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6 de agosto de 2022 | Pastillas de Colores

El primer improvisador

Santos Vega: ¿Leyenda o realidad?

El mito habla de un payador invencible que recorrió la provincia de Buenos Aires contando las penas de los jóvenes oprimidos. Pero unos investigadores fueron detrás de su huella para darle veracidad. 

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por:
Juan Provéndola

Hace exactos más de doscientos años, en 1819, cuando Argentina era una carnicería de guerras civiles y la proclamada independencia no terminaba de configurarse, la provincia de Buenos Aires fue dominada por un tipo que la cruzó a punta de guitarra e improvisaciones: Santos Vega, el primer gran payador de la pampa. Su repentismo con las cuerdas y la poesía lo llevó a girar por pulperías, ferias, fiestas y estancias de toda la vieja región del Tuyú, el “más allá” de la provincia de Buenos Aires poscolonial donde convivían campos codiciados y playas que todavía no le importaban a nadie.

En una época donde no existía la juventud y el gaucho muy rápidamente pasaba de ser un niño sufrido a un adulto sometido, Santos Vega empatizó con toda esa población que vivía marginada y desclasada, lejos de la ciudad pero con sueños y algunos aires de rebeldía inhibidos. Con su barba cruda y una larga melena, Vega se movió en toda esa geografía amplia y confusa hasta convertirse en una especie de celebridad que decía con su viola y su labia lo que esos tipos que lo escuchaban pasados de copete sentían pero no intelectualizaban.

Todo su repertorio se basaba en payadas: improvisaciones mano a mano contra un ajeno que se contrapone. Se trata de un método bisabuelo de las actuales “batallas de gallos”, pues hacía arte de la competencia y buscaba dirimir un “vencedor” en base a la aprobación del público presente. La misma dinámica que doscientos años después puede verse un fin de semana en cualquier plaza del país, desde el parque Rivadavia en Caballito hasta el octógono central de la plaza de Tilcara.

Santos Vega la tenía muy clara con las payadas y siempre salía triunfante de todos los duelos a los que los lugareños lo sometían cada noche en la que empezaba a guitarrear y canturrear. Hasta que un día apareció un muchacho que logró lo impensado: dejar sin voz al que le había cantado a toda las ranchadas de la provincia. Numerosos libros, películas y obras de teatro aportan variaciones poéticas sobre este episodio que acabó con la estrella de Vega. Algunos indican que, en esa payada definitiva, el tipo rompió su guitarra contra una mesa y perdió el prestigio para siempre, enloqueciendo hasta morir. Otros, en cambio, la flashean un poco más: afirman que aquella noche Vega no enfrentó a un paisanito cualquiera, sino al mismísimo Diablo, quien se apoderó de su alma y lo dejó agonizando por los campos del viejo Tuyú.

Su forma de vivir y su manera morir convirtieron a Santos Vega en una especie de Gauchito Gil pampero al que cada uno le prende su vela que más le cope. Pero, a diferencia de otros próceres de la literatura gauchesca argentina como Martín Fierro o Don Segundo Sombra, la leyenda de Vega fue acompañada además por registros documentales que pretendieron dar certeza firme a su existencia. El culto y la adoración por este poeta maldito de la ruralidad salvaje que tanto denostaba Domingo Faustino Sarmiento sigue vigente en nichos juveniles atraídos por los héroes ocultos de los montes argentinos.

Aparentemente, Santos Vega habría muerto en 1825 durante la guerra contra el Brasil y su cajón fue hecho con maderas de barcos náufragos. Unos obreros que removían tierra para hacer un horno de ladrillos encontraron sus supuestos restos en 1945 en Lavalle. Ahí, entonces, fue construido un pequeño monumento con una escultura que en 1983 fue trasladada al centro del pueblo. Ahí funciona desde entonces un lugar visitado en días nublados por quienes van a mojarse en las cercanas playas del Partido de la Costa: el Museo Santos Vega, único recuerdo “institucional” al primer gran batallador de gallos de Argentina. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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