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26 de julio de 2022 | Opinión

Una visión europea de Eva Perón

Tres ejes que revelan cómo Evita aún divide a Argentina a 70 años de su muerte

La figura de Eva Duarte, esposa de uno de los políticos más importantes de la historia de Argentina, Juan Domingo Perón, aún divide a los argentinos.

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por:
Karin Hiebaum

En la fachada más visible del inmenso ministerio de Desarrollo Social en el centro de Buenos Aires hay un enorme mural del rostro de Evita que fue inaugurado por el gobierno de Cristina Kirchner en 2011.

Desde que Mauricio Macri llegó al poder en 2015, los reflectores que iluminaban el mural por las noches están apagados, incluso en veladas de gala como la inauguración de los Olímpicos de la Juventud en 2018.

El gobierno no ha explicado por qué se apagaron. Versiones sobre "problemas técnicos" han sido reportadas en la prensa.

Pero incluso, desde que Kirchner lo inauguró, quedó claro que para el anti peronismo el homenaje fue —y es— un ejemplo de "derroche", "corrupción" e incluso "fascismo".

Se dice que no existiría Perón sin Evita. Y que no existiría Evita sin Perón.

Eva Perón murió el 26 de julio de 1952 en un Buenos Aires frío y lluvioso a las 8 y 25. Tenía apenas 33 años. Pocas horas más tarde, se tomaron las primeras medidas para embalsamar su cuerpo y preparar su velatorio. Al día siguiente, vestida de blanco, en sus manos cruzadas un rosario regalo del Papa Pio XII, fue colocada en un ataúd con tapa de cristal cubierto con la bandera argentina.

El cortejo fúnebre salió de la residencia presidencial abriéndose paso entre la multitud que lo aguardaba y se desplazó lentamente hasta el ministerio de Trabajo y Previsión, donde ella tenía su oficina y donde la esperaba una muchedumbre. Se instaló la capilla ardiente en el hall de entrada con una guardia de cadetes militares y navales. El ataúd, rodeado de claveles blancos, estaba enmarcado por un crucifijo de marfil, de plata y oro, y dos candelabros.

Esa misma tarde comenzó el velatorio que se extendió hasta el 11 de agosto por el número extraordinario de personas, tanto de Buenos Aires como de las provincias, que insistían en despedirse de Evita. El 9 de agosto, fue colocada en una cureña de dos metros de altura. Precedida por autoridades militares y seguida por un imponente cortejo fúnebre fue trasladada al Congreso para recibir los honores debidos a un presidente en ejercicio mientras una muchedumbre silenciosa se apiñaba a lo largo del recorrido. El 10 de agosto, la cureña fue llevada a la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), en una carroza de la central obrera, tirada por trabajadores en ropa de trabajo y seguida por un vehículo lleno de flores, una vez más acompañada por la multitud. En la CGT, se terminó de embalsamar el cuerpo y allí quedó depositado, esperando la construcción de un monumento en honor de la «Jefe Espiritual de la Nación» título que le había concedido el Congreso el 7 de mayo de 1952.

Las personas que en esos días lloraron a Evita y las que festejaron su muerte –las hubo– reconocían en ella la figura emblemática del peronismo. Pero sus reacciones reflejaban dos visiones antagónicas, ampliamente compartidas por sectores sociales muy distintos, tanto de su persona como de lo que representaba en el gobierno del general Juan Domingo Perón. Con los años estas representaciones han conformado una verdadera mitología. Se gestaron cuando Perón y Evita se conocieron en los primeros meses del año 1944 y entablaron una relación amorosa que pasó a ser de conocimiento público, por formar parte él del gobierno militar. Se hicieron más complejas una vez que Perón asumió la presidencia y Evita se introdujo abiertamente en la vida política argentina, convirtiéndose en verdades para muchos irrefutables, a medida que se agudizaban las divisiones entre peronistas y antiperonistas y ella se iba transformando en la figura política de mayor relevancia en el país –después del general.

Es una mitología que tiene una vitalidad exuberante, expresada en una gran variedad de géneros y una fuerza extraordinaria a pesar del tiempo transcurrido y de las adiciones que ha adquirido. Contiene aspectos de las dos visiones antagónicas, pero con un fuerte predominio de la más negativa. Continúa viva hoy, a pesar de que muchos de los elementos que la componen sean probadamente falsos. Como lo demuestran sobre todo las novelas, lo cuentos, los musicales, las obras de teatro, los programas de televisión, los documentales o las películas que se han hecho sobre Evita en las últimas décadas del siglo veinte, su mitología es más poderosa que los hechos a los que supuestamente se refieren.

Así sucede por ejemplo con la disolución de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, una institución filantrópica fundada por el primer presidente argentino, Bernardino Rivadavia (1780-1845). A principios del siglo veinte, administraba numerosas instituciones –hospitales, asilos y maternidades– con fondos proporcionados por el Estado y estaba dirigida por un grupo de señoras que pertenecían desde su fundación a lo más rancio de la sociedad argentina.

La versión más aceptada, pero no por ello verdadera, es que, en 1946, Evita tuvo una influencia decisiva en el traspaso de la administración de la Sociedad de Beneficencia a manos del Estado. Ella habría exigido la desaparición de la Sociedad por un supuesto desplante que le hicieron las damas que dirigían la misma. Sin embargo, los hechos indican que la desintegración del ente fue parte de la reforma de la salud pública y de la asistencia social llevada a cabo por los gobiernos militares surgidos del golpe del 4 de junio de 1943. Como lo demuestran claramente las fuentes documentales, el primer decreto que incidió sobre la situación de la Sociedad de Beneficencia fue anunciado el 21 de octubre de 1943, cuando Perón y Evita ni siquiera se conocían. La Sociedad de Beneficencia fue afectada por dos decretos adicionales anunciados en agosto de 1944 y septiembre del mismo año. Su transferencia al Estado por ley tuvo lugar en septiembre de 1946, cuando iniciaba su carrera política.

La muerte de Evita marcó el momento en que empezaron a publicarse varias obras que tienen particular importancia por presentar las dos versiones diametralmente opuestas de la misma persona que componen la mitología evitista. Durante las dos primeras presidencias de Perón (1946-1952 y 1952-1955) se publicaron en la Argentina numerosos trabajos sobre ella, con títulos tales como: Evita. Alma inspiradora de la justicia social en América; Eva de América. Madonna de los humildes; Grandeza y proyección de Eva Perón, Semblanza heroica de Eva Perón y La mística social de Eva Perón. Son obras cortas, fundamentalmente hagiográficas, que no escatiman las alabanzas, donde los hechos parecen tener poca importancia. Por lo general dejan de lado la infancia y juventud de Evita, no dicen ni donde nació, no hablan de su familia, de su educación o de su vida de actriz y se centran en las actividades que empezó a desarrollar en el campo social una vez que Perón asciende al poder.

En estas obras, aparece como la esposa y madre perfecta, que se olvida de sí misma para volcarse en los otros. Con generosidad infinita, ayuda a los obreros, a los pobres, a los niños y a los ancianos, y nunca se olvida de los más desvalidos. Es una mujer que no busca honores, muy al contrario. La mueve solamente el amor –a Perón y a los descamisados. Trabaja denodadamente porque el pueblo lo necesita y porque quiere ayudar a Perón. Hermosa, espiritual, abnegada, generosa, incansable y sacrificada hasta la muerte, es el símbolo trágico y profundamente doloroso (por su muerte temprana) de todo lo mejor que hay en el peronismo o sea la Evita buena, el «Hada Maravillosa», la «Primera Samaritana», el «Consuelo de los Humildes», el «Puente de Amor entre Perón y los Descamisados», la «Dama de la Esperanza» títulos que le daba la prensa peronista y que usaban frecuentemente políticos y funcionarios del gobierno. Era una mujer excepcional, incomparable con el resto de los o las mortales, un ser que se aproximaba solamente a la madre por excelencia, o sea la Virgen María, una verdadera santa, Santa Evita.

EN CIERRE

La fascinación de innumerables argentinos y extranjeros por Eva Perón se ha centrado sobre todo en esta mitología. El personaje histórico que dio origen a esas imágenes estereotipadas, odiada por fundamentos por unos y querida ciegamente por otros, ha suscitado mucho menos curiosidad que la iconografía evitista. Por lo general, hasta hace pocos años atrás la búsqueda de una posible verdad histórica no ha guiado los pasos de quienes se han acercado a Eva Perón, si bien durante mucho tiempo tampoco existieron las condiciones políticas en la Argentina para hacerlo. En consecuencia, las obras que sobre ella se han escrito desde los años cincuenta tienden a ser elucubraciones más o menos talentosas sobre su carácter o su personalidad que guardan poca relación con el personaje histórico.

La mitología evitista comienza a tomar forma poco después de que se inicia su relación con el entonces coronel Perón, en enero de 1944. Él tenía 48 años. Era alto, buen mozo, con una sonrisa gardeliana y viudo. Por su parte, Evita o Eva Duarte, cumpliría en unos meses 25 años, de pelo negro, ojos oscuros y sonrisa dulce, había hecho teatro cuando llegó a Buenos Aires de su provincia natal, y mientras llegaba el triunfo en el cine, hacía radioteatro. No escondieron su relación, y según el lenguaje de la época, Evita se convirtió «la amante» del coronel.

Desde el 4 de junio de 1943, la Argentina estaba en manos de una dictadura militar, encabezada por el general Pedro Pablo Ramírez. En esa fecha un golpe de estado en el que jugó un papel importante un grupo de coroneles entre los que estaba Perón, puso fin a un período de gobiernos conservadores, conocido como la Década Infame. Para los sectores preocupados por la expansión del fascismo y del nazismo en Europa y el curso de la Segunda Guerra Mundial, la Revolución del 4 de junio como la llamaron sus propulsores, en su mayoría militares nacionalistas, fue desde el primer momento un acontecimiento ominoso por la continuación de la política de neutralidad anunciada por el nuevo gobierno. Esta era una política que mientras los Estados Unidos fueron neutrales no planteó problemas con este país, pero los enfrentó una vez que el Japón atacó Pearl Harbour en diciembre de 1941. La «política de solidaridad hemisférica» propiciada por los Estados Unidos encontró una oposición más fuerte en los militares argentinos una vez que se produjo el golpe del 4 de junio. A los ojos del Departamento de Estado no tardaron en convertirse en nazifascistas. 


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