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2 de junio de 2022 | Historia

La llegada al poder

El nazismo en el gobierno

Ni bien asumió el gobierno y obtuvo facultades excepcionales, Hitler llevó adelante una purga dentro de su propio partido. Las SA (Secciones de Asalto) ya le resultaban “incómodas”, porque no tenían una formación militar importante, organizadas para generar el caos y el temor dentro de la sociedad, sólo podrían tener utilidad estando en el llano.

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por:
Alberto Lettieri

Pero una vez que Hitler accedió al gobierno, las SA dejaron de tener un objetivo preciso, ya que la tarea de control sobre la eventual expansión del socialismo o del comunismo ya no debía encomendarse a un grupo de pandilleros que suplían lo que se consideraba como una prescindencia injustificada del estado, sino que pasó a ser desempeñada por las instituciones específicas del estado.

La purga fue encomendada a una nueva fuerza, la Gestapo (policía secreta), a la que se encargó realizar las tareas de inteligencia hasta la caída del régimen. Con su asesoramiento, Hitler asignó a las SS (Secciones Especiales) la liquidación de las SA, e impuso un control aún más implacable y profesionalizado sobre la sociedad alemana.

LA PROPAGANDA NAZI

Muchos historiadores del arte observaron un punto muy interesante ligado a las similitudes entre la propaganda nazi y la propaganda soviética. Había entre ellos una forma similar de intentar generar anexiones al régimen a través de la ocupación del espacio público, de la difusión de mensajes, y de la instalación de símbolos y figuras. A similitud del régimen soviético, el nazismo también se preocupó de modelar las mentes de los jóvenes, entrenándolos para convertirse en el modelo de “hombre nuevo” nazi, disciplinado, eficaz, deportista y patriota. Dos organizaciones, la Jungvolk y la Hitlerjugend entrenaban a los adolescentes en el manejo de las armas y la educación física. Goebbels, encargado de la propaganda, utilizó todos los medios de comunicación a su alcance para glorificar el régimen y adoctrinar a la población en el racismo pangermano.

Se utilizó la prensa y la radio para difundir la propaganda del régimen, mientras en las bibliotecas públicas se quemaban los “libros peligrosos”. A similitud del modelo soviético, se desarrolló una estética monumental tendiente a ocupar los grandes edificios con gigantescas fotos y dibujos del líder, y con símbolos ligados al nazismo. Esta lógica monumental apelaba también a formas de convocatoria a la población, puestas en escena, el despliegue de una cuidadosa liturgia y la organización de escenarios impactantes, como en el caso de las aterradoras “marchas de las antorchas”. En las noches oscuras se apagaban todas las luces, para que los soldados marcharan provistos de antorchas, en una formación que reproducía los contornos de la cruz esvástica.

La forma de implementar la regimentación de la sociedad y el control de la burocracia del nazismo tenía muchos puntos de encuentro con el caso soviético. El régimen de la Unión Soviética inmiscuía al estado hasta los confines más íntimos de la vida privada. En un caso, puede hablarse de un totalitarismo de izquierda y en el otro un totalitarismo de derecha.

RACISMO Y GENOCIDIO

En el caso del nazismo, su ubicación ideológica requería de cierta ingeniería especial, ya que se ubicaba en un punto intermedio entre la extrema izquierda y el capitalismo, presentándose como crítico y enemigo de ambos, argumentando que ambos habían sido creaciones de la comunidad judía. En realidad, lo que apuntaba a recuperar –desde la perspectiva de este mensaje– era la idea de la comunidad de espíritu, de comunidad racial primigenia del pueblo alemán. Era la idea de que por sobre los individuos había algo superior, la comunidad étnica; es decir, que existía algo que podía denominarse como la cultura alemana, producto del pueblo alemán, producto de una raíz étnica y de una tradición comunes. Y por eso insistía en un concepto fundamental: la pureza de la raza.

A partir de 1935 hubo persecuciones, golpizas, daños personales y materiales que afectaron a miembros de la comunidad judía. Los judíos perdieron su nacionalidad alemana, el derecho a sufragar, se les impidió ocupar cargos públicos y ejercer las profesiones de médico, veterinario, farmacéutico, empleado de banco y de ferrocarril, dentista, etcétera. A partir de ese año se estableció la política genocida de eliminación sistemática, expropiación de bienes y esclavitud. Imposible de ser ocultada, requirió de la complicidad de la sociedad alemana, aunque muchos historiadores hayan preferido hablar de “ignorancia”.

Para el nazismo, antes de eliminar al judío, al “otro”, había que sacarle hasta la última gota de sudor: arrancarle los metales de los arreglos dentales, las propiedades, los depósitos y obligarlo a trabajar en condición de esclavo hasta ser exterminado. La contrapartida del exterminio físico del otro era una política de impulso del crecimiento demográfico de los denominados “alemanes puros”. Para esto, se premiaba a los matrimonios entre alemanes y se impedía que los alemanes “puros” se casaran con miembros de la sociedad que no tuvieran la misma condición. Luego se los premiaba por la cantidad de hijos que tenían. Esto premios –que podían ser en dinero, ascensos laborales o exenciones impositivas– aumentaban cuantos más hijos tuvieran. Por el contrario, a los alemanes “puros” solteros se les aplicaba un impuesto para obligarlos a casarse. La idea era que había que privilegiar a aquellos que tenían que ver con la construcción de la nación y la raza alemana.

El nazismo se presentaba como una especie de justo medio entre el comunismo y el socialismo, por un lado, y el capitalismo más exacerbado, por otra. Se proponía construir un modelo de sociedad que respetara la individualidad de las personas combinándola con una matriz comunitaria de la que adolecía el capitalismo. Con esta corrección comunitaria, el estado respetaba la propiedad privada, porque era un Estado que se había levantado como garante de las clases propietarias y las clases medias alemanas, tanto urbanas como rurales. No se había presentado como expresión de los sectores obreros, ni mucho menos tenía lugar dentro de su imaginario la noción de clase social.

La única solidaridad de un alemán era con su patria, razón por la cual el régimen nazi intentaba cooptar a los obreros por medio de la difusión de símbolos nacionalistas y de mejoras en los niveles de empleo, instalando la noción de “comunidad étnica” o de “comunidad de espíritu”. Es decir, a través de un discurso nacionalista que permitía sintetizar a toda la población de alemanes, a través de una política de estado que garantizaba la propiedad privada, combinándola con una mayor redistribución que posibilitaba una mejora en las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores alemanes.

El estado alemán no nacionalizó la industria, sino que subordinó a las empresas al desarrollo de objetivos estratégicos y políticas de estado, beneficiando a los industriales con exenciones de impuestos, préstamos y provisión de mano de obra servil. Esto se puede ver claramente en el film La Lista de Schindler. Éste es un ejemplo muy claro de una persona que es presentada como una especie de héroe por haber salvado a unos cuantos miembros de la comunidad judía, pero que en ningún momento resignó la posibilidad de utilizarlos como mano de obra esclava para llevar adelante sus emprendimientos industriales. Siempre está en el límite entre lo heroico y lo demoníaco. Obviamente, es necesario analizar casos como éste en su contexto histórico. (www.REALPOLITIK.com.ar)


ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Adolf Hitler, Nazismo

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