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27 de diciembre de 2020 | Cultura

Netflix

Rompan Todo: La difícil tarea de analizar al rock sin cometer roturas (ni errores)

Luces y sombras del documental producido por Gustavo Santaolalla para Netflix y del que todos hablan en el cierre de este insólito 2020.

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por:
Juan Provéndola

La anécdota rockera más interesante sobre Gustavo Santaolalla no está en la serie documental de seis capítulos exhibida por Netflix: antes de grabar “Despedazado por mil partes”, el productor (que venía de trabajar en el exitoso “La era de la boludez”, de Divididos, e iniciaba su expansión latinoamericanista) le exigió a La Renga un total de cuarenta canciones para hacer una selección de ellas. Pero, para sorpresa de todos, el trío de Mataderos (que ya formaba parte de las filas de la multinacional Polygram pero tenía cintura para imponer condiciones) le dijo lo que pocas veces escuchó el ex Arco Iris: “No, gracias. Preferimos otra cosa”. 

Así fue como -en una curiosa historia circular- apareció Ricardo Mollo, quien respetó la decena original de temas que había compuesto el cantante y guitarrista Chizzo Nápoli (más el cover “Veneno” del grupo under La Negra, anagrama de La Renga). De ese trabajo en equipo salió a la venta uno de los álbumes más emblemáticos de la historia rock argentino y continental. Aquel que le permitió a la banda llenar estadios de fútbol, instalar himnos, tocar en varios lugares del continente y hasta dar el salto transoceánico hacia el otro margen del Atlántico para recalar en España.

¿Será por ese desaire que ni La Renga, ni “Despedazado”, ni sus canciones forman parte de un documental que se precia de contar “La historia del rock en América Latina”? Difícil saberlo: Santaolalla, su productor ejecutivo, aparece en todos los capítulos y habla de muchas cosas, pero no de esta anécdota para nada menor.

En los primeros días, tras el estreno de “Rompan todo”, el trabajo audiovisual fue tendencia en Twitter, acumuló miles y miles de vistas en Netflix y recibió, en principio, elogios de lo que uno puede caracterizar como el público menos “contaminado” por fanatismos (¿existe un rock sin fanatismos?). Pero poco después comenzaron a caer cuestionamientos de toda índole que a esta altura, más o menos todos los hemos leído u oído. 

Ya sea por reclamos sobre las bandas omitidas (de parte de sus fans y de sus mismos protagonistas), por el excesivo protagonismo de Santaolalla (¿billetera mata humildad?), por cierta liviandad a la hora de leer al rock en clave socio-político (tal como el docu aspira a hacer, aunque, casualmente o no, de manera bastante polite) o por la elección de artistas que no son “rock” (tan solo definir qué es rock ameritaría otro documental con sus propias polémicas posteriores), “Rompan todo” esta en bocas, ojos y oídos de todos, de muchos, o -al menos- de los suficientes como para que la tira se convierta en un éxito comercial. Lo cual, a la vez, valida la narrativa elegida por Netflix para “contar” este fenómeno cultural: todos los hitos, por más épica y poesía que revistan, cobran su sentido final y definitivo cuando son legitimados por el mercado. 

“Rompan todo” llegó a estar varios días en el puesto 2 del ranking de series más vistas en Argentina. ¿La taquilla le asegura entonces una nueva baldosa en en este Salón de la Fama medido por entradas y discos vendidos? Claro que no: el rockumental ya bajó a la sexta colocación. ¿Se fue a la B? Tampoco. Fue simplemente el boom explosivo de un año incandescente, apoyado por una plataforma ultraconsumida en pandemia pero también por el boca-en-boca (¡tan rockero!). Ya sea porque gustó, o bien porque disgustó, el hit de estas semanas fue: “¿Viste “Rompan todo”?. Los memes, además, hicieron un notable aporte a la disputa por el sentido y la valoración de la tira, y en muchos casos con más lucidez y puntería que los extensos soliloquios que debimos leer. 

De toda esta verborrea encontrada y contradictoria, sin embargo, parecen emerger sobre la línea de flotación algunas boyas que -a lo mejor, en una de esas- perduran en el futuro. Una de ellas es que repone al rock en el centro de un debate cultural, social, político, de identidades, gustos o lo que fuere, pero acaso más interesante y menos vulgar que el que se vino repitiendo durante gran parte del 2020: aquel que aseguraba que “el rock ha muerto”, como tantas veces ya se ha dicho, y esta vez empujado por la aparente predilección del rap, el trap, el hip hop o el freestyle en los consumos de las nuevas juventudes. 

¿Es tan así? No lo tenemos tan claro, quizás sí, quizás no tanto. Pero ponerlo sobre la mesa con profundidad parece valioso. 2020 fue año de confinamiento, de miedos y de restricciones, y en todos esos casos el arte tuvo que salir a accionar (o a reaccionar) de la forma que pudo. Así surgieron desde discos grabados entre casa hasta distintas formas de apelar al streaming, pasando por otros procesos revulsivos hacia adentro del rock como la presencia cada vez más sólida y autorizada de mujeres en roles protagónicos (con el antecedente orgullosamente argento de la Ley de cupo femenino y acceso a festivales). Todos hechos marginados del guión de “Rompan todo” porque gran parte de la producción se realizó el año pasado, o quizás porque ni siquiera interesó.

Como sea, el documental está ahí, a disposición de quien guste verlo (siempre y cuando tengas usuario en la plataforma, claro). Al que conozca esta historia, la serie no le ofrecerá muchas novedades (quizás ninguna). Al que no la conozca, le arrimará alguna info. Pero hay una buena noticia para ambos casos: existen decenas y decenas de documentales que buscan historizar este fenómeno cultural con la lupa más cerca o más lejos, con distintos tipos de metodologías y de rigores, y que, en última instancia, confirman la certeza de que no hace falta romper todo (ni siquiera algo) para saber de qué se trata eso que hace ya siete décadas se conoce como rock. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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