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30 de septiembre de 2021 | Historia

Fin de una época

La caída de Rosas

Para 1850, la victoria de Rosas parecía terminante. Tenía un amplio consenso interno, contaba con manos libres para resolver la situación uruguaya y había firmado tratados de paz en condiciones inéditas con las dos principales potencias europeas, que lo había provisto de un fabuloso prestigio a nivel internacional.

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por:
Alberto Lettieri

El restablecimiento de la paz, en tanto, auspiciaba una rápida recuperación de las pérdidas generadas por los años de bloqueo y de guerra interior, y el reconocimiento de la soberanía sobre los ríos interiores le permitía aplicar a voluntad las políticas proteccionistas que beneficiaban a productores y comerciantes nacionales.

Sin embargo, el conflicto incesante parecía ser la clave de la política en América del Sur, fogoneado por Gran Bretaña, y a ello no escapaba nuestro país. Algunos días después de la firma del Tratado Arana-Lepredour, una serie de actitudes provocativas del gobierno del Brasil obligaron a Rosas a disponer la ruptura de relaciones. Además, durante los años del bloqueo anglo-francés, los estancieros entrerrianos se habían enriquecido considerablemente y el poder del gobernador Justo José de Urquiza se había incrementado de manera exponencial. Urquiza no estaba dispuesto a resignar su relación comercial con Montevideo, ni mucho menos a aceptar el monopolio del puerto de Buenos Aires.

A fines de 1851, alentado por Gran Bretaña y por los exiliados unitarios y liberales en Montevideo, el conflicto estalló. Urquiza se negó a renovar la delegación de las relaciones exteriores a Rosas, y formuló un pronunciamiento que implicaba una declaración de guerra.

La situación era particularmente grave, ya que Urquiza estaba al mando del Ejército de la Confederación. A continuación, se trasladó a territorio uruguayo para conformar el denominado Ejército Grande, compuesto por tropas entrerrianas y correntinas, batallones brasileños, voluntarios orientales y exiliados argentinos. Alentado por la diplomacia británica y ambicioso en extremo, Urquiza no dudó en traicionar a Rosas, levantando un programa de organización constitucional que incluía la sanción de la libre navegación de los ríos interiores, cuando la tinta con que se habían firmado los tratados que documentaban el reconocimiento de la soberanía fluvial argentina por parte de Inglaterra y de Francia aún no se había secado.

El 3 de febrero de 1852, la batalla de Caseros puso fin a una época. Mientras Urquiza asumía de hecho el Poder Ejecutivo, sin sospechar que “no escaparía al destino que les cabe a los traidores” –tal como le pronosticó José Hernández-, Rosas tomó el camino del exilio con la misma desilusión con que lo había emprendido algunos años antes su admirado general San Martín.

¿Habían servido para algo tantos años de luchas intestinas y de sacrificios? (www.REALPOLITIK.com.ar)


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