Nacionales
1828
Los unitarios y el fusilamiento de Dorrego
La Sala de Representantes porteña designó como gobernador a Manuel Dorrego, en el mes de agosto de 1827. A diferencia de la mayoría de los caudillos federales, Dorrego procedía del ámbito comercial urbano. Su proyecto era el de un país republicano y federal, donde se respetasen las economías regionales.
La calamitosa herencia financiera que le había dejado Rivadavia tiñó su gestión de una drástica estrechez económica. Para peor, el Banco Nacional, compuesto por capitales de británicos y opositores, le negó su apoyo para solventar la continuidad de la guerra con el Brasil. Dorrego debió recurrir a una salida negociada. Inglaterra ofició como mediadora, y así finalmente impuso su proyecto de creación de un estado tapón: la Banda Oriental. Esta solución, que incluía el pago de pesados resarcimientos al Brasil, debilitó a Dorrego y alimentó la voracidad de los unitarios, que concibieron entonces un plan macabro, consistente en la designación de Lavalle como gobernador por parte de una asamblea de vecinos porteños adinerados, en abierta contraposición con la legislación vigente, y la destitución y ejecución de Dorrego y de Juan Manuel de Rosas. Lavalle objetó únicamente este segundo crimen, ya que Rosas había sido su hermano de lactancia.
Rosas, alarmado por el grave cariz que estaban tomando los hechos, aconsejó sin éxito a Dorrego refugiarse en la provincia de Santa Fe, para organizar sus fuerzas y contraatacar. El 1 de diciembre de 1828, Lavalle depuso a Dorrego y lo fusiló el 13 de diciembre, siguiendo las terribles instrucciones redactadas por Salvador María del Carril un día antes: “La prisión del general Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil. La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla”.
La anarquía se profundizó. Lavalle invadió la provincia de Santa Fe, en persecución de Rosas, que se había refugiado allí, al tiempo que ordenó la matanza de más de mil federales en el sur bonaerense. Su ministro de Guerra, el general José María Paz, lo abandonó en su campaña santafesina y marchó con su ejército hacia Córdoba para deponer al gobernador Bustos. Sin caballada y escasas de víveres, las tropas de Lavalle fueron derrotadas por Rosas y el gobernador Estanislao López en la batalla de Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829. A continuación, los vencedores marcharon hacia Buenos Aires y le pusieron sitio.
Aislado, Lavalle intentó convencer a San Martín, quien había retornado y se encontraba de incógnito en el puerto a bordo de un barco, disgustado con el curso de la política criolla. La negativa fue rotunda: “El general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. A cambio, le sugirió rendirse para ahorrar nuevas víctimas a la sociedad argentina. A continuación, el héroe de los Andes retornó definitivamente al exilio.
Lavalle decidió entonces negociar la pacificación con Rosas, acordándose en el Pacto de Cañuelas el 24 de junio de 1829 una convocatoria a elecciones, en las que se presentaría una lista de unidad entre federales y unitarios. Desconociendo el acuerdo, el general Alvear presentó una lista unitaria y obtuvo la victoria por medio de un grosero fraude, tras perpetrar 43 asesinatos. Rosas reclamó airadamente y Lavalle anuló los comicios. El nuevo acuerdo –Pacto de Barracas– dispuso la designación como gobernador del federal Juan José Viamonte, quien asumió el 26 de agosto. Lavalle se retiró entonces a territorio uruguayo y, en el mes de diciembre, la Sala de Representantes designó a Rosas como gobernador. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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