Municipales
La Cárcel del Fin del Mundo
Godino y Radowitzky, la paradoja del Penal de Ushuaia
La Cárcel del Fin del Mundo fue construida para "presos peligrosos", una categoría de uso discrecional que hizo convivir a un deplorable asesino de niños con venerado anarquista. La otra curiosidad histórica: los turistas pagan para entrar al lugar del que ellos querían huir.
En Ushuaia puede llover, helar o hacer calor, incluso en el mismo día. Pero lo que nunca se modificará es la fila de turistas dispuestos a pagar para sacarse una foto con una réplica del Petiso Orejudo. Ése fue el perfil que comenzó a adquirir la "Cárcel del Fin del Mundo" desde que Juan Domingo Perón ordenó clausurarla en 1947. La medida la instrumentó el director del Servicio Penitenciario, Roberto Pettinato, padre del músico homónimo.
El Penal de Ushuaia fue concebido como una prisión extrema y adoctrinadora, dispuesta a enderezar hasta al más torcido con regímenes de trabajo inhumano y en crudas condiciones climáticas. Los primeros reclusos tuvieron que hacer la cárcel, los siguientes fueron destinados a la construcción de la ciudad en torno al penal y hasta hubo recurso humano para una banda musical destinada a entretener a los lugareños libres.
Más de setenta años después de su cierre, hoy el lugar se reinventa como un museo del horror a pequeña escala: sólo uno de sus seis lugares está abierto al público, aunque el déficit se compensa con un sitio para comprar souvenirs. Entre ellos, el traje que los reclusos usaban, con rayas horizontales que eran azules y amarillas y no blancas y negras, para distinguirse mejor entre la nieve.
La "Cárcel del Fin del Mundo" fue de las últimas cosas que inauguró Julio Argentina Roca en la segunda de sus presidencias. El presidio tenía por objeto confinar a los "presos peligrosos", categoría que se aplicaba a asesinos seriales, pero también se utilizaba de manera discrecional con disidentes políticos del poder de turno.
Así, bajo ese concepto difuso, convivieron en la ciudad más austral del mundo del asesino de niños Cayetano Santos Godino, nacido en el barrio de Parque Patricios, y el anarquista Simón Radowitzky, inmigrante de Ucrania. El preso más detestado y el más reverenciado coincidieron durante siete años, desde que el primero llegó hasta que el segundo se fue.
Los viajes desde Buenos Aires para llevar detenidos a Ushuaia duraban un mes y eran en la bodega de los barcos, lugar en el que los presos estaban expuestos a los gases del motor y solo disponían de un balde compartido para sus necesidades. Pero lo peor estaba tras la puerta del navío: ese páramo inhóspito en el sur de lo que se creía que era Argentina, un lugar que solo existía en los mapas.
Santos Godino cayó en 1923, a los 27 años, después de matar o intentar matar a decenas de niños, mientras que Radowitzky había sido traslado en 1911, con apenas veinte de edad, y tras dos de reclusión en la desaparecida Penitenciaría Nacional del Parque Las Heras por asesinar al policía y represor Ramón L. Falcón. Los dos padecieron tratos hostiles en Ushuaia.
El Petiso Orejudo murió allí, veintiún años después de su confinamiento, maltrecho por distintos vejámenes, entre ellos uno que los presos especialmente le dedicaron tras matar a un gato que los reclusos tenían como mascota. Simón había abandonado la cárcel en mayo de 1930, a cambio de irse de Argentina, logrando por decreto presidencial lo que había intentado sin éxito dos veces.
Escaparse del Penal de Ushuaia era fácil: no tenía muros de contención, sino unos simples alambrados. Lo difícil era atravesar la soledad de ese clima gélido y una geografía con laberintos de montañas escarpadas. Radowitzky murió 26 años después en México, luego de haber pululado por Uruguay y España, donde intervino en la Guerra Civil.
La paradoja histórica de la Cárcel del Fin del Mundo se encierra en esa extraña convivencia: la de un asesino deplorable con la de un anarquista que el tiempo convirtió en emblema de culto. Y en los turistas que pagan para entrar al lugar del que ellos solo querían escapar. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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