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12 de agosto de 2022 | Cultura

Existirás…

​​​​​​​Pil, de Ushuaia a La Quiaca

A un año de su partida, recordamos viaje poco conocido pero fundamental para su última etapa como escritor y divulgador: la gira de charlas y acústicos que dio por la Quebrada de Humahuaca y la Puna, en Jujuy.

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por:
Juan Provéndola

Una noche vi a Pil iluminarse en Tilcara. Pilsen iba a girar por primera vez en el noroeste argentino, pero antes de eso él viajó por Jujuy para que hiciéramos una pequeña caravana de charlas y toques acústicos junto al Tucán Barauskas con entrada libre y gratuita. Acababa de sacar su libro con Juan Carlos Kreimer y estaba muy entusiasmado por ese nuevo universo que se le abismaba: el debate de ideas que siempre había propuesto con sus canciones (y que también le gustaba mucho azuzar en entrevistas) ahora podía ser desplegado en formatos más propios de la intelectualidad. En sus últimas visitas a Argentina, Pil se dio el gusto de pasar por aforos de universidades y centros culturales y plantar cara con autoridad, sin sentirse ajeno, aunque jamás sobrando la situación. Rondando los sesenta años, protagonizó sus propias épicas en ámbitos académicos ante el goce de gente que lo descubrió tarde, aunque siempre a tiempo. Todo pibe y toda piba que disfrutó alguna de esas experiencias puede dar fe de ello. 

Después de una actividad por la mañana en la Universidad de Jujuy, Pil viajó a Tilcara para presentarse esa noche en El Fondito, un bar del centro. Era abril de 2018 y nunca había estado en esa provincia, por lo que todo se le revelaba deslumbrante: llegó la noche anterior a San Salvador, durmió en el sofá de un amigo, y para la tarde siguiente ya estaba en la Quebrada de Humahuaca. Nada más alucinante para un viajero como descubrir un nuevo lugar. Pil urdió toda esa maniobra para conocer Jujuy a bajo costo, solo que no como un influencer que busca canjes de garrón, sino como un tipo que viene a brindarse en una dinámica donde el dinero no era tema de discusión.

La caravana (a la que le pusimos informalmente “La Gira del Éxodo”, en honor al Éxodo Jujeño) era completamente gitana: iba a donde lo invitaran y solo pedía un lugar para descansar esa noche, después trajín del viaje y la actividad. Los recorridos entre cada pueblo los hacía por su cuenta, usando alguno de los colectivos que unían la Quebrada con la Puna, o bien los taxis compartidos que son costumbre en toda la zona de la ruta 9.

Pil habló de su libro, hizo unas canciones con el Tucán y respondió las preguntas que los pibes le hacían. Había esa noche, en el bar de Tilcara, unas diez personas. La tertulia se extendió, todos parecían muy interesados en lo que estaban experimentando. Y el lugar premió la intención con la mejor cena de todo ese viaje, vinos ricos y mucha amabilidad. El bar estaba al fondo de una pequeña galería sobre la estrecha calle céntrica, el clima acompañaba más allá de la amplitud térmica y se ve por el pueblo corrió la bola de que Pil andaba por ahí, charlando con la gente, curtiendo la aventura. Poco a poco, el espacio se fue llenando de gente. Al terminar la comida, el bar y la galería estaban repletas de personas. Pil andaba por acá y por allá, conectando, entregándose a conversas con gente que no conocía ni tampoco conocerá, anónimos de ese intercambio en la Quebrada.    

Fue una noche hermosa y jamás vi algo similar en mi vida. El Tucán estaba presente y puede afirmarlo. Acaso presintiendo una velada inolvidable, en el camino del hotel al bar Pil confesó que deseaba hacer otro libro. Quería algo bien específico: contar la historia del primer disco de Los Violadores, que él consideraba pionero en el punk iberoamericano. A la tesis la sostendrían archivo de la época y entrevistas. En ese afán, había delineado una lista de veinte personas en las que convivían Hari BMarta MinujínBeto Zamarbide Maximiliano Guerra (y, créanme: todos tuvieron algo interesante para decir). El arco narrativo, claro, era curado por él. Sería —y lo quería dejar bien en claro—, “su historia” de “la historia”.    

La “Gira del Éxodo” comenzó el lunes en San Salvador y Tilcara, continuó el martes en Humahuaca, el miércoles en La Quiaca y el jueves nuevamente en la capital provincial para una movida en el local del FIT antes de tocar con Pilsen, inicio del tour trepidante que continuaría el viernes en Salta, el sábado en Tucumán y el domingo en Santiago del Estero. Fue, si la memoria no me falla, la última gira por el interior argentino de Pilsen con Pil Chalar y Tomy Loiseau, antes de que los cuatro solo se concentraran a tocar por Buenos Aires y grabar “Carne, tierras y sangre”.    

En Humahuaca nos esperó el legendario Tantanakuy, obra y sello de Jaime Torres para una peña acustipunk inolvidable. Que, como tal incluyó, a algunos muchachos que hacían rock en el pueblo para una zapadita en “Clandestino”, de Manu Chao. Unos videos de esa noche andan dando vueltas por YouTube. En la versión de “Nada ni nadie”, un muchacho comenta: “Qué buen show fue ese, estuvo porque justo andaba viajando por el norte argentino. Saludos de Bariloche”. Pil se encontró en la ruta del viaje con otros viajantes que jamás imaginaron conocerlo en tales circunstancias, tocando y parlando en un lugar cualquiera. 

La Quiaca anfitrionó en la sede social del centenario Club Argentino, un hervidero con dos bandas soportes, más de cien personas y mucha temperatura. Fue la única escala de la “Gira del Éxodo” por fuera del eje turístico, y por ende la más significada por la gente local. Antes de la actividad, aprovecharon las horas libres para cruzar a pie Villazón, en Bolivia. Pil se compró una lata de Paceña, se sentó en una plaza, y justo en ese momento un grupo de tinku se puso a ensayar una coreografía frente a sus narices. Cuando todo terminó, se acercó a saludar, los felicitó y les preguntó si se podía sacar una foto con ellos. El más contento era él. Al otro día, volviendo de La Quiaca a San Salvador en un taxi compartido, los gendarmes del puesto en Tres Cruces (un retén sórdido en el inicio del altiplano que controla la ruta 9 y la entrada a la mina El Aguilar) se ensañaron con él y el Tucán. Les molestaba que tuvieran guitarras, o quizás sus caras de cansados, normales para dos tipos que venían de activar la provincia con sus movidas desde hacía cinco días, y encima gratis. El asunto finalmente no pasó a mayores y el camino siguió hacia nuevos destinos. 

Antes de eso, Pil nos pidió sacarse una foto al lado de un cartel de señalética de ciudad más al norte de Argentina. Quería luego unirla a otra que tenía de su viaje a la más austral, para a su modo también cerrar su propio De Ushuaia a La Quiaca. Una manera bien punk, artesanal y autogestiva de recorrer el país llevando su obra, dejando su huella y marcando otra forma de entender una historia de la que ahora él es también parte y para siempre. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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