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10 de julio de 2021 | Literatura

El supremo entrerriano

La cabeza de Ramírez (capítulo XXXV)

Mientras la cabeza del caudillo era recibida con júbilo en la ciudad de Santa Fe, a decenas de leguas de allí, en Santiago del Estero, las diezmadas tropas gobernadas por Anacleto Medina trataban de salvar las suyas.

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por:
Juan Basterra

La Delfina montaba un bayo de cabos negros. De su viejo dormán rojo se había deslavado el antiguo color; en su pelo comenzarían a aparecer las primeras canas. Habían dejado atrás el arroyo del Ancasmayo, que los separaba de Córdoba y la persecución amenazante de las tropas de Bedoya, pero la orden terminante de Medina era franquear la totalidad de las provincias de Santiago del Estero, Chaco y Corrientes para poder ganar el suelo de Entre Ríos.

En Santiago del Estero fueron interceptados por las fuerzas amigas de Juan Felipe Ibarra, el gobernador. Uno de sus capitanes conferenció con Medina:

- Coronel, su gente es bien recibida en nuestra provincia. Pueden tener asilo. Traemos para ustedes algo de charque, municiones, mantas y, por supuesto, el beneplácito de su excelencia.

- Le agradezco la buena voluntad, pero nuestro lugar es Entre Ríos. Así lo quiso el caudillo, y así cumpliremos su voluntad. No desperdiciaremos sus regalos, dígaselo a su gobernador. Mis hombres están casi muertos de hambre y estamos comiendo yeguas en medio del monte. Dígale a su señor jefe que el coronel Anacleto Medina no olvidará los favores recibidos, y que espera verlo, si Dios y la Virgen lo permiten, en la gloriosa República del Entre Ríos.

Algunas horas después de aquel encuentro Medina se acercó a la Delfina y le dijo:

- Señora. Haremos noche en una estancia amiga. El patrón me dijo que preparará una cama para usted. Nosotros nos arreglamos en los suelos. Descanse bien que nos queda un buen trecho.

- Como ordene, coronel -contestó la Delfina con mirada extraviada-. Esperemos que se nos reúna el general.

- Haría bien en dormir -Medina miró los ojos de la mujer-. Usted está cansada.

Esa noche durmieron todos. La mujer mereció su primer catre después de meses de piso suelto y pedregoso. Los hombres se arreglaron con el recado sobre el suelo. Al menos esta vez, tenían un techo que los protegía de las heladas nocturnas. A Medina le fue difícil encontrar el sueño. Pensó en el estado miserable de sus pobres hombres, en la vergüenza de no haber podido salvar a su jefe, en esa pobre mujer enloquecida que esperaba por su amante. Afuera piafaban algunos caballos. El recuerdo de las cargas guerreras en Cepeda puso la única sonrisa en sus labios después de un día agotador. Pensó: “porquería de las cosas. No nos queda nada, sino el honor.” Por una de las ventanas del rancho entró una brisa propicia al descanso. Medina giró sobre su cuerpo, puso su mano debajo de la cabeza, y al cabo de pocos minutos, en los que habría de recordar vagamente el rostro de su abuelo, cayó en un pozo profundo del que fue difícil rescatarlo a la mañana siguiente, antes de retomar el agreste y largo camino hacia Arroyo de la China. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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