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24 de febrero de 2022 | Historia

(1936-1939)

La Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial

Uno de los hechos que más conmovieron a la humanidad fue la Segunda Guerra Mundial. Tal vez se podría suponer que la devastación de la Gran Guerra había aleccionado a los hombres para que abandonaran la absurda e irracional idea de eliminar la vida humana en nombre de la racionalidad, la libertad, la supremacía racial o lo que fuera.

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por:
Alberto Lettieri

Sin embargo, la segunda conflagración superó todas las expectativas: 55 millones de muertos, Europa y Japón absolutamente destruidas y la verosimilitud de que el proyecto civilizatorio de la modernidad había convertido a la especie humana en la máquina de destrucción y de depredación más temible y degradante de la historia.

Racionalmente, se puede afirmar que el orden establecido luego de la Primera Guerra estaba viciado de nulidad por estar ausente el actor económico más importante de la estructura mundial –Estados Unidos– o que la Gran Depresión aceleró la precariedad en que estaba sumido el sistema internacional. Empíricamente, se puede aseverar que, desde los inicios de la década del 30, los pueblos, pero más aún sus enclaves políticos, sabían que la Segunda Guerra era el horizonte más próximo de la humanidad.

En este contexto, era lógico que utilizaran como laboratorio a un país europeo extremadamente débil y marginal respecto de los circuitos de comercio, para desplegar toda la capacidad de destrucción que había sido capaz de diseñar el hombre hasta ese momento. Y este país fue España. Allí, al igual que en el resto de Europa, surgieron sectores de izquierda contrarios a la dictadura de Primo de Rivera. La crisis del 29 fortaleció a dichos grupos aun cuando éstos representaban una masa amorfa compuesta por socialistas, anarquistas, comunistas y trotskistas. Al gobierno de Primo de Rivera, le sucedió un proceso conocido como “la dictablanda”, por contraste con el gobierno anterior, presidido por Berenguer.

Siendo un país que dependía del sector agrícola, su situación comenzó a empeorar ante el deterioro de los precios de los productos primarios. A esto se sumaba la disputa regionalista de los enclaves industriales como los de Cataluña y el País Vasco. Esta división se hizo carne en la sociedad española que quedó socialmente dividida entre los sectores tradicionales conservadores y defensores a ultranza de la monarquía y los sectores de izquierda que adhirieron a la Constitución de la Segunda República. En 1931, las elecciones municipales desestabilizaron el equilibrio de poder, generando la caída pacífica del monarca y la proclamación de la Segunda República.

Sin embargo, España protagonizaría en forma trágica el antagonismo entre la derecha nacionalista y la izquierda internacionalista. En efecto, estos elementos estaban presentes en toda la Europa del 30, el movimiento fascista italiano ya gobernaba desde hacía siete años, y el nazismo ascendería, en 1933. La emergencia de gobiernos claramente antiliberales estaba mucho más extendido que el supuesto peligro rojo: en Portugal desde 1927, gobernaba dictatorialmente Oliveira Salazar, pero también existían autoridades antiliberales en Rumania, Hungría y Finlandia. Un nuevo terror al comunismo acosó a Europa, esta vez quizá con mayor asidero que el primero, protagonizado en los años subsiguientes a la revolución bolchevique. Y efectivamente en España, el advenimiento de la república estaba impregnado por elementos de izquierda.

En 1933, José Primo de Rivera (h) fundó la agrupación nacionalista, la Falange Española, con claros tintes fascistas. Esta agrupación política empezó a actuar en la vida pública en la época inmediatamente anterior a las elecciones convocadas para noviembre. El primer presidente de la república, Alcalá Zamora, había encontrado en la coalición que lo llevó al poder más escollos que gratificaciones. Los partidarios de izquierda más extremos se retiraron del gobierno, y por tanto las elecciones convocadas para 1933 conjugó una izquierda maltrecha y atomizada frente a una derecha unida bajo el signo del antimarxismo.

La Falange Española contó con un marco ideológico común a todos los movimientos corporativistas de la época: un arraigo en los sindicatos potenciado por la impotencia republicana para sortear la crisis económica y la caída de salarios, un ejército antirrepublicano atado a una ideología nacionalista y un destino de gloria para España; en efecto, las consignas que desparramaba la Falange eran la revitalización del Imperio Español y su influencia en el mundo hispanoamericano, una profunda convicción religiosa frente al ateísmo de los militantes republicanos y, por supuesto, una retórica anticomunista que se fortaleció con la llegada de las Brigadas Internacionales.

Por su parte, el gobierno no lo graba estabilidad política alguna y el levantamiento del ejército, en 1936, hizo estallar la Guerra Civil. Duró hasta 1939. Los sectores nacionalistas liderados por Francisco Franco contaron con el apoyo militar de Italia, y si bien Adolf Hitler se declaró prescindente en la cuestión española, resulta claro que convenía a sus intereses que los republicanos fueran derrotados. Por su parte, ejércitos franceses y rusos formaron las Brigadas Internacionales, haciendo de este conflicto un verdadero anticipo de la guerra mundial, ya sea por la utilización a modo de prueba de los armamentos como del despliegue de las tropas.

Cuando Franco logró arrinconar a Madrid, separándola de los enclaves republicanos de Cataluña y el País Vasco, la República cayó con un saldo de 100 mil muertos y otro tanto de exiliados. Durante el largo gobierno de Francisco Franco, que se prolongó hasta la década del 70, miles de prisioneros republicanos fueron confinados a trabajos forzosos, exilio, torturas y muertes. Recién en los últimos años del siglo, una nueva generación de historiadores y juristas españoles empezó a dar luz sobre este sombrío pasado.

España no participó de la Segunda Guerra Mundial, pero fue el prólogo de un mundo nuevamente inmerso en la violencia que intentaba instaurar un orden fundado en la supremacía racial. Por supuesto, los elementos económicos no faltaron; otra vez recubiertos de la necesidad alemana, japonesa y –en menor medida– italiana, de acceso a nuevos mercados; pero aquí, más que en la Primera Guerra, el perfil ideológico con ingredientes racistas fueron determinantes. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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