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14 de mayo de 2021 | Historia

El inicio de un ciclo

El nacimiento de la UCR y el suicidio de Leandro N. Alem

Si bien la “Revolución del Parque” de 1890 no tuvo éxito en el terreno de las armas, tuvo importantísimas consecuencias políticas.

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por:
Alberto Lettieri

El presidente Miguel Juárez Celman debió renunciar, en medio del escándalo producido por las estafas de los bancos garantidos –autorizados a imprimir su propia moneda- y los múltiples casos de corrupción avalados por su gobierno. En su reemplazo asumió el vicepresidente, Carlos Pellegrini, con el visto bueno del poder financiero.

Quedaba en claro que no existía voluntad para realizar cambio alguno en la estructura del régimen oligárquico. Sin embargo, algo se había roto: pese al fracaso de la Revolución del Parque, la sociedad ya no estaba dispuesta a seguir tolerando las prácticas aberrantes de la dirigencia oligárquica. La consigna levantada por la Unión Cívica, “fin del gobierno corrupto y libre sufragio”, mantenía toda su actualidad. Sin embargo, su composición la inhabilitaba para perseguir tales objetivos. Leandro Alem y Bartolomé Mitre expresaban dos maneras muy diferentes de entender la política.

La ruptura se produjo en ocasión de las elecciones presidenciales de 1892. Tras negociar una fórmula en común con Alem, Mitre deshonró su palabra y cerró un acuerdo con Roca. Alem, entonces, decidió fundar la Unión Cívica Radical, para impulsar sin condicionamientos su programa de elecciones libres y transparencia en el manejo de lo público. Poco después, la Convención de la flamante UCR proclamó la fórmula presidencial Bernardo de Irigoyen-Juan Garro. Consciente de que una nueva política exigía implementar nuevos métodos, Alem abordó la pesada tarea de organizar una estructura partidaria a nivel nacional e implementó la primera campaña electoral de la historia argentina, recorriendo varias provincias.

Al interior de la gestión, el presidente del Banco Nacional, Roque Sáenz Peña, planteaba la necesidad de emprender una profunda reforma política que permitiera poner fin al fraude electoral y al caudillismo. Sus puntos de vista fueron ganando adeptos dentro de un naciente sector modernizador oligárquico, que consideraba preferible llevar adelante una reforma preventiva por iniciativa propia, en lugar de llegar a ella como resultado de la presión de Alem y su UCR. Conservar la iniciativa política; ahí estaba la clave del éxito. Roca se oponía drásticamente a esta iniciativa, y más aún cuando Pellegrini comentó su deseo de promover a Roque Sáenz Peña como sucesor.

Ahí entró a tallar Mitre, quien le ofreció la candidatura presidencial de la alianza PAN-UC a Luis Sáenz Peña, padre de Roque, acompañado de José Evaristo Uriburu como vice. La aceptación de su padre como candidato provocó el renunciamiento de Roque Sáenz Peña. Roca había ganado eliminando la alternativa reformista, y contaría ahora con un presidente dócil y de poco vuelo para imponerle su tutela.

Pellegrini, frustrado en su rol de gran elector, decidió acercarse nuevamente a Roca, y a pocos días de las elecciones denunció un siniestro plan revolucionario de los radicales, implantó el estado de sitio y encarceló a varios de sus dirigentes, incluyendo al candidato presidencial y al presidente del Comité Nacional. Inmediatamente el radicalismo levantó sus tres banderas: “Abstención, intransigencia y revolución”, concluyendo en que su participación electoral en tales condiciones solo servía para legitimar el fraude.

En términos sociológicos, la UCR de Alem pretendía expresar los intereses y expectativas de una numerosa clase media, progresista y educada, que exigía el reconocimiento de su ascenso social a través de su inclusión en la vida política. Para eso, era indispensable forzar la reforma política a través de la protesta armada, ya que quedaba en claro que la oligarquía, por iniciativa propia, jamás les franquearía el ingreso a la conducción institucional. Sin embargo, esa clase media que pretendía compartir el poder, no dejaba de profesar su admiración por esa oligarquía principesca que exhibía sin tapujos su riqueza y su decadencia moral. Distinta era la consideración que, a los ojos de esos mismos sectores medios, merecían los inmigrantes europeos, a los que condenaban por su “ignorancia” y “brutalidad”, por un afán de ascenso social que calificaban de injusto por sus bruscas prácticas huelguísticas. Arturo Jauretche los definiría más adelante como el “mediopelo argentino”, esas clases medias que miraban el mundo a través de la óptica de la oligarquía, pero cuya ilusión se destruía al momento de pagar el alquiler.

En 1893, la UCR intentó transformar en realidad su consigna y apostó a la revolución cívico-militar. Si bien Alem era considerado como una figura de culto dentro de la UCR, varios de sus referentes más destacados juzgaban que su tendencia a implementar prácticas participativas al interior del partido debilitaba el liderazgo sólido y ejecutivo que exigía una fuerza revolucionaria. En 1893, su sobrino Hipólito Yrigoyen y Aristóbulo del Valle, quien se desempeñaba por entonces como ministro de Guerra de Luis Sáenz Peña, decidieron hacer a un lado al fundador de la UCR y tomar a su cargo la organización de la revolución. A diferencia de lo que sostenía Alem, Yrigoyen y Del Valle consideraban que la estrategia más adecuada para liquidar al régimen oligárquico no consistía en intentar derrocar al gobierno de un golpe de mano, tal como se había pretendido en 1890, sino mediante la desestabilización de las situaciones provinciales, generando insurrecciones que provocaran la intervención federal y la posterior realización de elecciones libres, respetando la legalidad constitucional. Alem, en tanto, siguió con su proyecto revolucionario sin plan, tal como era su característica. Después de un comienzo favorable, las revoluciones fracasaron producto de la mala organización y de un internismo autodestructivo, que sería característico de la UCR desde entonces, en adelante.

En 1895, un desolado Alem le confiaba en una carta a un amigo: “Los radicales conservadores se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña, y los radicales in-transigentes nos iremos a la mismísima mierda”.

 El 1 de julio de 1896, Leandro Alem se suicidaba, desmoralizado por la derrota, la división interna del partido y la ambición de su querido sobrino Hipólito Yrigoyen, a quien terminó calificando como un “canalla”, comprometido ante todo con su propio proyecto personal. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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