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17 de febrero de 2022 | Historia

Los años locos

La economía en la década de 1920

A partir del último trimestre de 1921, se inició un espiral de crecimiento en Estados Unidos que duró hasta el segundo semestre de 1927. A la luz de la teoría de los ciclos, se trataba de una etapa de expansión basada en la consolidación de la industria automotriz, la construcción, la eléctrica y la química.

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por:
Alberto Lettieri

Desde otro ángulo, también pudo observarse un ascenso de los precios en los productos industriales en detrimento de los bienes primarios. En Europa, en el corto período que transcurre entre 1921 y 1928, se observarían vitales signos de revitalización económica y a semejanza del crecimiento norteamericano se focalizó en las mismas ramas de producción, sobre todo en Gran Bretaña, Francia, Italia y –en menor medida– Alemania.

Pero fue en Estados Unidos donde la euforia mostró todo su esplendor. Fueron los llamados “años locos”; fueron los tiempos donde la sociedad norteamericana disolvió sus vínculos con Europa y creyó incondicionalmente en el espíritu y talento de sus miembros para generar negocios y proveer de bienestar a su gloriosa nación.

El estilo de vida norteamericano tenía como sustento la expansión de una sociedad de masas, basada en el consumo, y cuyos valores puritanos se entremezclaban con la única vocación real de los norteamericanos: ganar dinero. Por ello, la sociedad norteamericana reforzó la supremacía de la sociedad civil, y en particular del mercado, sobre la acción política.

Esto se reflejó en una seguidilla de gobiernos republicanos que apuntalaron un modelo económico basado en la libre empresa y en la no intervención estatal. Harding (1921-1923), Calvin Coolidge (1923-1929) y Herbert Hoover (1929-1933) fueron el reflejo más acabado de los conservadores intereses de la sociedad norteamericana.

Los rasgos más característicos de la prosperidad norteamericana fue la producción en serie, basada en la cadena de montaje y en la utilización de la energía eléctrica y el motor a combustión. El sector más dinámico de la economía fue el automotor, el cual derramaba sus beneficios a otras actividades colaterales (neumáticos, acero, cemento, vidrio). El otro sector dinámico fue la construcción a partir de la creciente urbanización.

El crecimiento del parque automotriz había generado el asentamiento de infinidad de familias norteamericanas en los suburbios de las ciudades industriales más importantes, y por ello la rama de la construcción fue impulsada a partir de la creación de carreteras y de viviendas para la clase media. La producción de inmensos volúmenes de acero y hormigón permitió la construcción de rascacielos destinados a uso comercial y uso privado. El apogeo del negocio inmobiliario fue extraordinario aunque la vorágine para la adquisición de terrenos implicó el aumento rápido y desmedido de los precios de los lotes y de la construcción.

El tiempo mostraría que estos excesivos valores que se cotizaban en el mercado no eran reales, y a partir de 1926, el negocio inmobiliario comenzó a descender tan abruptamente como había crecido. A estos elementos habría que agregar otros que nacieron en este período y que cambiarían el estilo de vida de las clases medias: la radio, la publicidad comercial, la energía eléctrica barata y los sistemas de crédito al consumo.

Otra novedad fue el auge del mercado de valores, el cual se abrió para los sectores medios e incluso para los asalariados y rápidamente se generalizó la compra a crédito de acciones con garantía hipotecaria. La confianza en la libre empresa hizo que los gobiernos fueran reacios a cargar de impuestos a las rentas o ganancias; por ello la presión fiscal tendió a ser regresiva afectando a los bienes de consumo a través de impuestos indirectos. Esto significó, en la práctica, una transferencia de recursos de los sectores de menores recursos a los estratos altos de la sociedad. La escasa presión fiscal aumentó la tasa de retorno de los empresarios.

Esta abultada masa monetaria se dirigió inicialmente a la inversión, pero con el correr de los años se desplazó a las actividades especulativas. Otro factor que agudizó la desigual distribución del ingreso fue la ausencia de organizaciones sindicales, la carencia de una legislación social y un exiguo gasto público. En efecto, el gobierno tuvo escasa participación directa en la prosperidad de aquellos años, pues el bajo volumen de gastos impidió la realización de cualquier política destinada a fortalecer el empleo o la inversión.

Era tal la pasividad del estado que cuando algunas ramas productivas necesitaron su protección, éstas debieron ejercer una presión muy fuerte para lograr la reacción gubernamental. El estado sólo atinó a establecer algunos aranceles aduaneros. Así, en 1921, fue promulgada la Emergency Tariff Act en respuesta a las protestas de un pequeño número de industrias químicas que se habían apropiado de las patentes alemanas durante la guerra y temían una nueva competencia alemana. Ya se enunció someramente la evolución de la política crediticia que se fueron estableciendo en Estados Unidos.

Ésta se podría dividir en dos etapas bien delimitadas. La primera que transcurre entre 1921 y 1927, se caracterizó por el auge de los créditos baratos favoreciendo al mercado inmobiliario. Cuando los países europeos readoptaron el patrón oro, Estados Unidos estratégicamente mantuvo una tasa de interés más baja que las de los mercados financieros europeos, lo que repercutió en un flujo de capitales hacia Estados Unidos.

Las consecuencias microeconómicas fueron, en un principio, también alentadoras ya que aumentó la oferta monetaria en un 75 por ciento mientras que los precios se mantuvieron estables; asimismo, permitió la emisión de nuevas acciones y las empresas pudieron obtener más dinero que el que necesitaban para la inversión de capital fijo; el efecto de esta política fue la transferencia de una gran masa monetaria al sistema especulativo en acciones bursátiles y en el mercado inmobiliario.

La segunda etapa se desarrolló a partir del incremento de la tasa de interés impulsada por la Reserva Federal norteamericana para detener el flujo hacia el oro, evitando la desvalorización del dólar. Esta política fue evaluada por cierta corriente económica como la causa de la crisis económica del 29. Mientras tanto en Europa continental acaecían procesos de vital importancia para el futuro mediato de la humanidad. Particularmente en Italia y Alemania.

En el primero, la larga consolidación del gobierno fascista de Mussolini estaba apuntalada por una política económica activa que tenía como objetivo último lograr el prestigio internacional no obtenido luego de la guerra. La modernización fascista consistió en un programa para la construcción de centrales hidroeléctricas destinadas a solucionar la dependencia energética; esto permitió la electrificación de los ferrocarriles, acompañado por un acelerado gasto público en materia de infraestructura vial.

La producción de acero y aluminio aumentó considerablemente y las industrias del automóvil, ferroviaria, naval y aeronáutica fueron las áreas más beneficiadas. Aun con todas estas características, Italia seguía dependiendo de insumos de carbón, cobre, hierro, caucho, petróleo extranjero, poniendo un límite a su industrialización.

Por ello, Mussolini le dio un tratamiento preferencial a la agricultura, con el objetivo de aumentar la productividad y poder extender las tierras cultivables; de esta forma, inició un proyecto medioambiental que consistió en la desecación de lugares pantanosos y la utilización de fertilizantes no orgánicos para elevar la producción triguera. La política de Mussolini encarnaba la epopeya modernizadora impregnada de la magnificencia italiana, pero sin embargo, no alcanzaba ni remotamente a la estructura tecnológica de su tiempo histórico ni tampoco cubría las necesidades internas generales de su sociedad.

Los trabajadores no se vieron beneficiados y los salarios fueron muy bajos durante su gobierno. La economía italiana, pese a los esfuerzos realizados, sólo se sostenía por el aumento de los gastos militares y los planes de remilitarización del estado fascista. En 1918, Alemania parecía al borde de la desintegración; la República de Weimar había nacido al calor de la Sociedad de las Naciones, la cual había establecido la ocupación parcial del territorio. Su debilidad pronto se puso de manifiesto con la insurrección social impregnada de regionalismos separatistas como los de Renania, Baviera y Prusia Oriental.

Ante esta situación, el partido nazi minoritario intentó un golpe de gobierno en Baviera; no obstante, éste fracasó. Los problemas económicos no eran menores. Como se desarrolló en el segundo acápite, Alemania entró en un proceso hiperinflacionario, pero en el período comprendido entre 1920 y 1923, la devaluación alcanzó un 1300 por ciento. Para detener el abismo, el gobierno creó un nuevo marco: el reichmark, el cual quedó atado a una paridad fija respecto del oro.

Sin embargo, la crisis sólo tendría solución si intervenía Estados Unidos, y este país encaminó una serie de conversaciones con los países acreedores quienes, presididos por el financista norteamericano Charles Dawes, elevaron un plan que contemplaba créditos extraordinarios y la condonación de algunos intereses de deuda provenientes de sus reparaciones de guerra. El Plan Dawes permitió el arribo de grandes capitales norteamericanos, lo que incidió directamente sobre la economía alemana, comenzando un período de recuperación. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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