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1 de abril de 2022 | Historia

Des-socialización

El “fin de la historia” y la “videopolítica”

Los medios y la política sostienen constantemente la tesis neoliberal según la cual el poder real reside en el mercado. Sin embargo, esta supremacía del mercado confronta con la tesis de la soberanía popular que sostiene el liberalismo político.

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por:
Alberto Lettieri

Así las cosas, el neoliberalismo y la globalización han impuesto de hecho los mecanismos materiales y simbólicos que permiten diluir, burlar o eliminar, los mecanismos de control ciudadano democrático de las mayorías populares.

De este modo, el ideal del neoliberalismo globalizante no consiste en generar el ciudadano universal, ya reclamado por Kant, sino el consumidor universal. El fundamento filosófico de esta concepción neoliberal del individuo como consumidor universal se puede rastrear en la obra de Friedrich von Hayek, La ruta de la servidumbre, la que luego sería retomada por otros economistas como Milton Friedman y sus colegas de Chicago. Esta teoría sostiene que para mantener una sociedad libre sólo la parte del derecho que consiste en reglas de “justa conducta” (es decir esencialmente el derecho privado y penal) debería ser obligatoria para los ciudadanos e impuesta a todos.

La traducción actual ultraliberal es la que subraya la necesidad de una sociedad basada en la descentralización y la desregulación total de la actividad económica, que entiende incluso que la libertad individual no depende de la democracia política y que ser libre es, por el contrario, no estar sujeto salvo en el caso de los derechos señalados, a la injerencia del estado.

Esta escuela de pensamiento es de alguna forma la antecesora de Davos. El teórico que ha intentado realizar una filosofía abarcadora sobre el mundo globalizado es Francis Fukuyama. Este autor es ampliamente conocido por su intento de legitimar el régimen capitalista en su fase de acumulación neoliberal como el cenit de la racionalidad y como forma final de organización política, económica y social de la humanidad.

Su desarrollo teórico, por cierto muy controvertido y vilipendiado por parte de la comunidad científica internacional se basa en la desaparición del socialismo como formación social alternativa y la victoria de la democracia liberal como mecanismo de ordenación política. Este autor apela a la expresión “fin de la historia”, en expresa referencia a la frase esgrimida por Hegel y en una supuesta definición de Marx.

Y aquí comienzan sus flancos más débiles, en tanto Hegel utilizó dicha frase para referirse al triunfo del estado, mientras que Marx nunca habló del fin de la historia, sino del fin de la prehistoria del hombre. Para éste, la desaparición del capitalismo inicia la verdadera historia del hombre y no es la culminación de la misma. Más allá de estos errores de interpretación que demuestran de por sí una lectura bastante pobre de los grandes pensadores, es la visión que adopta Fukuyama sobre Hegel respecto de la necesidad del hombre de obtener reconocimiento y la evolución lineal que le adjudica a la teoría marxista la que verdaderamente exacerba a la comunidad científica.

Ni una ni la otra parecen ser lecturas correctas. Efectivamente, Hegel consideró que el hombre no buscaba satisfacer exclusivamente sus necesidades primarias materiales, sino que además su espíritu se alimentaba de un reconocimiento expresado en libertades humanas; pues este tiempo histórico difícilmente puede verse como el máximo reconocimiento de la singularidad humana sino como la fragmentación de la individualidad que desconstruye las identidades colectivas o las transforma en modelos híbridos. Ése es el gran triunfo de esta fase capitalista y no el reconocimiento de las singularidades. En el fondo, Fukuyama puede ser visto como la visión más pedestre del neoliberalismo, pero en la era de las comunicaciones, le sirvió de apoyo fundamental a los órganos de dominación hegemónicos.

Sus definiciones se solaparon con la universalización de un viejo concepto acuñado por el canadiense Marshall McLuhan, la aldea global, la que permitió una nueva ilusión de consenso que sirviera como orden simbólico a escala planetaria. La hegemonía del neoliberalismo es, en resumen, un nuevo intento de universalizar ciertos valores, en especial, la preeminencia del mercado; eso repercute en un nuevo poder que refracta todo valor alternativo. La pareja “moral-política” ha sido reemplazada por la polaridad “hedonismo-estética”.

En el primer caso, el énfasis estaba puesto en la historia; en el segundo, en el destino. Época de fragmentación, pluralismo y relativismo, basado en una preeminencia de lo cotidiano y de lo concreto sobre lo abstracto y general. Se vive un proceso de extroversión generalizada ysu resultado son “sociedades somatófilas”, sociedades que aman el cuerpo, lo exaltan y lo valorizan.

El estilo de estas sociedades es “táctil”, pues favorece lo cercano. Los tiempos posmodernos se sostienen en el “paradigma” estético donde –tal como afirma Giovanni Sartori– la banalidad, la imagen y la oportunidad aparecen en primer plano. La cultura de la imagen hace que la política, el espacio donde se instituye el poder, sea la “videopolítica”, un continuo impreciso entre la política y el espectáculo.

De este modo, en las sociedades contemporáneas se verifica una des-socialización sin precedentes: es un desierto superpoblado donde la gente se retrae, abandona las instituciones, pierde interés en la cosa pública, olvida su carácter histórico y su esencia política, y de este modo resigna su capacidad de resistencia ante el avances de las prerrogativas de los mercados. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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