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13 de febrero de 2021 | Literatura

El supremo entrerriano

La cabeza de Ramírez (capítulo XIII)

Intenté despertarte y volverte a la clara comunión de los anhelos compartidos. Todo fue en vano: tu caprichoso cabello sumergía, en su intrepidez, el contorno de tu alma.

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por:
Juan Basterra

Una costumbre que Ramírez inauguró en sus amores con la Delfina, fue la redacción de cartas. Cartas de amor, por supuesto, porque para las otras comunicaciones -partes de guerra, proclamas, bandos y pedidos- ya tenía la mano certera y pronta; cartas cargadas de una sensualidad pudorosa y tan alejada de los arrebatos de sus noches compartidas, como las tierras del Brasil a las que su amada no regresaría nunca jamás.

Las escribía en papel amarillo con membrete bordó durante cada descanso de las tropas y, muchas veces, en la misma proximidad de la Delfina. Algunas eran breves esquelas; otras, largas descripciones de la singularidad de su amor, como aquella en la que había escrito:

Amada de los cielos: esta noche no he podido dormir. Tú estabas, en la distancia que la noche pone entre dos seres, demasiado lejos de mí, demasiado aislada, y de tu mejilla habían huido los colores con los que la luz adorna tu hermosura; de tu talle, el porte enhiesto que tanto te señorea. Por la ventana entraba la débil y marmórea luz de la luna. Me acodé sobre mi costado para mirarte. Un leve temblor de tus labios me dijo que soñabas. Tuve celos de ese mundo vedado para siempre a mis miradas, desvinculado eternamente de todo aquello que nos aproxima y nos funde en una sola llama, a miles de leguas de las tierras que tu silueta ennoblece.

Intenté despertarte y volverte a la clara comunión de los anhelos compartidos. Todo fue en vano: tu caprichoso cabello sumergía, en su intrepidez, el contorno de tu alma.

Esta noche he sentido la condenada soledad del amor, la imposibilidad de la posesión total de tu continente, el sino del náufrago en medio del cruel océano que lo circunda. Tal es mi condena y mi martirio.

Amándote, más allá de los sueños, la dicha y la tristeza.

Francisco (www.REALPOLITIK.com.ar).


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Juan Basterra, La cabeza de Ramírez

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