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21 de julio de 2022 | Historia

(1917-1941)

Guerras, nacionalismo y violencia racial en los Estados Unidos

Este violento nacionalismo no era novedoso en la sociedad norteamericana, aunque se vio amplificado por la guerra y la Revolución Rusa de 1917.

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por:
Alberto Lettieri

Los principales perjudicados fueron los políticos radicales y los militantes sindicales, grupos compuestos fundamentalmente por inmigrantes. Las denuncias y persecuciones fueron contestadas con huelgas y atentados, que motivaron un endurecimiento de las políticas represivas. En nombre de la causa de la libertad les fue negada la protección de la ley a los “radicales”, desde los marxistas revolucionarios hasta los reformistas más moderados. Más de 6 mil sospechosos fueron encarcelados sin juicio previo, y muchos de ellos acabaron siendo deportados. La violencia social generalizada alcanzó a los otros “extranjeros”; es decir, a quienes no respondían al modelo americano de “agricultor nórdico”. 

En Chicago se produjeron motines raciales contra la población afro descendiente. También el Ku Klux Klan se puso nuevamente en marcha, aunque ya no tanto en el Sur –como en el pasado–, sino en el Medio Oeste, y sus víctimas fueron primordialmente judíos y católicos, antes que negros. El “temor a los rojos” se difundió a través de los medios, y, si bien decayó algo con el avance de la década, todavía en 1927 los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti debieron sufrir sus consecuencias, al ser ejecutados luego de una parodia de juicio en Massachusetts.

Durante la década de 1920, los EE.UU. acumularon un considerable superávit comercial y prestaron grandes sumas de dinero para que otros países pudieran importar sus productos y financiar la reconstrucción de sus economías. Para 1928, Alemania dependía por completo de los empréstitos comerciales de los bancos americanos, ya que no sólo debía hacer frente a la reconstrucción de su economía, sino también a las reparaciones de guerra. 

Sin embargo, el compromiso norteamericano con la reconstrucción europea era endeble. De este modo, al subir las cotizaciones de Wall Street, muchos de estos créditos golondrina fueron retirados y al iniciarse la crisis, en 1930 y 1931, las dos terceras partes de las inversiones fueron repatriadas a los EE.UU.

La rápida expansión de la crisis a nivel internacional prácticamente acabó con el comercio libre y con el sistema multilateral de pagos, que había comenzado a decaer con el inicio de la Gran Guerra. La mayor parte de los países abandonaron el patrón oro, y sólo alcanzaron a celebrarse algunos acuerdos comerciales bilaterales. En junio de 1933 se reunió en Londres una Conferencia Económica Mundial, considerada por entonces como la última oportunidad para evitar que el mundo cayera en una completa anarquía económica. 

Las expectativas estaban puestas en que el presidente Roosevelt estabilizara la cotización del dólar, como punto de partida para el restablecimiento de las paridades entre las monedas, creando de ese modo condiciones elementales para el renacimiento de la actividad comercial internacional.

Sin embargo, una vez más, los EE.UU. destruyeron las esperanzas, negándose de plano a esa demanda. Tal decisión carecía de racionalidad económica, ya que si bien otros países habían devaluado su moneda, lo habían hecho sólo bajo la exigencia de una balanza de pagos negativa. Por el contrario, en 1933 la balanza de pagos norteamericana era superavitaria, y los EE.UU. eran importadores de oro. 

La devaluación del dólar sólo sirvió para empeorar la situación de los demás países sin favorecer con ello a los Estados Unidos. Como consecuencia, el mundo se convirtió en el escenario de una virulenta guerra económica totalmente innecesaria, y la devaluación del dólar no consiguió hacer subir los precios internos en los EE.UU., como erróneamente esperaban las autoridades. En realidad, la devaluación del dólar respecto del oro y de la plata llevó a la moneda norteamericana a un nivel bajísimo, desconocido hasta entonces (5,14 dólares la libra esterlina), que poco aportó a la esperada reactivación de la economía. 

La opinión generalizada de que el ingreso de los EE.UU. en la Gran Guerra había sido injustificada, salvo para los banqueros e industriales que habían obtenido de esto grandes beneficios, se tradujo, una vez más, en una actitud timorata frente a los cambios experimentados en el escenario político europeo en la década de 1930. En efecto, hasta 1939 los dictadores europeos eran considerados como una especie de ridículos tiranuelos, que no significaban una amenaza cierta para los EE.UU.

Más aún, sus reivindicaciones territoriales fueron consideradas por liberales y aislacionistas como una expresión legítima del principio de autodeterminación de los pueblos. De este modo, el Comité de Actividades Antiamericanas, creado en 1938, se preocupó exclusivamente de los comunistas, y pasó por alto a los simpatizantes de los nazis y fascistas en territorio norteamericano.

El presidente Roosevelt confiaba en que los EE.UU. podrían mantenerse al margen del conflicto armado únicamente si se contaba con el necesario poderío militar. Sin embargo, hasta 1940 no consiguió contar con un ejército moderno, y la única flota disponible era la del Pacífico, ya que el Congreso temía que el rearme catapultara a los EE.UU. a una nueva guerra, y sospechaba que Roosevelt agitaba ese fantasma para disimular las dificultades económicas internas. 

Apenas estallado el conflicto, en 1939, surgieron dificultades con la ley de neutralidad, que tenía que ser abrogada para que Gran Bretaña y Francia pudieran adquirir armamento en los EE.UU. Sin embargo, sus términos fueron muy desfavorables para ingleses y franceses, que debieron pagar al contado hasta 1941 los suministros que no pudieran ser transportados por los EE.UU.

Esto le permitió a Alemania dedicarse durante dos años a la guerra submarina sin riesgo de enfrentarse con el más importante país neutral. La derrota de Francia y el aparente derrumbe inminente de Gran Bretaña pusieron de manifiesto la debilidad militar de EE.UU., pues a nadie se ocultaba que si los alemanes ponían un pie en México, grandes zonas del Medio Oeste podrían quedar a merced de sus aviones. Como respuesta a este temor, en 1940 se aprobó una asignación de 12 mil millones de dólares para la defensa, que permitió crear dos millones de puestos de trabajo, y en septiembre de ese año se estableció el servicio militar obligatorio. 

Producto de la guerra, la esperada reactivación de la economía norteamericana se ponía en marcha. La derrota francesa le permitió a Roosevelt ser reelecto de manera excepcional por segunda vez. Al amparo de la Ley de Préstamo y Arriendo de marzo de 1941, le fue concedido a Gran Bretaña un crédito ilimitado. Sin embargo, era absurdo enviarle suministros bélicos y permitir que los submarinos alemanes los hundieran, por lo que la Marina americana comenzó a escoltar los convoyes, estableciendo puntos de apoyo en Groenlandia e Islandia. Para otoño de 1941, ya existía una guerra naval no declarada entre EE.UU. y Alemania. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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