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5 de febrero de 2021 | Historia

1922 - 1928

La presidencia de Marcelo T. de Alvear

La fallida conspiración destituyente urdida por la oposición conservadora contra Hipólito Yrigoyen, publicitada a través de sus voceros privilegiados –La Nación, La Prensa y Crítica– y la decisión del anciano caudillo radical de allanar el camino para una conclusión pacífica de su mandato, a través de la postulación de Marcelo T. de Alvear...

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por:
Alberto Lettieri

...como candidato de la UCR, potenciaron la tradicional fractura política al interior del partido radical entre los “personalistas”, segmento mayoritario y popular articulado tras el liderazgo de Yrigoyen, y los “antipersonalistas”, de perfil liberal-conservador y cercanos a las posiciones de la oligarquía.

La división política en bandos antagónicos habría de ser una característica de la UCR a lo largo de toda su historia. A principios de siglo, los “azules” o “galeritas”, de tendencia más conservadora y origen social de clase media alta, eran muy fuertes en la Ciudad de Buenos Aires, mientras que los “grises”, más populares y de clase media baja, predominaban en la provincia de Buenos Aires. En 1916, la designación presidencial de Yrigoyen estuvo comprometida por la grave fractura interna de la UCR, entre personalistas (yrigoyenistas) y antiyrigoyenistas, a punto tal que los opositores internos de Yrigoyen que fueron elegidos para participar del Colegio Electoral que debía designar al nuevo presidente se negaban a otorgarle su voto. Esta crisis interna se profundizó en los años siguientes, con la ruptura de un importante sector del antipersonalismo, que creó la UCR Unificada, bajo la conducción del santafesino Enrique Mosca, quien accedería a la gobernación de su provincia en 1920 y 1924.

Debido a la actitud enérgica de Yrigoyen, la victoria de la fórmula presidencial Alvear - Elpidio González –de extracción yrigoyenista–, en 1922, no se vio entorpecida: obtuvo 450 mil votos contra 200 mil de la conservadora Concentración Nacional.

Alvear desarrolló una gestión presidencial diferenciada, tanto en estilo como en contenido, de la de Yrigoyen, aunque con una tendencia compartida a la utilización de la herramienta de la intervención federal. De hecho, Alvear dispuso diez intervenciones provinciales, siete por decreto y tres por ley.

Por el contrario, su estilo político evidenció una clara vocación de diálogo y voluntad de establecimiento de alianzas y acuerdos políticos con otras fuerzas, en particular con los socialistas y demócratas progresistas. Tanto la capacidad de liderazgo del nuevo presidente como su tendencia a asociarse con estos sectores más reformistas del arco político confirmaron la inexactitud de los pronósticos previos sobre sus cualidades y orientación política.

Alvear desalentó el crecimiento de la burocracia y limitó la presencia de militantes radicales personalistas en el gabinete. Claramente, asignó mayor autonomía a ministros y secretarios de lo que había hecho Yrigoyen. El ministro Nicolás Matienzo se encargó de la coordinación de un gabinete compuesto por actores cercanos a Alvear y de extracción social más alta respecto del que había secundado a Yrigoyen. No faltaban allí Manuel Domecq García –presidente de la organización parapolicial Liga Patriótica Argentina, especializada en el fusilamiento de trabajadores durante la Semana Trágica– ni el general Agustín Pedro Justo, quien venía desempeñándose como presidente del Colegio Militar desde 1915 y estaba claramente alineado dentro de la vertiente antipersonalista de la UCR. Con esta designación, Alvear habilitaba el ingreso de las Fuerzas Armadas a la alta política institucional de la nación, cuyas funestas consecuencias habrían de lamentarse a lo largo del siglo XX.

Las tímidas políticas sociales impulsadas por Yrigoyen fueron atenuadas aún más por el gobierno de Alvear, preocupado más por incrementar la producción agrícola, considerada por el mandatario como pilar de la riqueza nacional. No es casual que el predominio agrícola - ganadero se mantuviera durante todo su gobierno. Esta convicción no resultó una traba, sin embargo, para el impulso de decididas políticas de estado que favorecieron un inédito establecimiento de industrias norteamericanas, alemanas e inglesas, que crecieron de manera exponencial durante su presidencia.

En materia petrolera, Alvear decidió profundizar los primeros pasos que Yrigoyen había implementado a través de la creación de YPF. En tal sentido, se alcanzaron avances significativos con el desarrollo de la destilería de La Plata y se encargaron estudios para impulsar la energía mareomotriz.

En la medida en que Alvear demostraba su pericia en la gestión y su accionar autónomo frente a las pretensiones de Yrigoyen, el enfrentamiento entre ambos resultó inevitable. Esto, a su vez, condujo a una fractura de la UCR, que resultó indisimulable a partir de 1924.

El líder del radicalismo antipersonalista fue Leopoldo Melo. Se destacaron también Vicente Gallo, Tomás Le Bretón, José Tamborini, José Crotto, los principistas de Entre Ríos, encabezados por Miguel Laurencena, y el futuro presidente Roberto Ortiz. Los antipersonalistas cuestionaron primero el estilo de liderazgo y luego el liderazgo mismo de Yrigoyen, reivindicando la consigna de “impersonalidad” de la coalición, levantada por Alem, que, según se ha indicado, juzgaba muy críticamente la pretensión de alcanzar el predominio personal desmedido que evidenciaba su sobrino Hipólito Yrigoyen. Dentro del espacio antipersonalista se incluía una fuerza política provincial, el lencinismo, corriente mendocina creada por José Néstor Lencinas, el “gaucho”, miembro fundador de la UCR nacional y participante de las revoluciones radicales de 1893 y 1905, que se había alejado del partido por sus diferencias con Yrigoyen. Si bien Alvear fue un referente obligado de esta coalición, mantuvo su independencia y no manifestó su apoyo orgánico.

Para 1925, la Unión Cívica Radical antipersonalista había constituido su propio Comité Nacional. Ya en las elecciones parlamentarias de 1926 concurrió con candidatos propios y se ubicó como segunda fuerza nacional con 218 mil votos, detrás de la UCR “personalista”, que obtuvo 338 mil. Como los conservadores se habían ubicado terceros con 160 mil votos, la alianza de conservadores y antipersonalistas aparecía como una posibilidad cierta para obtener la victoria con miras a las elecciones presidenciales de 1928.

Igualmente, por entonces, el apoyo de Alvear al antipersonalismo era condicionado. Cuando, en 1926, los antipersonalistas intentaron intervenir la provincia de Buenos Aires para afectar las posibilidades electorales del yrigoyenismo, Alvear se negó drásticamente a avalar la iniciativa, lo que condenó a los disidentes a un grave revés electoral.

Entre los exponentes del personalismo yrigoyenista, en tanto, figuraban Horacio Oyanarte, el vicepresidente Elpidio González, Délfor del Valle, el gobernador de Buenos Aires José Luis Cantilo y un grupo de jóvenes liderados por Diego Luis Molinari.

En 1927, y en vistas de la inminente sucesión presidencial, el antipersonalismo proclamó la fórmula Leopoldo Melo - Vicente Gallo, que fue apoyada inmediatamente por la Confederación de las Derechas, unificadora de todo el espectro conservador nativo como también por

un amplio arco de sectores reaccionarios extrapartidarios dispuestos a evitar a cualquier costo el triunfo de la fórmula personalista compuesta por Hipólito Yrigoyen y Francisco Beiró. La competencia electoral entre dos fórmulas que se reclamaban como radicales mostraba a las claras la gravedad del desgarramiento de la UCR, producto de las contradicciones sociales internas que habían acompañado al partido desde sus orígenes.

Nacida de la Revolución del Parque, en 1890, la UCR nucleó en su seno a un conglomerado heterogéneo de clases medias altas, medias bajas y sectores populares urbanos en ascenso, sumados a algunos miembros progresistas de la oligarquía, coincidentes en su crítica a la corrupción pública y en la vigencia efectiva de las instituciones republicanas. En los años posteriores, la lucha contra el fraude del régimen oligárquico se constituyó en su bandera, concibiéndose, en opinión de Yrigoyen, como un movimiento de reparación moral y a favor de una vigencia efectiva de la constitución nacional.

Paradójicamente, la aplicación de la ley Sáenz Peña marcó simultáneamente el éxito y el inicio de la debacle para la UCR. En efecto, la vigencia efectiva de la transparencia electoral posibilitó el ascenso del radicalismo a la presidencia, pero la UCR mostró luego estar privada de un programa partidario articulador, ya que las consignas que habían posibilitado la unión del conglomerado social heterogéneo que componía al partido ya habían sido satisfechas antes de su acceso al poder. Esto quedó evidenciado rápidamente, por ejemplo, en el veto que los antipersonalistas pretendieron imponerle a Yrigoyen en el Colegio Electoral, para impedir su acceso a la presidencia. A partir de entonces, la UCR se fracturó inevitablemente en dos constelaciones políticas: un segmento conservador institucionalista –conservador en su orientación, institucionalista en su discurso, dispuesto a sumarse a emprendimientos reaccionarios, como durante la Década Infame, la oposición sistemática al movimiento nacional y popular o su reiterado respaldo a dictaduras cívico - militares-, antiindustrialista y entusiasta defensor del modelo agrario oligárquico, y otro segmento, más nacional y popular en su composición, pero carente de un programa de transformación concreto, que inevitablemente terminaría abrevando en el cauce del peronismo, años más tarde. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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