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31 de octubre de 2022 | Internacionales

Reñida elección

Lula y el desafío de gobernar con un congreso opositor en Brasil

Finalmente ganó Lula y es el nuevo presidente del Brasil. La fabulosa remontada de Jair Bolsonaro en los últimos dos meses no le alcanzó para conseguir la victoria, pero si para condicionar el gobierno de su adversario. El presidente saliente retuvo las dos cámaras del Congreso y las gobernaciones de los principales estados.

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Por si fuera poco, el escenario económico internacional, caracterizado por la alta inflación y una inminente recesión mundial, es más que preocupante.

Lula no podrá quejarse de haber recibido una “pesada herencia”, ya que Bolsonaro deja un país sin inflación y en crecimiento. Y la grieta social y política ahora equipara por mitades a la sociedad brasileña, tal como lo demostró su comportamiento electoral. 

La estrechísima diferencia que consiguió en las urnas y su minoría en ambas cámaras plantean un escenario muy diferente a los de sus dos gobiernos anteriores (2003-2011). Brasil cambió en los últimos años y el mundo también. Lula lo sabe, y por eso quien fuera el referente de la izquierda progresista latinoamericana ahora buscó la reconciliación con muchos de sus viejos adversarios, a los que les prometió cargos y responsabilidades políticas.

Su discurso de campaña expresó con claridad la nueva situación. Se corrió hacia el centro, fue moderado en sus promesas y aspiraciones. Ganó Lula pidiendo la hora, pero el Lula que ganó no es el mismo que conocemos.

Jair Bolsonaro dejará un país sin inflación, con una economía en crecimiento y con el desempleo más bajo de los últimos 10 años. Pero el nuevo presidente no contará con un  escenario internacional con el ‘boom’ de las materias primas del que dispuso en sus ocho años de gobierno precedentes. 

Si bien es cierto que su devaluada agenda progresista lo alineará con sus no menos desgastados presidentes de la región, y sumará una aún imprecisa –aunque seguramente mucho más amistosa– relación con los EE.UU., el problema lo tendrá en el plano institucional, ya que deberá gobernar con un Congreso en contra, con una gran participación de legisladores bolsonaristas y menos de un tercio de apoyo en la Cámara de Diputados.

Aunque relativamente modestas, las reformas que Lula planteó y calificó como “agresivas”, como por ejemplo el impuesto a la herencia o a las grandes fortunas, difícilmente puedan tener curso. 

Repasemos brevemente sus promesas. La principal, sin lugar dudas, es la eliminación de la Ley de Autonomía del Banco Central, para permitirle emitir reales sin restricciones para impulsar políticas redistributivas que necesariamente aumentarían los indicadores inflacionarios. 

A esto se suma su proyecto para anular la reducción de impuestos y el sistema previsional privado que instaló Bolsonaro durante su gobierno. 

También Lula ha prometido derogar las políticas de Bolsonaro que flexibilizaron la compra, venta y tenencia de armas para la población civil.

El problema es que, para poder concretarlas, no sólo debería vencer la resistencia de un Congreso opositor, sino también de las alianzas que forjó para alcanzar un modesto 50,9 por ciento en la elección de ayer. 

La lista de impedimentos comienza con su histórico rival y flamante vicepresidente, Gerardo Alckmin, un político con sólidos lazos con la Unión Europea y al gobierno de Joe Biden. Alckmin es un niño mimado del sector financiero y el establishment brasileño, y tendrá bajo su control una porción estratégica del gabinete, que incluye a los ministerios de Economía, Defensa, Justicia, Energía, Infraestructura y Relaciones Exteriores. Claramente el progresismo no encontrará hendija por donde pasar en su órbita. 

En las últimas semanas de campaña, atemorizado por la arremetida de Bolsonaro, Lula sumó a sus alianzas a Simone Tebet, ex candidata presidencial de centroderecha que adquirió protagonismo en el tramo final de la carrera electoral. Tebet será la referente de la agroindustria en el nuevo gobierno, uno de los sectores productivos que más respaldo le brindó a Jair Bolsonaro.

Sus alianzas regionales no le servirán de mucho. Si bien hubo un giro progresista en América del Sur, se trata en su mayoría de presidentes débiles, sin liderazgo propio, que debieron resignar sus proyectos transformadores, convirtiéndose en continuadores de las políticas de derecha precedente. 

Lula tomó nota y, a la hora de recular, no esperó a su asunción. De hecho, para contener el avance de Bolsonaro en las encuestas cerró acuerdo con el evangelismo –que incluye a un tercio de la población–, para lo cual debió dar un giro copernicano para posicionarse en contra del aborto y a favor de la familia tradicional. 

Por si todo esto fuera poco, el Partido de los Trabajadores (PT) atraviesa su peor momento. Sus candidatos fueron derrotados en la mayoría de los casos, sobre todo los que no compartieron la boleta de Lula. Bolsonaro los había dejado sin gas, al legislar que el aporte de los trabajadores es voluntario.

A todo esto debe sumarse que si bien Bolsonaro fue, en un principio, un presidente surgido de las fronteras de la política, hoy ha armado un movimiento bastante sólido, con una inserción que atraviesa a la sociedad brasileña y disputa con ventajas el control de las calles. Y además controla San Pablo -el estado más importante de Brasil-, a través del recientemente electo por Tarcisio Gómez de Freitas y Minas Gerais, el segundo distrito electoral del país, donde fue reelecto Romeu Zema.

De este modo, volvió Lula a la presidencia, pero las condiciones en que deberá gobernar no autorizan a pensar en que esto signifique mucho más que una revancha personal. Deberá ser moderado y conciliador por la fuerza de los hechos. Y la mayoría de sus limitadas promesas poco tardarán, probablemente, en convertirse en papel mojado. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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