), comenzaban a ser vistos como una amenaza por Rosas. “No deje que esos chimangos me oscurezcan los cielos de occidente” había expresado “El Restaurador de las Leyes” en una de sus cartas a Aldao.  Poco tiempo después del ajusticiamiento de Barcala también había escrito al delegado del gobierno de San Juan: “La necesidad de que, o los asegure, o los haga salir del territorio de la república, como también de que separase de los empleos civiles, y de todo mando en los cuerpos veteranos y de milicias, a los que no fuesen federales netos, conocidos y reputados por tales a virtud de sus servicios y compromisos por la causa nacional de la federación”.  Montevideo era en ese entonces un hervidero de ideas y actividades de la facción unitaria. Ya en 1835, y mucho más al norte, el general Santa Cruz había constituido la Confederación Peruano-boliviana para una eventual invasión a las tierras más australes del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Aldao podía funcionar entonces como un contrapeso necesario y mortífero a las ambiciones de los enemigos internos y externos que, al decir de Rosas: “Amenazan cada una de nuestras resoluciones y acciones”. No serían suficientes la embajada de Lamadrid en Tucumán durante marzo de 1840, ni los pretendidos buenos oficios interpuestos por los agentes más benévolos del poder federal antes sus pares unitarios: el desenlace previsible a estos fuegos de artificio gentiles e inofensivos sería el encuentro de las armas; la continuada senda de heridos, muertos, viudas y huérfanos que, a modo de mojones sangrientos, señalarían lustros de años sucesivos y las mismas acciones y vidas de aquellos que los perpetraron. 

Ya en el mes de febrero del 39, poco más de un año antes de la llegada a Tucumán del general Lamadrid -comisionado por Rosas para el recupero de un importante parque de armas necesario para cualquier tipo de emprendimiento bélico sostenido y exitoso- Aldao había recibido en la sala de armas del Fuente de San Carlos al gobernador Correas. El motivo era el desarrollo de un conjunto de consideraciones que Aldao estimaba conveniente incluir en una comunicación gubernamental dirigida al cuerpo legislativo de la provincia para el establecimiento de un “corpus” de leyes, que atemperase, al menos en lo inmediato, el creciente poder de los unitarios en las provincias vecinas.

En dos sillones próximos de la sala de armas, rodeados de escribas, cuatro miembros de la guardia y los dos perros cimarrones del caudillo, Aldao había dicho a Correas:

-Es necesario estar preparados. Tenemos el norte y los flancos absolutamente desguarnecidos. De los indios del sur –usted bien sabe que pueden hacer causa común con cualquiera que les arroje un hueso- me encargo yo. El problema son los efectivos de salteños, jujeños, catamarqueños, tucumanos y riojanos, prontos todos a la traición. De los tucumanos y los salteños no me sorprende: están hechos a esas ruindades. Me ofende la blandura y la aquiescencia de los riojanos. Quiroga debe removerse en su tumba. Hay que actuar con rigor. Necesitamos que declare en estado de asamblea a la provincia.

-Eso no será fácil, general –contestó Correas-. No olvide de que entre los legisladores hay simpatizantes de la “secta”. Cualquier acción del nuestro gobierno será señalada como irregular.

-Usted no tiene que dar cuentas de nada a nadie –Aldao se levantó del sillón y se acercó al de Correas-. Actúe sin miramientos. Créame: si no lo hace, su familia y la mía estarán expuestas a la vergüenza pública, y por varios días, en los cadalsos de la plaza. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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