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Malvinas 40 años
Mercado negro en el monte Dos Hermanas
La orden del principal Avelino Segundo Latorre era conseguir un mapa de las Islas Malvinas para dirigirse al monte Dos Hermanas. Eran las 5.00 de la mañana del 14 de abril de 1982 y el viento del oeste soplaba helado sobre el rostro de Marcelo Olindi.
Olindi observaba con atención cómo sus compañeros se refregaban las manos y exhalaban aliento hacia ellas para calentarlas. Recién había bajado a Puerto Argentino, junto a sus compañeros de sección, de un avión 737 sin asientos que venía de Río Gallegos. Estaba desconcertado, no sabía dónde estaba parado, pero aún así obedecía las órdenes del principal.
Llevaba un bolsón de ropa y una ametralladora PAM sobre su espalda. "Un subteniente me dijo que llevara un bidón de agua de treinta litros. Lo habré llevado 1.000 metros y me caí muerto en un charco de barro, no aguanté el cansancio. Era un esfuerzo sobrehumano", recordó. Como él, dos soldados caminaban a los tumbos llevando cargas pesadas, se trastabillaban y caían como bolos de bowling al suelo.
El 2 de abril de 1982 era viernes y tenía que ir al Regimiento 7. Se despertó a las 5.30 AM, como todas las mañanas, tomó un café con leche y leyó el diario. "Inminente recuperación de las Malvinas", titulaba el periódico. No tenía idea dónde quedaban las Malvinas ni tampoco le preocupaba. Se vistió rápido, se colocó el gorro y salió a la calle.
Pascual, su padre, lo esperaba afuera con el auto encendido, un Ford Falcón rojo deslumbrante que había cambiado por un Siam Di Tella hacía poco tiempo, fruto de una mejora laboral. En el camino, los dos escucharon en el noticiero de Radio Rivadavia que las tropas argentinas habían desembarcado en las Islas Malvinas. Pascual giró la perilla para subir el volumen, pero Marcelo no prestó atención a la noticia, aún estaba somnoliento.
El 10 de abril en el Regimiento 7 de La Plata había poco movimiento de camiones y de soldados en el cuartel. Era sábado y en el depósito de ropa todo permanecía inmutable. Ese día un cabo le dijo a Olindi que Galtieri hablaría en plaza de Mayo ante una gran multitud de personas y que se reunirían a escuchar el discurso en una oficina del cuartel. Decenas de soldados reunidos alrededor de una radio a todo volumen, nerviosos y expectantes. "Mañana, domingo, es Pascua. El pueblo argentino que es profundamente religioso y católico, rece pidiendo a Dios por la paz, sin embargo reitero esa paz con dignidad preparándonos para enfrentar al adversario", manifestaba con voz de mando militar ante una plaza colmada de gente.
SAPPER HILL
"Sol, lluvia, sol, lluvia... El clima en Malvinas era todo el día así. Soplaba viento con una escarcha que te hacía mierda, nevaba, y volvía a salir el sol", explicó. Marcelo estaba parado junto a Walter Franscunaz aguardando órdenes del principal Latorre. Se encontraban a unos 100 metros de la planta potabilizadora de agua de Malvinas, un edificio blanco con dos torres laterales de igual dimensión y tres puertas en el frente. A 1,5 kilómetro del galpón medio caño, una estructura con techo de chapas curvas albergaba en su interior pieles, cueros de ovejas y postes de alambrado y, además, funcionaba como un depósito de alimento.
"Mi equipamiento era un casco y un gorro que nosotros le pusimos Panoca, que quería decir para no cagarse de frio, una chaquetilla, una camisa, un pantalón de sarga, un calzoncillo largo, tres pares de medias y los borcegos. Un día me caí entero en el agua y no había ropa para cambiarme, así fue que estuve siete días con la ropa mojada, esperando que se me secara", recordó.
La PAM de Olindi no tenía percutor, pero de todos modos la llevaba colgada al hombro porque le daba seguridad, sentía que con ella no estaba solo pero era consciente que ante cualquier enfrentamiento estaba perdido. "Fui a la guerra con un arma que no disparaba. Eran las mismas ametralladoras que usaban los nazis en 1942. Estuve como un boludo 66 días con el arma colgada de adorno", observó.
A finales de abril y principios de mayo no llegaban las suficientes raciones. Él más que nadie sabía que la situación no era para nada alentadora y daba para preocuparse. Las latas de albóndigas, de fideos y de sardinas eran cada vez más escasas. "No había comida, el puesto donde estaba yo que tenía repartir comida para los de adelante, a los puestos de avanzada, no tenía", relató. Él, al igual que sus compañeros, sabían que no se podía cazar animales, que estaba terminantemente prohibido por sus superiores. "Si nos agarraban queriendo cazar una oveja te estaqueaban. Cuando encontraban a la oveja la agarraban ellos y se la llevaban para comer y a vos te tenían estaqueado un día, solamente con una camisa a 13 grados bajo cero", expresó.
El alimento era limitado pero los cigarrillos abundaban. Olindi no fumaba pero su compañero de pozo sí. Walter calmaba la ansiedad y la incertidumbre de las noches frías fumando atados de Marlboro. "Los cigarrillos tenían un precio de oro. Llegamos a intercambiar cigarrillos por botellas de whisky. De esa botella de whisky nos tomábamos la mitad y la otra mitad se la canjeábamos a otro por un queso de cabra. He llegado a intercambiar unas tortas fritas incomibles que hacíamos con un engrudo por bufandas y gorros", recordó.
Una fría mañana en Puerto Argentino, mientras se escapan del tiroteo inglés, él y cinco soldados se escondieron debajo de un puente, que se encontraba a unos metros del mar. Estaban agachados, sigilosos, sin hablar una palabra pero alertas. De repente, un pingüino salió volando de arriba del puente y le picoteó la nariz. Inmediatamente, lo sacó de un manotazo lanzando al pingüino a unos metros, quedando éste sin estabilidad.
Los soldados vieron al pingüino y luego se miraron unos a otros, sonriendo en conjunto.
"¿Quién pone la cara?", expresó un soldado, mientras colocaba el cargador a la 9 milímetros.
Todos lo miraban a Olindi, quien segundos después no dudó en agarrarlo del cogote hasta que el ave dejó de respirar. No le importó si algún oficial lo veía, hacía cuatro días que no probaba bocado.
Uno de los soldados encontró una lata de aceite vacía y otro se dispuso a hacer fuego con unos fósforos y con la espesa turba.
"¿A esto habrá que pelarlo?", preguntó un soldado de estatura mediana, al mismo tiempo que calentaba sus manos en la incipiente fogata.
"Si lo pelamos no comemos un carajo", advirtió otro con la mirada fija en el plumífero.
Se encontraban todos alrededor del fuego, expectantes, esperando saborear aquel animal. No hablaban, lo único que se oía era el hervor de la olla. A la hora y media, sacaron el pingüino del agua caliente. Marcelo fue el primero en probarlo. Tenía hambre, masticaba y tragaba sin sentirle el gusto. "Los últimos días era buscar comida, ya no importaba si te pasaba una bala por encima de la cabeza o explotaba una bomba cerca tuyo", expresó.
Estaban sucios, con las caras embarradas y las manos agrietadas del frío y el viento. En el pozo no había nada para comer, solo media botella de whisky y cigarrillos. El whisky lo habían cambiado por cigarrillos a unos compañeros de otra compañía del Regimiento 7. Era un whisky inglés, de pésima calidad. En cuestión de minutos, se habían tomado lo que quedaba de la botella, balbuceaban y se reían. "Era la primera vez que me ponía en pedo. Lo tomamos y nos caímos los dos. Nos despertamos como a las 12.00 del otro día. Nos levantamos, y le dije yo te veo negro, ¿vos me ves? Entonces estamos bien. Al otro día nos dimos cuenta de lo que nos salvamos. Veíamos agujeros por todos lados, un despelote, las esquirlas se clavaron en el techo de nuestra posición", recordó.
VOLVER PARA ENCONTRARSE
En el año 2014, volvió a Malvinas, se dirigió hacia su posición, se sentó allí y recordó las noches con su amigo Walter, sus travesías para conseguir comida. Encontró la bandera de Gimnasia que había asegurado bajo unas piedras, la besó y la volvió a poner en el mismo lugar, como un registro que certifica su presencia en la Isla por siempre. En el cementerio de Darwin lloró desconsoladamente ante las cruces, recordando los rostros risueños de sus jóvenes compañeros que dieron sus vidas para defender la soberanía de las Islas. El silencio característico del cementerio lo invitó a reflexionar que en cada una de aquellas cruces había una historia que se había detenido, sueños y aspiraciones que no habían podido ser concretados por la calamidad de la guerra. Desde aquel momento su compromiso por el reconocimiento de los cuerpos no identificados en Malvinas fue aún más significativo.
En la actualidad, mantiene lazos estrechos con sus "hermanos de la guerra", como él nombra a sus compañeros del CECIM. Ellos son lo único positivo que quedó de la historia triste de Malvinas. Hoy, en gran parte, Marcelo Olindi es un sobreviviente gracias a ellos. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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