
Interior
La última semana no fue buena para el Frente de Todos. Los reiterados disparates de Alberto Fernández cada vez que tiene cerca un micrófono son una amenaza letal para la credibilidad de un gobierno que insiste en diluir su decreciente autoridad y consideración pública a cada paso.
Ni siquiera es capaz de aprovechar los dislates y cortocircuitos de la oposición, que celebra con asombro cómo la administración nacional se autoinflinge el deterioro que Juntos por el Cambio no consigue provocar.
Hay muchísima preocupación en la coalición gobernante. En el entorno del presidente no consiguen explicarse cómo el presidente, que ha sido tradicionalmente un sujeto cauto y racional al momento de diseñar sus apariciones públicas, ha caído en esta especie de descontrol psiquiátrico que lo lleva a dispararse en los pies cotidianamente.
A diferencia de sus correligionarios y antecesores Fernando de la Rúa o Arturo Illía, que fueron objeto de campañas de desprestigio y caricaturización orquestadas por quienes pretendían derribarlos, Alberto hasta se encarga de producir sus propios memes. En su afán de controlar todo, no sólo pasa por encima o desautoriza a sus funcionarios: también ha asumido la jefatura de prensa de una conspiración destituyente, imaginaria o no.
A excepción de Leandro Santoro y Santiago Cafiero, nadie sale a poner el pecho para defenderlo. Algunos porque no quieren quedar pegados al ridículo cotidiano a que los expone Alberto y pretenden continuar con su carrera política una vez que concluya esta experiencia. Otros porque no ven la hora de se vaya. Eduardo Duhalde una vez más fue el centro de las críticas cuando afirmó que haría todo lo posible para que este gobierno terminara lo antes posible. Pero muchos de los que salieron a pedir su cabeza no dejan de desear que tenga éxito.
Cristina Fernández de Kirchner hace mucho que no habla, ni siquiera a través de sus impactantes cartas. Máximo es un desaparecido de los medios; Axel se concentra en la provincia; Sergio Massa en poner orden a las demandas sindicales y tratar de equilibrar un frente externo demolido por el accionar zigzagueante de una Cancillería que no existe y de un presidente al que no le alcanza el tiempo para crearse nuevos enemigos y hundirse en el descrédito internacional.
Los “funcionarios que no funcionan” se han multiplicado, en gran medida por la insistencia presidencial en hacer saltar los tapones de la instalación de su gabinete. El presidente es la corporización de la imprevisibilidad. Sino que lo cuente el ministro Nicolás Trotta, quien se enteró, dos meses atrás, por el anuncio presidencial, que se dispondría el fin de la presencialidad por DNU, cuando sólo un par de horas antes la había sostenido públicamente y a rajatabla con el aval del primer mandatario.
El último viernes, después de largos días de confrontación con el gobierno de la CABA, con el ministro sosteniendo la tesis de la virtualidad, se enteró de improviso, por un nuevo anuncio presidencial, del cambio de 180 grados en la posición oficial. Lo mismo pasa con el ministro Martín Guzmán, a quien lo elogiaban por su disciplina fiscal y ahora lo mantienen en cuarentena por el mismo motivo.
El gobierno no tiene brújula porque el presidente se encuentra desbordado, intelectual y emocionalmente. Tal es así que la oposición ni siquiera encuentra razones para bajar los decibeles de la interna furiosa que despliega de cara a las elecciones de 2023.
A uno y otro lado de la grieta, sólo importa la sucesión presidencial. Para ello, hay que obtener resultados adecuados este año. Para todos sería una bendición que las elecciones de 2021 se suspendieran. Son un escollo incómodo.
Cuando todo parecía estar más o menos controlado, en una especie de calma chicha, las últimas encuestas que llegaron al Frente de Todos generaron enorme preocupación. Lo que se daba por descontado –la victoria electoral en la provinica de Buenos Aires– ahora está sumamente comprometido. Y a esto se suma la reaparición de Florencio Randazzo –que es la incertidumbre misma en cuanto a su capacidad de arrastre de votos disconformes del Frente de Todos– y la integración de José Luis Espert y los libertarios a Juntos por el Cambio.
La desesperación tiene cara de hereje, afirma el saber popular. Por esta razón –y a instancias de Cristina y Máximo– Axel Kicillof decidió súbitamente desconocer los consejos de su mesa sanitaria y anunció, encuestas en mano y en un pase de magia, el retorno a la presencialidad en la provincia. ¿Y el termómetro epidémico? Al cajón de los proyectos políticamente inviables.
Así como la cuarentena se impuso por decreto, ahora las autoridades nacionales, provinciales y municipales de todos los signos políticos han decidido que la pandemia finalizó. Justo cuando llega el invierno y los especialistas aseguran que, con la apertura casi total que se pronunciará en las próximas semanas, los indicadores que habían conseguido disminuirse en el AMBA volverán a dispararse hasta picos desconocidos.
Lo que en el mundo sería considerado como un absurdo, es perfectamente concebible en el realismo mágico de la Argentina: un virus inteligente y mutante será derrotado por una decisión administrativa.
¡Pizza, moscato y good show! (www.REALPOLITIK.com.ar)
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