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26 de noviembre de 2021 | Historia

(1862-1868)

La presidencia de Bartolomé Mitre y el proyecto de una república aristocrática

Durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda se con-formó en nuestro país un Estado nacional oligárquico, en el marco de un proceso de agresiva expansión de la Revolución Industrial, que impuso la División Internacional del Trabajo (DIT) y la difusión de las relaciones de trabajo asalariadas.

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por:
Alberto Lettieri

Fuertemente condicionada por las exigencias británicas, la Argentina adquirió una matriz colonial, dependiente y agroexportadora, consolidando una alianza desigual con el Imperio. La victoria negociada de Pavón (1861) abrió un inmenso campo de acción para los intereses del liberalismo oligárquico porteño. Si bien la alianza con Urquiza fue objetada por los sectores más radicales del liberalismo de Buenos Aires, en la práctica le franqueó el terreno para implementar el extermino de las montoneras federales a lo largo del territorio. Para Mitre, la República de la Opinión porteña era un capítulo cerrado. Ahora se debía institucionalizar la Nación en clave liberal-oligárquica, y para ello la “alta política” debía sepultar al debate popular. Entonces, había que desmovilizar a la sociedad y construir una verdadera república institucional.

Mitre creó una poderosísima herramienta ideológica. Un diario, La Nación Argentina, orientado a adoctrinar a la población en los términos de su proyecto nacional, que combinaba concentración del poder, hegemonía porteña y desmovilización popular. A esto sumó una herramienta política fundamental: la invención de un pasado sobre el cual debería legitimarse. Lo que hoy llamaríamos un “relato”.

Esa invención se tradujo en su visión de la Historia argentina, una historia oficial e institucional, quedaría fuertemente arraigada en el ámbito escolar hasta nuestros días. Su canon de lectura se basó en sostener la preexistencia de la Nación y el liderazgo natural de Buenos Aires. Su odio hacia Rosas lo llevó a desconocer su importancia en la construcción de la Nación, operación que repitió con Martín Miguel de Güemes, Manuel Dorrego, Facundo Quiroga, Chacho Peñaloza, Felipe Varela y todos aquellos que imaginaron un país federal y autónomo. Belgrano y San Martin fueron despojados de sus ideas y convertidos en mitos a la medida del proyecto liberal-oligárquico. Sus evidentes falsificaciones del pasado solo serían denunciadas a partir de la década de 1930, por la corriente revisionista.

Durante la gestión de Mitre se tejió una compleja trama institucional y social, que sirvió como base para la formación del estado nacional y de la sociedad argentina moderna. Se impulsó una amplia política de comunicaciones y obras públicas, que incluyó la nacionalización del Correo de Buenos Aires, el tendido de los principales tramos de los Ferrocarriles del Sud, del Oeste y del Norte, y diversas obras de infraestructura, con el aporte de capitales europeos. Se reorganizaron y diversificaron el sistema tributario y el aparato recaudador, creándose el Crédito Público Nacional. 

Se dispuso también la realización de un censo nacional de población y se establecieron las primeras colonias de inmigrantes –como, por ejemplo, la colonia galesa en la actual provincia del Chubut–, en el marco de una agresiva política inmigratoria que daría sus frutos en las décadas siguientes. 

La enseñanza pública recibió un poderoso estímulo, ya que fueron creados los colegios nacionales (secundarios), con el fin de formar los recursos humanos indispensables para el funcionamiento del estado nacional y de la burocracia privada en una sociedad en transformación. Además se subsidió la enseñanza primaria en las provincias y se reorganizó la educación universitaria. 

Finalmente, se institucionalizó el Poder Judicial. Se creó la Corte Suprema (1863) y se encargó la redacción de los códigos Civil y Penal a dos juristas caracterizados del tronco liberal oligárquico: Dalmacio Vélez Sarsfield y Carlos Tejedor, respectivamente. En 1864 se organizó el Ejército nacional, sobre la base de las fuerzas militares de Buenos Aires, y se crearon cuerpos de línea, distribuidos, de manera estratégica, a lo largo del interior del país. En síntesis, el estado incrementó considerablemente sus funciones y su trama institucional.

La presencia internacional del país fue consolidada mediante diversos tratados y acuerdos, entre los que se destacó el reconocimiento por parte de España de la independencia argentina (21 de julio de 1864) y la participación del estado nacional argentino en la guerra de la Triple Alianza.

La ocupación de la provincia de Corrientes por los ejércitos paraguayos, en abril de 1865, motivó el ingreso de la Argentina en la Triple Alianza, compuesta además por el Brasil y el Partido Colorado (liberal) uruguayo. La invasión se produjo ante la falta de respuesta de Mitre a la solicitud de paso formulada por el dictador paraguayo Francisco Solano López, para que sus tropas pudieran dirigirse a territorio uruguayo para auxiliar a sus aliados del Partido Blanco (federal), en el marco de una guerra civil. Paraguay se había negado a conceder la libre navegación de los ríos interiores, por lo que Inglaterra exigió el servicio de sus serviles aliados americanos.

En el marco de una guerra de exterminio y rapiña, la nación guaraní fue despojada de las dos terceras partes de su territorio y sufrió el genocidio del 95 por ciento de la población masculina mayor de 14 años. Para el estado nacional mitrista implicó la ocasión deseada para poner cepo a la prensa opositora, o directamente clausurarla mediante la aplicación del estado de sitio, al tiempo que se realizaron fabulosas razias de simpatizantes del Partido Federal en todo el país, para ser conducidos al exterminio en el frente paraguayo. La aristocracia porteña donó a su personal doméstico al Ejército nacional, como venganza por su antiguo respaldo a Rosas. Entre la llegada de inmigrantes europeos y el genocidio de la población negra, la Buenos Aires oligárquica fue más blanca a partir de entonces…

Mitre se valió de las facultades extraordinarias que le fueron conferidas con motivo de la guerra y de la adhesión de Urquiza, quien canjeó una vez más su lealtad federal por suculentos beneficios económicos, al ser contratado como proveedor privilegiado de las tropas aliadas. No sería el único en beneficiarse. En 1866 Natalicio Talavera denunció en el frente paraguayo: “(Anacarsis) Lanús, socio del presidente Mitre, es proveedor general del ejército”, y que había acumulado fabulosas fortunas.

El 23 de de enero de 1869, tres meses después de abandonar la presidencia, Mitre recibió un revelador “homenaje” de los agradecidos proveedores beneficiados por su gestión: el regalo de una propiedad destinada a vivienda personal y sede editorial e imprenta de su periódico La Nación Argentina. Los donantes aseguraban que era el premio merecido por quien había posibilitado “a los hombres industriosos dar impulso a sus trabajos y vuelo a sus operaciones”.

En medio de las denuncias sobre los oscuros negociados urdidos alrededor de la guerra que encendían a la opinión pública, Mitre, su asociado Rufino de Elizalde y los enriquecidos proveedores Anacarsis Lanús, Cándido Galván y Ambrosio Lezica crearon una sociedad anónima que se hizo cargo del diario, que pasaría a denominarse La Nación a partir del 4 de enero de 1870. Según El Mosquito se trataba solo de un sinceramiento, porque, de la mano de Mitre, la Nación nunca había sido argentina, sino británica. Varias décadas después, Homero Manzi señalaba: “Mitre se dejó un diario de guardaespaldas” para custodiar su memoria y su obra. Solo eso le permitía entender que siguiera siendo un prócer.

Las medidas impulsadas para alcanzar los objetivos políticos que se había propuesto Mitre se cristalizaron de manera limitada. Desde un principio el nuevo presidente debió afrontar la oposición de la opinión pública y de la porción mayoritaria de la dirigencia porteña a las exigencias de su “alta política”. La iniciativa del Senado de federalizar la provincia de Buenos Aires para convertirla en capital de la república, que contaba con el respaldo de Mitre, provocó la fractura del liberalismo porteño. Adolfo Alsina encabezó la ruptura y creó el Partido Autonomista, en oposición al centralismo hegemónico de Mitre.

La solución provisoria consistió en declarar a la ciudad de Buenos Aires como residencia de las autoridades nacionales, con jurisdicción en su municipio, por el término de cinco años, hasta tanto el Congreso designase la capital permanente de la Nación. Quedó así conformado un curioso sistema federal, compuesto por tres estados que compartían la hegemonía: Buenos Aires, Entre Ríos y el estado nacional con el resto de las provincias bajo su órbita. 

La connivencia de Urquiza permitió que Mitre ordenara, entre 1862 y 1864, un verdadero genocidio de las masas federales del interior, que se sintetizó en las características del perverso asesinato del caudillo José Ángel Peñaloza, el Chacho, diseñado por Sarmiento: una vez atrapado, fue vestido con ropas de mujer, montado de espaldas sobre un burro, obligándolo a asirle la cola con sus manos, luego atado a cuatro caballos y finalmente degollado, exhibiéndose su cabeza en una pica en la plaza pública, “para que esos bárbaros entendieran –en palabras del ‘padre del aula’– que por fin había llegado la civilización a estos pueblos bárbaros”.

Entre 1864 y 1866 se registraron en las provincias del interior diversos alzamientos contra el gobierno nacional y contra el reclutamiento forzoso de gauchos para proveer de soldados al Ejército en el frente paraguayo. En 1866 estalló la “rebelión de los colorados” en Mendoza, bajo la conducción de Juan Saá, y al año siguiente Juan de Dios Videla se hizo con el control de San Juan. La rebelión continuó y Saá tomó San Luis, en tanto Aurelio Zalazar avanzó sobre La Rioja. Felipe Varela, lugarteniente del Chacho, regresó de su exilio chileno en 1867 y organizó un fallido levantamiento contra el estado Nacional.

Urquiza se mantuvo impasible ante la acción de las fuerzas porteñas, mientras incrementaba sus ingresos como ganadero y proveedor estatal. José Hernández, un miembro selecto de su círculo, le pronosticó en 1865 la muerte a que se hacían acreedores los traidores: por la espalda y bajo puñal federal. Su pronóstico se cumpliría en 1870. Hernández solo había fallado en la predicción del arma, que sería una pistola en lugar de un puñal.

En su discurso presidencial de 1864, Mitre reflexionaba: “Si los gobiernos, no satisfechos con gobernar y a título de ser los más capaces, se empeñan en constituirse en poderes electorales, ¿qué función le dejamos al pueblo en el régimen representativo?” 

En realidad, se trataba de una pregunta retórica, ya que el proyecto oligárquico, según había advertido Alberdi, requería de una “república sin pueblo”. Mientras tanto, su estrella no cesaba de oscurecerse. En 1866, el autonomismo obtuvo la gobernación porteña y el vicepresidente en funciones, Marcos Paz, comenzaba a entenderse con Alsina.

Los dos años finales de la gestión de Mitre estuvieron teñidos por sus desaciertos en el frente de batalla y por la inminente disputa por la sucesión presidencial. Las fuerzas opositoras levantaron las candidaturas de sus jefes, Urquiza y Alsina, en tanto Mitre otorgó su respaldo a su ministro Rufino de Elizalde. Desde el frente paraguayo, un grupo de oficiales propuso la candidatura de Sarmiento, cuyo hijo Dominguito había fallecido en el frente de batalla. Luego de complejas negociaciones, quedó constituida la fórmula vencedora, Sarmiento-Alsina. El fraude electoral –que sería sistemático hasta 1914– se encargó de consagrarla. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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