Nacionales
El caudillo fraile
Yo, Aldao (capítulo XXXIX)
Rosas me consuela de mi odio mencionando mi gobierno en la provincia de Mendoza: un mandato que he ganado por mérito propio y no por las intrigas de mis predecesores. Dios conoce cada uno de los actos de mi vida; de su acaecimiento necesario: pocos son los hombres que pueden presumir de tantos merecimientos.
He sido traicionado por Rosas. De nada sirvió mi lealtad de años; de nada mi temple. Ni siquiera el fusilamiento de Acha. Legó el mando del ejército de Cuyo en el taimado Pacheco, un hombre que sin las fuerzas que yo entrené y forjé a la sombra del arrojo y el ejemplo, no hubiese sido nada, apenas un general mujeril y zalamero; la sombra de una sombra. Ya se lo comuniqué al restaurador: Pacheco es un simpatizante de la causa de los salvajes unitarios. Ese doblez del que da muestras en cada uno de sus actos, esas maneras estudiadas y lentas son la confirmación cabal de lo que expreso. Rosas me consuela de mi odio mencionando mi gobierno en la provincia de Mendoza: un mandato que he ganado por mérito propio y no por las intrigas de mis predecesores. Dios conoce cada uno de los actos de mi vida; de su acaecimiento necesario: pocos son los hombres que pueden presumir de tantos merecimientos. El libertador San Martín puede estar orgulloso de su antiguo capellán del ejército de los Andes. También cada uno de los habitantes de este desgraciado suelo cuyano: los federales, los neutros y los salvajes unitarios. También los indios. Hace apenas unos días mandé providencia al ministro general, Nolasco Ortiz, para que entregue una hacienda de proporciones al cacique Maigualén. De esos hechos hablará la historia, que no el mezquino y lúbrico testimonio de mis contemporáneos. En estas noches de desvelo y desánimo pude hacer balance y cuenta de mi vida. Soy un hombre forjado en el más duro metal. Del arrojo y de mis hazañas nacerá la leyenda. Que otros presuman de su insignificancia; yo, soy el que soy. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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