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23 de septiembre de 2022 | Opinión

Proyecto en puerta

Regular las redes: Argentina frente al Ciberleviatán

Los dichos de ayer del presidente volvieron a poner en entredicho el rol de las redes sociales en nuestra sociedad. Con todo, la primera visión de la llamada sociedad de la información es 1984 de Orwell.

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por:
Javier Barragán

Después hubo un tiempo en el que se sostenía que Internet nos llevaría automáticamente a la libertad, a la democracia, a un mundo unido. Hay estudios de la Primavera Árabe de 2010 que argumentan que los medios sociales derrotarían a los dictadores. Y pocos años después, todo el mundo se sorprendió al comprobar cómo estas mismas herramientas ayudaron a que personalidades con caracteres antidemocráticos se hicieran con el poder.

Así las cosas, hoy día diversos autores señalan que nos acecha una nueva forma de poder alimentada por los algoritmos, en particular por el Big Data. 

Al respecto, no existe una definición rigurosa de “Big Data”, pero con este término se hace referencia al gran crecimiento del volumen de información causado por el proceso de digitalización de datos, que ya no puede ser tratado ni por una memoria humana ni por una computadora convencional, sino que requiere la participación de supercomputadoras.

Hilbert Martin, especialista en big data, llegó a decir: “con 150 likes el algoritmo de Twitter puede detectar tu personalidad, con 200 te conoce más que tu pareja. Y con 250 likes puede saber más de vos que vos mismo”.

¿Y cuál es el problema? Que con estos datos que tienen sobre nosotros las redes sociales establecen lo que queremos y determinan lo que pensamos, y la virtualidad termina condicionando nuestra vida real.

Por ejemplo, cuando usamos Facebook se crean microcosmos que reafirman nuestras opiniones. Poner un me gusta o quitarlo es lo que diseña un ambiente cerrado y controlado. Los propios analistas de Facebook reconocen que los usuarios convierten su muro en una “burbuja ideológica”. Otro ejemplo: cuando realizamos búsquedas en Google existe un algoritmo que sitúa en un lugar preferente webs que confirman nuestras ideas y valoraciones. Esto ha llevado a que filósofos actuales como Byung-Chul Han o José Maria Lasalle adviertan sobre los peligros de un Ciberleviatán, trayendo a colación aquella famosa obra de Hobbes nominada en base a aquella mítica figura bíblica. 

Este Ciberleviatán supone, en opinión de estos autores, una gran amenaza a la democracia liberal tal como la hemos conocido.

Lo cierto es que, sin caer en una postura pesimista, internet afecta de manera muy acusada a nuestra cotidianidad, a nuestras expectativas y las relaciones que tenemos con los demás. 

A nivel local Durán Barba fue uno de los primeros en entender estas cuestiones. A comienzos de 2019 y en ocasión del lanzamiento de su nuevo libro “Cómo poner al peronismo a trabajar para uno”, sentenciaba: "Los simios ahora usan smartphones y escriben en las redes sociales". 

Donald Trump fue el que reflejó a nivel mundial el alto impacto que supone el uso político de las redes, particularmente con su invitación a asaltar el Capitolio el 6 de enero del 2021 tras perder las elecciones.

Y es que las redes sociales son sobre todo un espejo que nos sitúa frente a nuestras propias contradicciones como sociedades. El problema es que ese espejo está en manos de Facebook, Amazon, Google, empresas privadas cuyo fin primario y fundamental no es la libertad de expresión, sino ganar dinero. Por tanto, a esas empresas no les importa si a través de sus plataformas se fomenta nuestra grieta, muy por el contrario, ello sirve a los intereses de las potencias que respaldan dichas corporaciones. Por eso creo que, si bien nuestro presidente suele equivocarse, esta vez ha dado en el clavo. Es imposible caminar hacia una democracia consolidada en un marco de redes sociales no reguladas.

Las repercusiones del ascenso de las redes sociales y la difusión de información falsa se han visto además agravadas por la desaparición del paisaje mediático de medios de información locales y fiables. La proliferación de "desiertos informativos" —comunidades en las que no hay proveedores de noticias locales responsables que informen a los residentes y contrarresten las noticias falsas— ha provocado que la desinformación se suela tomar por cierta y que se haga viral, sin control alguno, en las redes sociales.

En suma, en tiempos de posverdad es necesario volver a los principios ontológicos más básicos, es menester buscar una salida que reafirme lo humano. 

Quizás se trata de volver al pensamiento de Mario Bunge, quien fuera pionero al advertir, ya en 1970, la importancia estratégica de la tecnoética y las relaciones de control que debían mantener ingenieros y tecnólogos con sus propias creaciones. No puede Mark Zuckerberg alegar inocentemente que su creación se le ha ido de control. Tampoco Jack Dorsey, el fundador de Twitter. Las plataformas cuentan con protocolos de actuación específicos para evitar la propagación de la violencia por esos medios... solo se trata de aplicarlos. 

 

(*) Por Javier Barragán, licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.


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