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31 de agosto de 2022 | Pastillas de Colores

En el norte de Chubut

Puerto Pirámides: Cuna de ballenas

Entre lobos y elefantes marinos, el mayor mamífero del planeta entra en su temporada de avistase en Península Valdes. Tan solo una de las muchas y fascinante especies que se pueden descubrir en la costa patagónica.

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por:
Juan Provéndola

La Argentina tiene nueve lugares declarados por la UNESCO como Patrimonio Mundial. Muchos de ellos fueron creados por acción de la naturaleza, aunque curiosamente sólo uno está en contacto con el amplio mar que baña las más de 5 mil kilómetros de orillas del país. Se trata de la Península Valdés, y la explicación es muy sencilla: en ese pequeño apéndice costero de 3.600 kilómetros cuadrados en el norte de Chubut, casi en el límite con la provincia de Río Negro, se ubica uno de los sitios de preservación de mamíferos marinos más importantes del planeta. 

Hacia allí migran cada año desde otras aguas cientos de ejemplares de ballenas francas que se suman a los lobos y elefantes marinos, toninas y orcas, además de los pingüinos de Magallanes que anclan en Punta Tumbo, 300 kilómetros al sur. Estas especies encuentran en la península y las costas chubutenses en general uno de los rincones del mundo más aptos para dos funciones esenciales: la alimentación y la reproducción. De este modo la región se convierte en el sitio donde se encuentra la mayor biodiversidad del Mar Argentino.

La Península Valdés, aunque pequeña en comparación con la extensión de la zona, resignifica a toda la Patagonia, ya que la vuelve más "ancha": a las tradicionales actividades desprendidas de la zona cordillerana se les suma el fomento turístico de sus costas, no sólo como sitios de descanso playero (alternativos a los grandes balnearios bonaerenses, beneficiados por la mayor cercanía con grandes ciudades) sino como lugares de avistaje e interacción con la fauna marina. Para acceder a esta porción de tierra privilegiada hay que atravesar primero el itsmo Ameghino, que vincula la península con el continente. En su tramo más angosto tiene apenas seis kilómetros de ancho, permitiendo observar los dos golfos que abrazan el cuello de Valdés: el Nuevo, al sur, y el San José, al norte.

El recorrido por la península es de 240 kilómetros de ripio. El ingreso tiene dos escalas: el puesto de control del Área Natural Protegida Península Valdés y el Centro de Interpretación Carlos Ameghino, que presenta las características y los atractivos de la región. En sus salas internas no sólo están ilustrados los distintos apostaderos de ballenas, lobos, orcas y delfines, sino también la presencia de la fauna terrestre y aérea: una biodiversidad que incluye guanacos, ñandúes, maras, gatos monteses, choiques, cormoranes, gaviotas y chimangos. Se trata de los verdaderos habitantes de la zona continental de la península, dominada por la tradicional estepa patagónica que llega hasta donde el mar la detiene: la geografía amesetada se interrumpe en los bruscos acantilados donde choca el oleaje del Atlántico.

CUNA DE LA BALLENA 

Casi en el extremo sudeste del itsmo Ameghino, donde la península empieza a ensancharse por encima del golfo Nuevo, aparece Puerto Pirámides, el único asentamiento humano de Valdés. Es un pequeño poblado de apenas 500 habitantes, dedicado a la cría de ovejas en las estancias adyacentes (una de las actividades económicas más fuertes de Chubut) y, fundamentalmente, al turismo. Es que allí se encuentra el único lugar de la región donde se pueden avistar ballenas en excursiones embarcadas. La ballena franca austral fue declarada Monumento Natural en 1984, y desde entonces se desplegó una serie de dispositivos para preservar y respetar los hábitos y conductas del mamífero más grande del mundo.

Las ballenas empiezan a llegan al lugar a principios de mayo y permanecen hasta diciembre, aunque los meses de mayor afluencia para verlas –buen clima mediante- son septiembre y octubre. En esas aguas encuentran lugar seguro para aparearse y dar a luz. Ambas circunstancias permiten ver a más de un animal a la vez: en el primer caso, el ritual de apareamiento involucra a varias ballenas, mientras en el segundo, la madre se mantiene siempre cerca de su cachorro para enseñarle a sobrevivir en el mar. El período de amamantamiento puede durar hasta un año.

La ballena franca llega a medir 16 metros de largo y alcanza un peso máximo de 40 toneladas. Su imponencia puede verse a un palmo de distancia gracias a distintos servicios de embarcaciones. Algunos son híbridos náutico que, además de la vista desde la cubierta, ofrecen la posibilidad de observar las ballenas debajo de nivel del mar, a través de su cabina inferior. Allí se pueden distinguir con claridad las callosidades que componen el registro de identidad de los cetáceos, ya que no existen dos iguales. De este modo los científicos y naturalistas pueden individualizarlas para su posterior estudio.

El paseo en estos anfibios permiten tener una proximidad impensada con los cetáceos. Si bien el atractivo de este servicio es la vista subacuática, la experiencia más impresionante termina siendo sobre el nivel del mar, como ocurre en todos los paseos embarcados. Es el mejor lugar para disfrutar de los saltos de las ballenas (que pueden dar hasta seis brincos sucesivos) y de la figura de su cola invertida cuando se sumergen. A veces, incluso, extienden una de sus aletas laterales casi al borde de la embarcación, desplegando su mansa imponencia ante la mirada absorta de los turistas. Muchos, sin embargo, conservan como mejor recuerdo el simple sonido de su respiración, un espectáculo que se intensifica en la profunda oscuridad de la noche para quienes se echan a caminar por la orilla de la playa de Puerto Pirámides.

Aunque es difícil determinar la cantidad precisa de ejemplares, el Instituto de Conservación de Ballenas realizó en 2015 el estudio más largo del mundo basado en la fotoidentificación de cetáceos en su ambiente natural. La investigación arrojó un resultado de 550 de ballenas en los golfos San José y Nuevo (sobre todo entre Pirámides y Madryn, sobre el Nuevo). La cifra permite estimar una mayor cantidad de esos mamíferos en la zona, aunque también se observó que tienden a ubicarse cada vez más alejadas de las costas. Los motivos son diversos y aún se encuentran bajo análisis, aunque uno de los más evidentes es la acción de las gaviotas, que se posan sobre el lomo de las ballenas emergidas y les picotean insistentemente la piel hasta llegar a la capa subcutánea de grasa. Un problema de larga data, debido a la proliferación de gaviotas por causas no naturales, y que es objeto de serio debate en la comunidad científica. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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