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10 de octubre de 2020 | Historia

Pre peronismo

El plan Pinedo de 1940

Con su retorno al ministerio de Hacienda en 1940, Pinedo decidió profundizar la incipiente matriz industrialista iniciada con el gobierno de Alvear, elaborando para ello un plan orgánico de modernización económica.

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por:
Alberto Lettieri

El contexto en el que se había redactado el plan era complejo. La situación internacional se había deteriorado con respecto a 1937. La economía norteamericana se había agravado llegando a los niveles más preocupantes de la gran depresión. A partir de la guerra civil española y de los peligros crecientes que auspiciaba la consolidación del régimen nazi en Alemania, los países europeos compradores de nuestros productos utilizaban sus recursos para un rápido rearme, lo que implicó una nueva limitación de sus compras de alimentos. Esto empeoró con el bloqueo al continente por la flota británica y los inconvenientes de la guerra submarina lanzada por los alemanes durante la segunda guerra mundial.

La caída del comercio exterior y de las actividades económicas produjo una disminución de la recaudación de los derechos aduaneros y otros tributos, generando problemas fiscales.

Las exportaciones a Gran Bretaña se acreditaban en una cuenta en libras esterlinas, y el país necesitaba dólares para poder pagar los artículos que demandaba, ya que su principal proveedor en esa época eran los Estados Unidos. Pero el norte no era un gran comprador de artículos agropecuarios, sino, por el contrario, competía con la Argentina. El balance comercial era fuertemente negativo y, para poder afrontarlo, era necesario exportar oro u obtener créditos, con la garantía de las libras depositadas en Londres.

Para peor, las malas cosechas causaron una baja de casi el 50 por ciento con relación al año anterior en el volumen físico de las exportaciones durante todo 1938, mientras que los precios de los productos agropecuarios cayeron en el mercado tradicional, por lo que el valor total de las exportaciones cayó un 44 por ciento. A fines de 1938, la balanza de pagos en cuenta corriente arrojó déficit. Esto produjo una crisis en la balanza de pagos. A su vez existían grandes excedentes de productos invendibles, que generaron crisis industriales, desocupación y repercusiones sociales.

En 1940, Federico Pinedo asumió como ministro de Hacienda y presentó su plan de Reactivación Económica. El programa apuntaba a complementar la “gran rueda” de la economía argentina –las exportaciones agrícolas–, con una “pequeña rueda” manufacturera, para lo cual consideraba necesario impulsar un agresivo desarrollo de la actividad industrial. El plan incluía varias medidas reclamadas por la Unión Industrial Argentina, como la protección contra la competencia externa, la creación de un Banco de Crédito Industrial, la aprobación de un plan de Compra Nacional para la administración pública y un reajuste a la anticuada legislación de tarifas. También se estimulaba la industria de la construcción, tanto de viviendas populares como de emprendimientos fabriles, a los que se otorgarían créditos blandos a quince años para su equipamiento. En materia comercial, proponía una “integración comercial con Brasil” y el comercio con otros países americanos, Por último, recomendaba negociar con los Estados Unidos para obtener inversiones y préstamos, y reducir las barreras a los productos argentinos.

 

Las condiciones internacionales resultaban muy favorables para la aplicación del plan, debido a la retracción del mercado internacional de manufacturas causada por el inicio de la segunda guerra mundial.

Sin embargo, la iniciativa naufragó por dos razones: el escaso respaldo presidencial, y el veto impuesto por la mayoría radical de la Cámara de Diputados. La UCR reafirmaba así su escasa vocación industrialista, al tiempo que pasaba factura a Castillo por su determinación de retornar al ejercicio sistemático del fraude electoral.

De todos modos, el proteccionismo se impuso de hecho, ya que la escasa disponibilidad de divisas significó una barrera natural para las importaciones. Su consecuencia inmediata fue el crecimiento de la actividad industrial, que fue convirtiéndose en el motor de la economía nacional. Estos cambios estructurales posibilitaron la consolidación de una burguesía industrial, proceso que motivaba el desagrado de la oligarquía terrateniente, ya que este nuevo actor corporativo podría llegar a poner en cuestión su tradicional influencia sobre las instituciones argentinas. El incremento del empleo de las masas en el sector industrial estimuló un modesto pero sostenido crecimiento de la demanda de manufacturas locales, al tiempo que el mercado de trabajo se iba transformando rápidamente al ritmo de las modificaciones económicas. Cambios profundos se avecinaban: el peronismo no tardaría en establecer la matriz social y productiva de la nueva Argentina. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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