Provincia
Debilidad conmovedora
Alberto quiere cambiar el gabinete pero no puede
Cotidianamente Alberto Fernández viene sufriendo presiones de su entorno para llevar adelante una limpieza a fondo de su gabinete, desplazando a los funcionarios que responden a Cristina Fernández de Kirchner.
Sólo algunos más lúcidos, como Vilma Ibarra o Agustín Rossi, argumentan en contra de esta opción, a la que juzgan catastrófica. A consecuencia del loteo de cargos y ministerios acordado al asumir la presidencia, una decisión de este tipo haría volar por los aires al Frente de Todos.
Pese a que CFK hizo conocer su disposición a hablar con el presidente, Alberto sigue sin levantar el teléfono. Sabe que la vicepresidenta le exigirá cambios que él no está dispuesto a producir, como por ejemplo el relevamiento de toda su ala económica, que incluye a Martín Guzmán, Matías Kulfas y Claudio Moroni.
Sabe que su imagen está destruída, mientras que Cristina consiguió recuperar varios puntos con sólo distanciarse de él y realizar algunas críticas demoledoras, aunque sin nombrarlo. También tiene en claro que su situación es desesperante, a punto tal que no se animó a tomar su anunciada licencia por paternidad para no dejarla a cargo del ejecutivo. Y tiene en claro que entregar alguna de las cabezas que se le exigen sólo liquidaría aún más el famélico respaldo social que aún conserva.
Su decisión de mantener a Martín Guzmán y hacerlo salir a dar batalla ha sido otro de sus movimientos falsos que no consiguen ser sostenidos con acciones concretas. Para peor, ya comienza a lamentar su determinación de apoyarse en el FMI , que hacia fines de la semana ya le exigió avanzar con el “reperfilamiento” del acuerdo ante el dramático índice de 6.7 por ciento que arrojó la inflación de marzo. Este domingo, el ministro de Economía viaja a los Estados Unidos, su casa.
Tras la firma del acuerdo, el FMI lo ve a Alberto tal como lo que realmente es: un sujeto aislado, que ha decepcionado a propios y extraños, sin apoyos territoriales y que es objeto de escarnio en los medios y en las redes sociales. No tiene capacidad de imponer sus decisiones en el Frente de Todos, no puede sacar leyes -como la de presupuesto que le exige el Fondo- porque ha perdido las mayorías legislativas.
Apenas sí la oposición le cede algunos votos cuando deben tratarse cuestiones que le interesan resolver, sin ahorrarse descalificación alguna sobre un presidente que nunca acierta del momento de tomar decisiones, se contradice constantemente y procrastina el tratamiento de la mayor parte de las cuestiones urgentes.
Tras el nacimiento de su nuevo hijo, Alberto se recluyó en la Quinta de Olivos para analizar el futuro de su gobierno. No sólo es el cristinismo el que le exige cambios, son los propios que amenazan con alejarse si no avanza en ese sentido. Por no hablar de la espada de Damocles que el FMI ha puesto sobre su cabeza y que exigió el viaje apresurado de Guzmán hacia el cierre de la semana para realizar nuevas concesiones que permitan que el organismo de crédito no le suelte la mano, tal como sucedió con otro radical que gobernó antes que él: Fernando de la Rúa.
“Alberto está convencido de que Guzmán hizo las cosas bien”, aseguran en su entorno, pero son muy pocos los que comparten ese juicio. Aunque sabe que no tiene espaldas para sostener el embate de Cristina por demasiado tiempo.
“En algún momento vamos a hablar. Por lo único que voy a trabajar es por la unidad, nosotros somos prescindentes, en lo que no podemos ser prescindentes es que por nosotros esto se rompa y le demos espacio a la derecha”, confió el presidente a uno de sus íntimos. El problema es no solo la paradoja de haber estado la mayoría de su carrera ligado a la derecha argentina, sino que la gravedad de la crisis argentina e internacional no pueden esperar a que en “algún momento” Alberto se decida.
Como un ajedrecista que evalúa distintas alternativas para su juego, el presidente ha diseñado diversas alternativas y composiciones para su gabinete, pero ninguna lo convence y corre el riesgo de perder la partida porque se le agotó el tiempo. Consultó a Emmanuel Álvarez Agis sobre su disposición para hacerse cargo del ministerio de Economía, pero le puso tales condiciones imposibles de satisfacer que su respuesta fue tomada como una negativa diplomática.
Alberto quisiera ver al cristinismo fuera de su gabinete, pero no quiere aparecer como responsable de tsunami que esto provocaría. Ý divaga sobre la posibilidad de que la vicepresidenta tome la decisión de romper. Algo que Cristina no haría jamás, ya que implicaría la pérdida de ese más del 70 por ciento de las cajas del estado que administra a través de sus alfiles.
A Guzmán no lo quiere entregar porque el FMI le bajaría el pulgar, a Wado de Pedro no lo puede echar por la reacción que generaría, a Juan Manzur tampoco porque le implicaría la ruptura con los gobernadores. Quiere institucionalizar la proactiva tarea de Agustín Rossi en defensa de su gobierno, pero no tiene ningún ministerio potente a mano para ofrecerle a causa del loteo.
Un ministro albertista confía que el presidente ve a Sergio Massa como candidato para ocupar un super ministerio que concentre a toda el ala económica. “Su rol en el Congreso no tiene más sentido. Con el Frente roto ya no puede sacar ninguna ley”, argumenta. Pero esta alternativa parece ser afiebrada e irreal. Al día de hoy, el presidente de la Cámara es el único candidato de unidad posible para la presidencia en 2023. ¿Cuál sería el sentido de “sacrificarlo” para relanzar un gobierno que ya ha fracasado?
Ante esta situación, el presidente evalúa la posibilidad de hacer algún cambio cosmético, relevando a un par de funcionarios de segunda línea tanto cristinistas como propios, para mantener la apariencia de equilibrio. La pregunta dl millón es si se animará.
Guillermo Moreno –el principal y originario promotor de una salida a través de una asamblea legislativa- pronostica que a Alberto Fernández le quedan dos alternativas. O cumple con el FMI y termina como De la Rúa, o no lo hace y termina como Alfonsín.
Mientras tanto, las calles comienzan a recalentarse. "Va a ser una semana de protesta permanente en todo el país”, advirtió el referente del Polo Obrero devenido en asesor de la Legislatura Porteña, Eduardo Belliboni, ya que "no hay respuesta" a los planteos que realizaron semanas atrás. Y prometió una gigantesca marcha federal para el 1 de mayo. Como no podía serle otra manera, el día de los Trabajadores, no trabajarán.
A Alberto Fernández se le agota el tiempo. Debe hacer lo que detesta: tomar decisiones. Aunque, como lo advirtió Cristina días atrás, la prescindencia y la dilación “también son formas de hacer política”. El problema consiste en saber hasta cuándo podrá continuar gobernando de este modo. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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