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2 de julio de 2021 | Historia

El período infame

Nacionalismos y revisionismos en la Argentina en la década de 1930

La consolidación del régimen fraudulento de la Década Infame promovió la adopción de nuevas formas de lucha por parte de sus opositores. Una de ellas fue cultivar el revisionismo, la “otra historia”, para reivindicar el federalismo del siglo XIX desde obras de Busaniche, Enrique Barba, Carlos Caballero, Dardo Corvalán Mendilaharzu y Diego Molinari.

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Alberto Lettieri

Si bien nacionalistas católicos como Manuel Gálvez, Rómulo Carbia y Carlos Ibarguren habían empezado algunos años antes a redescubrir los méritos de Rosas y su obra, fue en 1934, con la edición del libro de Julio y Rodolfo Irazusta La Argentina y el imperialismo británico, cuando empezaron a vislumbrarse puntos de coincidencia entre ambos grupos, tanto en su perspectiva revisionista como en su condena a la dependencia del Reino Unido. Un año después FORJA (Fuerza de Organización Radical Joven Argentina) plantearía sus postulados desde un nacionalismo popular antiimperialista. 

Sin embargo, no todas eran coincidencias entre ambas corrientes. Por el lado de los católicos, la reivindicación de Rosas debía esperar, en tanto se podía confundir con una glorificación a Yrigoyen. Aunque La Fronda, de Francisco Uriburu, y La Voz Nacional, de Juan Emiliano Carulla, fueron los primeros periódicos con impronta nacionalista, fue con La Nueva República en 1927 que el nacionalismo amplió su presencia, hasta ser una obligada referencia intelectual del golpe de 1930.

Dicha publicación contó con Rodolfo Irazusta como director, Ernesto Palacio como jefe de redacción y Juan E. Carulla, Julio Irazusta, Mario Lassaga, César Pico y Tomás Casares como colaboradores. También desde la revista Criterio, que se lanzó en 1928 con la dirección de Atilio Dell’ Oro Maini, se expresaron las plumas nacionalistas católicas. A los citados Casares, Pico y Palacio, se agregaron Ignacio Braulio Anzoátegui, Manuel Gálvez, Enrique Pedro Osés, y 162 Alberto Lettieri, los sacerdotes Juan Ramón Sepich, Leonardo Castellani y Julio Meinvielle, entre otros.

La influencia de Ramiro de Maeztu, embajador de España en la Argentina, fue decisiva para el grupo de nacionalistas que conjugaron su ideología con el hispanismo católico. Los sectores nacionalistas intentaron influenciar al general José Félix Uriburu, un “nacionalista sin pueblo”, pero fueron relegados por sectores conservadores de la vieja oligarquía. 

Los años 30 marcaron a los nacionalistas católicos, aunque con fracasos a cuestas, en su visibilización de producciones claves del revisionismo histórico. La revista Criterio tomó nuevos bríos de la mano de monseñor Gustavo Franceschi. Ya en 1930, bajo la dirección de Enrique P. Osés, apoyó el golpe septembrino. Otra vía fueron los Cursos de Cultura Católica en 1932 para mejorar el nivel intelectual de los católicos argentinos. Los cursos contaban con un programa que incluía clases de liturgia, historia de la Iglesia, de las Santas Escrituras y Filosofía, y alcanzaron su máxima popularidad entre 1932 y 1942.

Esta tendencia se potenció decididamente con el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, que sorprendió por su respuesta en las masas argentinas. Las consecuencias del Pacto Roca-Runciman, no pasaron desapercibidas para el revisionismo católico.

Al año siguiente a la firma del Pacto se editó La Argentina y el imperialismo británico, de Julio y Rodolfo Irazusta. Allí se analizaban las características coloniales del acuerdo y cómo se repetía la dependencia desde la época de Rivadavia. Del lado de los clérigos revisionistas se destacaron los sacerdotes Guillermo Furlong y Leonardo Castellani, notable escritor, quien tuvo presente a Rosas en sus cancioneros y escritos periodísticos. Pero hubo sacerdotes y laicos cuya preocupación se centró más en la amenaza del comunismo, la Guerra Civil Española, el III Reich y la cuestión judía.

Los más representativos fueron los sacerdotes Julio Menvielle y Virgilio Filippo. El escritor Gustavo Martínez Zuviría, en sus novelas El kahal (1935), Oro (1935), y 666 (1942), abordó la revisión de la influencia judía en nuestro país. También Carlos Silveyra, director de Clarinada, expresó su animadversión por los comunistas, en tanto fachada del poder judío. Similares concepciones tuvo el ex socialista Ramón Doll, quien expresó: “Las llagas del país (son): judaísmo, materialismo, intelectualismo”. 

Desde el ámbito de la historiografía, los revisionistas entablaron una dura batalla con la prensa oligárquica, las publicaciones especializadas y, en particular, con los docentes del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y la Junta de Historia y Numismática Americana, desde donde figuras como Emilio Ravignani y Ricardo Levene, a la sazón presidentes de ambas instituciones respectivamente, encabezaron la 163 La Historia Argentina. Nacional y Popular corriente denominada Nueva Escuela Histórica.

Dicha corriente estaba enfrentada al rosismo, pero también al mitrismo, buscando superar ambas tendencias. Para ello, junto con Luis María Torres, Diego Luis Molinari y Rómulo Carbia, potenciaron la creación de instituciones académicas, la edición de fuentes documentales, la publicación de revistas y el afianzamiento de la historiografía científica. Como emergente de esos esfuerzos, en 1938 se creó la Academia Nacional de Historia. 

Como contrapartida, el 16 de junio de ese mismo año, se reunieron en el restaurante Edelweiss de Buenos Aires Alberto Contreras, Juan Bautista Ithurbide, Ernesto Palacio, los hermanos Irazusta, Evaristo Ramírez Juárez, Pedro Vignale, Alberto Ezcurra Medrano, Isidoro García Santillán, Raúl de Labougle y Roberto de Laferrere. Su idea era “provocar un movimiento de revisión histórica”, y para eso crearon una entidad destinada a investigar sobre el período rosista. Unas semanas después, el 6 de agosto, se creó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, con el general Ithurbide como primer presidente.

A este impulso se sumaron nuevas publicaciones, como las revistas Sol y Luna (1938), orientada por Juan Carlos Goyeneche; Nuevo Orden, de Ernesto Palacio (1940), y Nueva Política (1940), y los periódicos El Pueblo (católico), Cabildo, Pampero y Clarinada, entre otros. 

Fue un momento rutilante, con reediciones de obras de Carlos Ibarguren y difusión de la producción de Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Vicente Sierra y Manuel Gálvez. Ernesto Palacio publicó Catilina (1935), La Historia falsificada (1939) y, muy posteriormente, su Historia de la Argentina (1954). Julio Irazusta, en paralelo, emprendió la edición de Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, de ocho tomos, en 1941.

Vicente Sierra comenzó su producción revisionista con El descubrimiento de América ante la conciencia católica (1944), El sentido misional de la conquista de América (1942) y Rosas (1943). Manuel Gálvez, por su parte, se destacó con La vida de Don Juan Manuel de Rosas (1940), que llegó a ser un éxito de ventas. La Segunda Guerra Mundial y la revolución del 4 de junio de 1943 tuvieron como protagonistas a este grupo de nacionalistas ligados a las letras y las nuevas ideas y miradas. De la Segunda Guerra Mundial, como sostenedores de la neutralidad o, algunos más audaces, en apoyo al Eje. De la revolución del 4 de junio, como ideólogos y colaboradores. La asonada militar tuvo a nacionalistas católicos en el gobierno. Carlos Ibarguren sostuvo que dicha revolución “proclamó como bandera, el mismo día del estallido, los anhelos nacionalistas”.

Apoyaron las medidas de obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas, la disolución de los partidos políticos y el mantenimiento de la neutralidad. 

En la década de 1940, la figura del coronel Juan Perón fue tomando distancia del resto. Los nacionalistas vieron en él a un defensor de la Doctrina Social de la Iglesia y a alguien emparentado con la obra de los sindicatos católicos. Aunque también notaban el pulso modernista, plebeyo y herético del peronismo. Ambas características estallarían con los años en un conflicto inusitado.

Mientras tanto, el porteño José María Rosa transitaba un camino solitario, desde su condición de juez y radicado en la provincia de Santa Fe. Integrante inicialmente del Partido Demócrata Progresista y docente universitario, fundó en 1938 el Instituto de Estudios Federalistas, que apostó a la divulgación por medio de conferencias y vínculos con entidades afines en el país y el exterior que se proponían revisar la historia desde una perspectiva que privilegiara lo social. En 1942 publicó su primer libro de historia argentina en clave revisionista, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, inaugurando una producción extensa y fértil. 

Para 1945, “PepeRosa, ya enrolado en la corriente nacionalista que combinaba acción política y desarrollo historiográfico, se trasladó a Buenos Aires, incorporándose al plantel académico de la Universidad de La Plata. La creación de FORJA, en 1935, estuvo acompañada de una contundente definición programática: “Somos una Argentina Colonial: queremos ser una Argentina Libre”, que se acompañó rápidamente de una amplia y sólida producción que incluyó investigaciones, manifiestos y denuncias contra la red de corrupción y dependencia económica establecida por el contubernio entre los intereses foráneos y los gobiernos de turno. Publicaciones –los famosos Cuadernos de FORJA–, notas periodísticas en medios propios o afines, volantes, actos organizados de antemano o mítines callejeros improvisados: a falta de respaldo económico, el ingenio y el compromiso, dedicados a lo que consideraban como una misión superior, tuvieron que agudizarse. 

Sin embargo, el esfuerzo de difusión y captación política no evitó las disputas internas originadas por dos motivos: la vulneración de la pertenencia exclusiva a la UCR, haciendo ingresar a FORJA a personas no afiliadas al radicalismo y, ante la invasión alemana a Polonia –hecho que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial–, la consabida toma de posición de neutralidad siguiendo a Yrigoyen, pero que se oponía a la postura oficial del radicalismo, favorable al Reino Unido.

Esto último generó que Gabriel del Mazo, uno de los mentores de la Reforma Universitaria de 1918, Homero Manzi y Luis Dellepiane, el propio presidente de FORJA, renunciaran. En los otros casos se vieron avasallados por la movida de Jauretche de incorporar adherentes, especialmente a Scalabrini Ortiz, para potenciar un movimiento que superase al viejo radicalismo. 

La revolución del 4 de junio de 1943 encontró a FORJA apoyando la coacción decididamente. FORJA publicó una declaración de apoyo a la revolución y Arturo Jauretche estrechó vínculos con el entonces coronel Juan Domingo Perón y con el gobernador de Córdoba, Amadeo Sabattini. Lo que pudo ser un triunfo forjista por influenciar doctrinariamente a miembros claves del gobierno, marcó una nueva crisis por la perplejidad de varios de sus integrantes ante el proceder del nuevo régimen; a eso se le sumó la renuncia de Raúl Scalabrini Ortiz por serias diferencias con Jauretche y la relación pendular de mutuo recelo de este último con Perón.

El 17 de octubre de 1945 encontró a los forjistas adhiriendo al movimiento de masas por la liberación de Perón como símbolo de la liberación del pueblo argentino. Reafirmando su fidelidad al nuevo movimiento, acordaron su autodisolución por iniciativa de Jauretche, aunque sin la consulta a la totalidad de los afiliados. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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