Viernes 26.04.2024 | Whatsapp: (221) 5710138
28 de julio de 2022 | Historia

Política económica

La influencia de John Maynard Keynes en el período de entreguerras

Mucho se ha debatido sobre la influencia de John Maynard Keynes respecto del definitivo entierro de la etapa librecambista de la economía capitalista tras la crisis de 1929.

facebook sharing buttonCompartir
twitter sharing button Twittear
whatsapp sharing buttonCompartir
telegram sharing buttonCompartir
print sharing buttonImpresión
gmail sharing buttonCorreo electrónico

por:
Alberto Lettieri

Es usual considerar que muchas de las políticas establecidas a partir de 1930 respondieran a sus premisas teóricas. En esos años, Keynes, economista de Cambridge, ya era un académico reconocido en los ámbitos políticos aunque a veces se le otorgara un rol protagónico que sólo pudo ejercer en los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando convenció a los magnates económicos y a los gobiernos de las potencias aliadas sobre la necesidad de crear una institución internacional abocada a fortalecer los intercambios internacionales y un sistema monetario mundial.

Keynes fue reconocido tardíamente por su aporte a la comprensión de la situación alemana, análisis que él había declarado en su tesis “Las consecuencias económicas de la paz”, en la cual sostenía que el ahogo financiero al que se estaba sometiendo a Alemania determinaría una crisis económica tanto en este país como en el resto de Europa.

Para 1931, Keynes era parte del equipo de economistas que propiciaron el abandono del patrón oro en Inglaterra, esto le valió un reconocimiento que sobrepasó las fronteras inglesas. Cuando se produce el primer antecedente sistemático de aplicación de políticas destinadas a garantizar una demanda agregada en Estados Unidos –el programa de Roosevelt conocido como New Deal– Keynes estaba abocado a sistematizar estas propuestas, pero más allá de los flujos de información existentes en los círculos de poder, no existía una real comprensión de la teoría económica que luego adoptaría el nombre de su creador: keynesianismo.

Keynes publicó, en 1936, su obra magna Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, donde expuso la teoría sobre la demanda efectiva, el funcionamiento del mercado de trabajo, el desenvolvimiento de la circulación del dinero, y la potencialidad o no neutralidad de la política monetaria y fiscal. Los párrafos siguientes describen someramente algunos de estos lineamientos, sin intentar resumir todo el pensamiento keynesiano, ya que el mismo resulta muy abarcador y completo sobre todas las variables macro y microeconómicas.

Keynes es el primer economista que logró diferenciar la demanda potencial de la efectiva. En sus tesis, la demanda efectiva está determinada por la propensión al consumo, la cual diferencia a aquellos sectores perceptores de menores recursos cuyo consumo es igual o muy poco inferior a sus ingresos; en la medida que aumentan las percepciones, si bien los consumos también se incrementan, se fortalece la capacidad de ahorro. La Ley de Say establecía que el ahorro se convertía en inversión en su totalidad; Keynes desestima esta teoría afirmando que la ecuación –ahorro-inversión– está condicionada por las expectativas futuras, prevaleciendo por parte de los tenedores de ahorro la tendencia a permanecer en forma de dinero o adquirir formas especulativas, si existiera, acaso, un cuadro de situación incierto para el futuro.

De tal forma puede darse un círculo vicioso donde la caída de la inversión repercute en la baja de la actividad económica y determina el achicamiento del consumo por disminución de la ocupación, en un principio, de los trabajadores vinculados con el sector de bienes de capital, pero luego al resto de las ramas de actividad.

De acuerdo con este diagnóstico, Keynes consideraba que el estado debía encauzar todos sus esfuerzos para mantener la demanda efectiva. Un elemento central en el andamiaje keynesiano lo constituye la utilización del crédito como elemento activador de la inversión y el consumo, requiriendo para ello la intervención estatal como autoridad reguladora monetaria y financiera central señalando las prioridades en la utilización del crédito; y desincentivando la permanencia de ahorros, circuito de dinero o especulación improductiva mediante el manejo de la tasa de interés que empuje la conversión de la masa de ahorro en inversión.

En lo referente al mercado de trabajo y en concordancia con los neoclásicos, Keynes aceptó el principio de los rendimientos decrecientes del trabajo y de maximización de las ganancias en el punto en que el salario real es igual a productividad marginal del trabajo. Por lo tanto en el corto plazo habría una relación inversa entre ocupación y salarios.

Keynes acepta la curva de demanda de trabajo neoclásica. La crítica se centra en la curva de oferta de trabajo. Keynes observó la falsedad de la explicación clásica y neoclásica respecto de la desocupación de trabajadores como únicamente “voluntaria”, por la mera decisión de los trabajadores de no aceptar un cierto nivel de salarios bajos al preferir el ocio o des utilidad marginal.

El economista de Cambridge consideró que los trabajadores no acostumbran a retirar su oferta de trabajo si el salario es reducido por un incremento de los precios, por tanto el equilibrio automático entre oferta y demanda de trabajo de los estudios liberales constituía una falacia. Por otra parte, afirmaba que no era posible creer en una correspondencia absoluta entre la población económicamente activa y la demanda de trabajo, ya que la existencia de una mano de obra disponible que no encontraba ubicación laboral y que por tanto era una desocupación involuntaria.

Con base en ese principio, Keynes concluye que el nivel de empleo y de producción son determinados por la magnitud de la demanda agregada y que el estado puede actuar sobre ésta por medio de instrumentos monetarios y fiscales a fin de alcanzar determinados objetivos de ocupación y actividad productiva. El estado debería, entonces, ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través del sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y quizá por otros medios fiscales.

Las políticas estatales keynesianas apuntaban a brindar incentivos directos o indirectos a la demanda y a restituir la confianza en el futuro de la economía a través del aliento que puede brindar la garantía de la existencia de la regulación o la intervención del estado sobre las perspectivas futuras, en particular ante la necesidad de los agentes económicos de tomar decisiones en el largo plazo.

En cuanto a la política tributaria, Keynes era partidario en particular de poner el acento sobre los impuestos directos (ganancias, herencias) a un punto que no desincentivaran la inversión, en una medida mayor de aquellos denominados indirectos (consumo, ventas) cuyos efectos son en particular depositados sobre los sectores con una propensión al mayor consumo en proporción a sus ingresos (los sectores más bajos) arrastrando también a una mayor disminución relativa de la demanda global ante la caída de su capacidad de compra. Keynes avalaba la posibilidad de la existencia de un déficit fiscal temporario a los efectos de mantener una activa participación estatal, suponiendo que la propia expansión económica futura podría representar un mayor ingreso fiscal y la posibilidad de cancelar obligaciones a futuro (bonos públicos, créditos, etc.) al sostenerse una ampliación de la base tributaria.

En definitiva, las premisas fundamentales de Keynes se resumen en dos formulaciones básicas, a saber, que el nivel de empleo y producción está determinado por la demanda agregada y que las políticas estatales anticíclicas se efectúan a partir de la expansión-contracción monetaria y fiscal. La noción de la potencialidad o no neutralidad de la política monetaria y fiscal fue rápida y ampliamente aceptada en los ambientes políticos y académicos de los países capitalistas, donde el mantenimiento de aceptables niveles de empleo pasó a ser una responsabilidad de los gobiernos, luego de la Segunda Guerra Mundial.

Así, muchos de estos países adoptaron desde mediados de los años 40 políticas económicas con el explícito objetivo de alcanzar el pleno empleo. En dicho período, la noción de no neutralidad de la política monetaria y fiscal continuó siendo el fundamento básico del manejo económico, siendo uno de los objetivos principales la eliminación o atenuación de la inestabilidad económica. En otras palabras, se buscaba suavizar las fluctuaciones de la producción, el empleo y el nivel de precios. Estas llamadas políticas de estabilización, anticíclicas, compensatorias o de “ajustes finos”, fueron concebidas como contrapesos de las oscilaciones económicas espontáneas, que los keynesianos, en general, consideran inherentes a las economías de mercado. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


¿Qué te parece esta nota?

COMENTÁ / VER COMENTARIOS

¡Escuchá Radio Realpolitik FM en vivo!