Judiciales
Cambios en la división internacional del trabajo
Los Estados Unidos y las consecuencias de la primera guerra mundial
Al finalizar la primera guerra nundial, Inglaterra quedó arrasada y lo mismo sucedió en la mayor parte de los países europeos. La única potencia que quedaba a nivel internacional era Estados Unidos. Pero Estados Unidos tenía un gran problema para desempeñar un papel similar al que había desempeñado Inglaterra en el pasado.
En efecto, Gran Bretaña había imaginado un sistema de economía global en el cual cada economía tenía algo para colocar en el mercado mundial y a cada una le faltaba algo que debía comprar afuera. Este sistema de división internacional del trabajo permitió configurar un mundo cercano e interdependiente.
En cambio, los Estados Unidos planteaban un modelo de integración extremadamente dependiente, porque producían prácticamente de todo. No le hacía falta comprar carnes, cereales ni manufacturas en el exterior, y sólo adquiría frutas y productos tropicales, ya que no contaba con ese tipo de clima. Además, para garantizarse la provisión de bananas, caucho, café, azúcar y demás productos que no se producían localmente, los Estados Unidos implementaron una política imperial en Centroamérica y en el norte de Sudamérica.
En estas condiciones, el futuro de aquellos países que habían construido sus economías a partir de las exigencias del modelo inglés de división internacional del trabajo constituía un grave desafío. El trazado de sus rutas muestra una disposición de tipo embudo, orientado hacia el puerto internacional de embarque de sus productos exportables. Después de la primera guerra mundial estos países atrasados se encontraron con que ya no podían colocar sus productos en el mercado internacional, puesto que los países europeos salieron en un estado desastroso de la guerra y no podían comprarles. Además, muchos de estos países no tenían ningún producto para venderle a los Estados Unidos, y se veían en figurillas para comprar productos industriales, ya que la paralización de su comercio había cerrado la fuente de provisión de divisas.
En algunos casos, esta situación tenía un atenuante. Durante la primera guerra mundial, en muchos países que pudieron hacerlo –como la Argentina o Brasil– se constató un proceso de sustitución de importaciones (textiles, conservas, etcétera) asentado sobre la base industrial preinstalada, una inversión muy escasa de capitales y una gran aplicación de mano de obra, dando vida a emprendimientos del tipo taller más que fábricas, aunque éstas, de todos modos, no estuvieron ausentes y en algunos rubros prácticamente monopolizaron la producción. Ya que los submarinos alemanes habían interrumpido el comercio a través de la navegación inglesa, era necesario encontrar otra vía para obtener manufacturas durante la guerra.
La combinación entre producción sustitutiva local y adquisición de productos industriales más elaborados en los Estados Unidos significó una solución apropiada pero momentánea, ya que la obtención de divisas que posibilitaran su reproducción resultaba problemática, habida cuenta de la clausura de los tradicionales mercados compradores de alimentos y materias primas.
Tomando el ejemplo argentino, puede afirmarse que muchos de estos países periféricos estaban en condiciones de producir sus propios textiles y conservas, ya que tenían una adecuada capacidad industrial instalada, pero sólo lo hacían de manera limitada en relación con sus posibilidades ya que debían soportar la competencia de los productos ingleses, de acuerdo con las reglas de juego que regían la división internacional del trabajo. De este modo, cuando se bloqueó la llegada de productos ingleses durante la gran guerra, la producción local se multiplicó. Otro caso testigo de los perjuicios que implicaba esta relación bilateral –o semicolonial, según cierta escuela de izquierdas– era el del ferrocarril, un medio de transporte para entonces bastante obsoleto, que ejercía un monopolio incuestionado gracias a los acuerdos firmados entre las autoridades argentinas e inglesas. La interrupción de la provisión inglesa de repuestos y carbón durante la guerra tuvo como consecuencia inmediata un aumento considerable de la planta de automotores en la Argentina, importados desde Estados Unidos.
Al terminar la primera guerra mundial el panorama era bastante sombrío. Estados Unidos era el principal acreedor del mundo, la primera economía producía la mayor parte de lo que consumía y tenía enormes excedentes para vender en el exterior. Por lo tanto, era necesario definir nuevas estrategias de reciclaje para las economías periféricas. El modelo de división internacional del trabajo inglés se había mostrado apto en condiciones de paz, pero absolutamente inviable en períodos de guerra internacional, ya que exponía a los obreros ingleses al paro indefinido –no tenían materias primas para procesar, y menos aún, acceso a mercados dónde vender tales productos– y a la muerte por inanición –puesto que casi no podían ingresar alimentos a las islas–, y a las poblaciones de los países atrasados a la falta de aprovisionamiento de productos industriales y al cierre de los mercados compradores de productos primarios.
¿Qué podía hacerse en este contexto? La solución argentina, en tal sentido, resulta de interés, aunque a la postre implicó la postergación por más de una década de un indispensable debate sobre la reformulación del modelo económico. A la finalización de la guerra, los Estados Unidos continuaron asignando préstamos para la reconstrucción de Inglaterra, situación que favoreció la implementación de una política comercial triangular durante la década de 1920, que permitió que la Argentina vendiese alimentos y cereales a Inglaterra, recibiendo a cambio divisas que le permitían adquirir productos industriales de última generación en los Estados Unidos.
Era un sistema de triangulación, aunque bastante ilusorio, ya que sólo podía funcionar en la medida en que los Estados Unidos continuara proveyendo de dinero fresco a su socio inglés. En el momento en que dejase de otorgar estos préstamos, Inglaterra no iba a tener dinero para comprarle a Argentina, y ésta, a su vez, vería limitadas sus posibilidades de consumo en el mercado norteamericano.
Sin embargo, los límites de este modelo de triangulación no se llegaron a ver en los años 20, ya que la crisis del 29 llegó antes y arrasó no sólo con este modelo triangular sino con el comercio internacional en general. Por esta razón, aunque la primera guerra mundial había dejado en claro que la división internacional del trabajo –que dividía países agrícolas y productores de materias primas por un lado, y países industriales por el otro– no servía y era indispensable reemplazarla por un nuevo modelo que contemplase la industrialización de los países primarios; en el caso argentino este sistema de comercio triangular hizo crear falsas expectativas sobre la recuperación a corto plazo del modelo comercial precedente.
Los beneficiarios de la sumisión a Inglaterra sostenían que para que la economía argentina recuperase su enjundia anterior, sólo era necesario que la economía inglesa se recuperase, sin necesidad de realizar ningún cambio adicional.
Sin embargo, después de la crisis del 29 la situación se deterioró rápidamente. Los sectores filoingleses (la Sociedad Rural, los frigoríficos, los ferrocarriles, los administradores de puertos, los sectores conservadores de la clase política, un sector mayoritario del ejército y la marina, etc.) tensaron con complacencia las cadenas que los ataban a una antigua potencia en decadencia, objetando cualquier proyecto económico renovador en el cual la industria tuviese asignado un papel más significativo que el de modesto apéndice dentro de una economía primaria exportadora de alimentos. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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