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16 de abril de 2021 | Historia

Pasado financiero

La economía y la sociedad argentina a principios del Siglo XX

Con excepción de la forzada renuncia de Juárez Celman en 1890, las crisis políticas que vivió la Argentina a lo largo de toda su historia no estuvieron basadas únicamente en situaciones económicas adversas.

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por:
Alberto Lettieri

El fin del régimen conservador-oligárquico instaurado en la segunda mitad del siglo XIX fue consecuencia de circunstancias basadas en los cambios políticos y sociales. Observado desde la macroeconomía, el estado de las cuentas públicas era aparentemente muy bueno; el país vivía una etapa de euforia para los sectores dominantes, que se adueñaban de casi toda la riqueza mientras la industria de la construcción crecía aceleradamente, y en ello jugaban un rol impulsor tanto las nuevas capas medias como una oligarquía que edificaba enormes residencias, como el actual Palacio San Martín, sede de la Cancillería argentina, erigido por la familia Anchorena.

Sin embargo, desde 1900 se volvió a los déficits fiscales con picos en los años 1905, 1910, 1911 y 1914. Y el fenómeno de los balances de pago con superávits solo era posible por un creciente endeudamiento, sobre todo a partir de 1903.

El ingreso de capitales se reanudó ese año después del freno que significaron la guerra de los Boers en Sudáfrica y la Rebelión de los Boxers en China, que concluyeron en 1902 y 1901, respectivamente. Como contrapartida, ambos conflictos hicieron que subieran los precios de algunos productos primarios argentinos. Ingresos por exportaciones más la llegada de oro para operaciones financieras aseguraron resultados favorables en la balanza de pagos. Otro hecho importante que desahogó las cuentas fue el acuerdo con Chile de 1902, conocido como “Pactos de Mayo”, que descomprimió los temores de los prestamistas. Eso hizo que en 1903 comenzaran a afluir a la caja de conversión mayores reservas que las necesarias para pagar las deudas anteriores y que se acelerase el proceso de emisión monetaria hasta 1914. Así como en 1909 el precio de los cereales había subido, un año después comenzó a disminuir generando un déficit comercial que fue acentuando un proceso recesivo que incluyó un freno en la industria de la construcción vinculado a la burbuja inmobiliaria que había hecho disparar los precios de las propiedades. El superávit comercial de 1911 y 1912 no alcanzaba para pagar los servicios de la deuda, y en 1913 ni siquiera la llegada de capitales del exterior (menor a años anteriores por las guerras de los Balcanes) pudo resolver la situación. En 1914 el gobierno no tuvo más opción que dejar sin efecto la convertibilidad de la moneda.

Ya en 1871, como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla, se había impulsado la creación de grandes edificios señoriales en el barrio del Belgrano –que por entonces no formaba parte de la ciudad–, adonde se habían trasladado la mayor parte de las familias aristocráticas que abandonaron sus antiguas casonas de San Telmo y aledaños. Esas viejas casonas abandonadas fueron ocupadas, progresivamente, por inmigrantes, dando lugar a los conventillos. Se trató de un fenómeno similar al de la Florencia prerrenacentista contado por Giovanni Bocaccio en El Decamerón. Los ricos se trasladaron a Belgrano y sus propiedades en la zona sur de la ciudad pasaron a ser un negocio rentístico que se prolongó por décadas. El ejemplo, sin pestes mediante, se expandió a Bahía Blanca y Rosario, imitando también a ciudades estadounidenses, como Nueva York y Chicago, o europeas, como Glasgow, Dublín y París. Algo que también había ocurrido en la Roma tardía, desde comienzos del siglo IV, aunque en ese caso más similar a los actuales “okupas”. Los habitantes de los conventillos llegaron a ser algo más del 8 por ciento de la población del país, ya que del 1.726.737 de habitantes registrados por el censo de 1904, los ocupantes eran 138.188, repartidos en 2.462 edificios, es decir, poco más de 56 personas en cada uno como promedio. La situación habitacional era, a todas luces, un problema.

Entre agosto y diciembre de 1907, ante el encarecimiento de las locaciones, se desató la llamada “huelga de los inquilinos”, gigantesco movimiento en el que participaron más de 140 mil personas, que habitaban 2.400 conventillos de Buenos Aires, Rosario y Bahía Blanca. La huelga duró casi tres meses, y finalmente fue derrotada, apelando a los desalojos y a la represión policial. El gobierno aplicó generosamente la Ley de Residencia, aprobada en 1902, que disponía la expulsión del país de los extranjeros que se involucrasen en actividades políticas o sindicales, y deportó a numerosos huelguistas. Como contrapartida, en 1915, el diputado radical Juan Cafferata lanzó un plan de construcción de barrios populares, uno de los cuales, en la zona centro-sur de la capital, hoy lleva su nombre. El proyecto Cafferata fue el primer programa público de viviendas para los sectores de menores recursos.

En 1912, cinco años después de que la explotación rentística de los grandes propietarios urbanos desatara la referida “huelga de los inquilinos”, se produjo la reacción masiva de los pequeños productores agropecuarios con una protesta que involucró a más de 120 mil manifestantes en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe y en el entonces Territorio Nacional de La Pampa. La protesta, que arrancó el 25 de junio de 1912 y se prolongó durante unos tres meses, fue llamada “Grito de Alcorta”. De esa surgió la Federación Agraria Argentina (FAA) como alternativa a la oligárquica Sociedad Rural Argentina (SRA) y, como remate, los arrendatarios que trabajaban los predios de los terratenientes lograron avances contractuales en cuanto a valores de las locaciones, libertades para la comercialización de sus producciones y otros puntos reclamados. Estos campesinos, a los que les quedaba menos de una cuarta parte del resultado de su trabajo, fueron avanzando de esa manera a lo largo de sucesivos gobiernos hasta que, durante la primera gestión de Juan Domingo Perón, pudieron concretar masivamente el acceso a la propiedad.

Las dos décadas transcurridas entre 1893 y 1913 representaron el período más prolongado de crecimiento argentino, aunque desigual. La llegada de la Gran Guerra, luego denominada Primera Guerra Mundial, significó un fuerte sacudón que interrumpió el proceso. La inconvertibilidad de 1914 fue la tercera en la historia argentina, tras las de 1876 y 1895; curiosamente, entre la primera y la segunda, y entre la segunda y la tercera, transcurrieron, en cada caso, diecinueve años. El parate, que se prolongó hasta 1917, llegó cuando la Argentina había logrado extender su superficie productiva a casi 21 millones de hectáreas, para lo cual fue de mucha importancia la extensión de las líneas férreas, que superaba los 31 mil kilómetros. La producción primaria superaba el 32 por ciento, triplicaba a la industrial y superaba en algo más de seis veces al producto de la construcción y en cinco veces al del transporte, fundamentalmente ferroviario. En ese marco llegó a su fin la superestructura política del modelo conservador instaurado varias décadas antes. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Historia Argentina, Alberto Lettieri

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