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11 de agosto de 2022 | Historia

1918

La Revolución Rusa y la finalización de la Primera Guerra Mundial

El impacto de la Revolución en la Unión Soviética sobre las dirigencias de Europa occidental fue inmediato. Poco después de la firma de los acuerdos de Brest-Litovsk (9/02/2018), la dirigencia alemana intentó establecer conversaciones con los aliados.

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por:
Alberto Lettieri

La intervención en la guerra de los Estados Unidos significaba un golpe difícil de asimilar para el estado Mayor alemán, sobre todo teniendo en cuenta el pánico que causaba la posibilidad de una reiteración de la revolución soviética en territorio alemán.

Si bien era cierto que la burguesía alemana era mucho más poderosa que su similar rusa, no era de desechar el poderío alcanzado por los sindicatos obreros y por el socialismo, ni tampoco el éxito que la propaganda revolucionaria obtenía entre los regimientos que combatían en el frente de batalla. Ya que la tradicional rivalidad con los franceses dificultaba el avance del diálogo, la dirigencia alemana finalmente llegó a un acuerdo secreto con Inglaterra.

El mismo consistía en una suerte de pacto de caballeros que planteaba que Alemania se iba a reconocer como vencida y solicitaría la paz, pero que el otro bando renunciaría a imponer sanciones graves, ya que, en definitiva, la amenaza revolucionaria era un problema común. Además, predominaba en Inglaterra la opinión de quienes aconsejaban ayudar a Alemania a ponerse nuevamente en pié, para que pudiera constituir una suerte de escudo protector que frenara la expansión del comunismo.

Sin embargo, los acuerdos que se firmaron en Versalles no respetaron el espíritu de las negociaciones secretas, ya que a Alemania se le expropiaron todas sus posesiones territoriales en el exterior, los territorios de Alsacia y Lorena –región minera por excelencia, que Alemania había recuperado durante la guerra franco-prusiana de 1870– retornaron a manos francesas, se le prohibió tener aviación y se limitó el número de hombres de sus fuerzas armadas a 100 mil, y además se planteó fijar en el futuro una suma indeterminada en concepto de resarcimiento por daños de guerras.

La gran diferencia entre lo pactado previamente y lo efectivamente acordado debe buscarse en que si bien las autoridades alemanas pudieron frenar a duras penas la revolución espartaquista (Berlín, 5 al 12 de enero de 1919) , su régimen político se hundió. El emperador abdicó (9 de noviembre de 1918), y los gobiernos provisionales se sucedieron, hasta que en 1919 se consiguió fundar una república parlamentaria, la República de Weimar, denominación que hacía referencia a la ciudad en la que se habían firmado los acuerdos que le dieron origen.

La República de Weimar era extremadamente débil. Sus políticos eran cuestionados por todos lados, buena parte del ejército se puso en su contra, los sectores obreros y conservadores los objetaban por igual. Con este magro capital político, las nuevas autoridades debieron concurrir a la mesa de negociaciones con Inglaterra y Francia. Si bien Inglaterra sostuvo su tesis de un tratamiento blando y amigable hacia Alemania, los franceses no opinaban lo mismo, ya que querían aprovechar la ocasión para vengar la derrota de 1870 y también pretendía aprovechar los recursos de la economía alemana para financiar la reconstrucción de su propia economía, que había salido muy maltrecha de la guerra.

Por ese motivo, existió una gran tensión entre las intervenciones de los representantes franceses e ingleses, que a punto estuvo de derivar en un conflicto de proporción. Finalmente, Inglaterra decidió dar un paso al costado, y Francia pudo imponer una línea muy dura de sanciones sobre Alemania.

Este momento fue clave, porque a partir de allí comenzó la prédica de Hitler y de otros grupos nacionalistas que finalmente iban a coincidir en la formación del partido nazi. En 1919 se firmaron estos acuerdos, y a partir de 1922 Francia comenzó a percibir los resarcimientos de guerra. Las disposiciones del acuerdo de Versalles establecían que no sólo se podían abonar en metálico, sino que parte del monto se podría entregar en producción industrial. Alemania pagó la primera cuota, pero al año siguiente se negó a hacerlo, porque también la economía alemana se encontraba muy debilitada.

Pagarle a Francia implicaba profundizar la crisis social interna. Ante la insistencia francesa, el presidente de la República de Weimar llamó a los obreros a realizar una huelga de brazos caídos, para evitar que los productos elaborados por los alemanes fueran incautados por sus vencedores. Inmediatamente los franceses solicitaron la autorización de la Sociedad de Naciones –un cascarón manejado a voluntad por Inglaterra y Francia– para intervenir militarmente en Alemania, a fin de garantizar el pago.

La sociedad dispuso la formación de una fuerza de intervención compuesta por franceses y belgas –ya que los ingleses desistieron expresamente–, que ocupó la región industrial alemana en 1923. Sin embargo, fue poco lo que pudieron obtener, ya que la economía alemana había caído en una situación catastrófica, ya que durante los seis meses que duró la intervención las industrias dejaron de producir. Finalmente, después de colocar a la sociedad alemana al borde del colapso, los franceses debieron volver a su patria con las manos vacías. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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