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16 de junio de 2022 | Literatura

Disputa

Un duelo

El 9 de febrero de 1870, de madrugada, Sebastián Bouchard, coronel del Regimiento de Patricios, rezó un padrenuestro a la cabecera de cama de su pequeño hijo Francisco, antes de encaminarse a las proximidades de la Plaza de la Victoria para batirse a duelo con un antiguo conocido suyo, el médico Ricardo Arrechea.

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por:
Juan Basterra

El motivo de la disputa había sido una discusión que ambos adversarios sostuvieron el día anterior en la casa del segundo. Bouchard había mentado a Sarmiento en relación a su política inmigratoria, y Arrechea, que profesaba una profunda antipatía hacia el presidente de la Nación, y estaba algo bebido, había contestado a los gritos:

- ¡De usted no podíamos esperar otra cosa! ¡Los dos son franceses! ¡La bosta que largan mis bayos debería ser el unto con que embadurnar sus cabezas!

Bouchard dijo como toda respuesta, mientras golpeaba con su sombrero de copa la cabeza de Arrechea:

-Exijo satisfacción. Envíe los testigos a mi casa. Puede elegir las armas que quiera.

Esa misma noche, a las ocho en punto, los dos testigos de Arrechea, el doctor Bernardino Vieytes y el periodista Enrique Mallo, comparecieron en la biblioteca del militar. Vieytes intentó disuadir a Bouchard, diciendo:

-Bouchard, olvide la ofensa de mi protegido, Es un hombre impetuoso, pero tiene buen corazón. Además, estaba borracho.

Vicente Bordaberry, uno de los testigos de Bouchard, apoyó la moción de Vieytes pero obtuvo como toda respuesta la sonrisa despreciativa de Bouchard y un lacónico:

-Le deseo la mejor de las suertes. Le otorgué la gracia de elegir las armas. Espero que su instinto no lo haya mal aconsejado.

A las seis de la mañana del día siguiente, los cuatro testigos, los dos duelistas, un juez de contienda y siete curiosos, ocuparon un rectángulo de treinta metros por quince de un antiguo jardín en las cercanías de la Plaza de la Victoria. La luz era suficiente para el trance pero velaba los rasgos de los contendientes. Arrechea había amanecido con vómitos, y Bouchard, con un ánimo despejado y jovial: experto esgrimista, había practicado dos duelos a “primera sangre” en sus mocedades parisinas, de los que había emergido con tres pequeñas cicatrices en los brazos. Esta vez, sin embargo, la cuestión era bien diferente: el duelo sería a muerte y de dos disparos por hombre. Las armas elegidas fueron pistolas Lefaucheux cargadas por los padrinos, y la distancia entre los dos duelistas, de veinticinco pasos. Antes del duelo, los testigos de Arrechea pidieron a Bouchard que diese por cumplido su pedido de satisfacción invocando la descompostura de su protegido. Bouchard respondió despreciativo:

-Estaré satisfecho con la muerte de ese cobarde.

Arrechea y Bouchard fueron colocados espalda contra espalda en el centro del rectángulo de tierra batida.  Bouchard, sereno, escuchó la súplica a media voz de Arrechea antes de dar los veinticinco pasos:

-Dejemos esta locura de la que soy responsable, coronel.

Bouchard contestó:

-No tenga miedo, Arrechea. Muera como un hombre, si eso es lo que le toca.

El primer disparo de Bouchard, a quien correspondía tal gracia por ser la parte ofendida, pasó a pocos centímetros de la oreja izquierda de Arrechea.

Vieytes, testigo de parte de Arrechea, preguntó a Bouchard:

-¿Da por satisfecha la ofensa, señor?

Bouchard, dando muestras de un coraje desproporcionado en relación al tamaño de la afrenta de la que había sido objeto, contestó:

-El señor Arrechea, tiene derecho a su disparo. Espero que le vaya mucho mejor que a mí.

Arrechea, experto tirador, falló también el suyo. Bouchard dio por lavada la afrenta y fue a saludar a Arrechea, que vomitaba en un balde de estaño.  Voceaban los primeros pregoneros del día. En su pequeña cama de bronce, el hijo de Bouchard dormía profundamente. Hacia oriente, el impulso ascendente del sol era irrefrenable. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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