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19 de enero de 2023 | Opinión

Crisis endémica

La ausencia de liderazgo y la decadencia argentina

En el presente artículo nos introduciremos en las causas profundas de nuestra decadencia como Nación.

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por:
Jorge Corrado

“No hay cosa que más disfrute el soldado romano que ver a su oficial de mando comer abiertamente el mismo pan que él, o tenderse sobre un sencillo lecho de paja, o erigir una empalizada. Lo que admiran de un jefe es su disposición para compartir el peligro y las dificultades, más que su habilidad para conseguir honor y riqueza, y sienten más aprecio por los oficiales que son capaces de hacer esfuerzos junto a ellos que los que les permiten pasarlo bien”.
(Plutarco)

La crisis política endémica que hoy nos aplasta, tiene como origen la carencia histórica de un adecuado desarrollo de nuestra cultura política, que impide la formación de verdaderos líderes que encarnen los valores centrales de nuestra Nación. Dicha carencia acarrea, entre otras falencias graves, la ausencia de liderazgos fuertes y sanos, en la llamada “clase política”. Ello impide o dificulta la acción comunitaria y dinámica para el esfuerzo de adaptación de los instrumentos institucionales al acelerado proceso civilizatorio, impulsado por la revolución tecnológica y del conocimiento, a escala planetaria.

Describiremos el concepto de liderazgo, sus características, sus tipos y cuáles deben ser las características que debe presentar un verdadero líder. Su vinculación con la estrategia y su valor central: su representatividad cultural. Trataremos sintéticamente de dar luz sobre esta carencia que hoy se hace patética, a través de los niveles de crisis terminal alcanzados por nuestro sistema político.

“Una condición ineludible del perfil gerencial, es ser un hombre de valores, para liderar la responsabilidad de las organizaciones por el impacto social y comunitario”.
(Paz)

“Para ser un líder existen dos requisitos: Aceptar que el rango no confiere privilegios sino que acarrea responsabilidades y reconocer que el líder de una organización tiene que imponerse una integridad personal para ser ejemplo. Debe haber una congruencia de hechos y palabras”.
(Drucker)

“La gente de hoy está ansiosa de encontrar no al 'jefe sagaz' sino al líder congruente y auténtico, pues saben que sólo él tiene la claridad y la fortaleza para guiarla por el camino correcto, evitando los “atajos fáciles” que la alejan de los verdaderos triunfos”.
(Senge)

Es tan claro el carácter artístico que rodea al líder, que el Manual de Operaciones del Ejército de los Estados Unidos así lo acepta, cuando afirma: “Comandar es más un arte que una ciencia. En el campo de batalla, es frecuente guiarse por la intuición y el olfato, ganados en años de práctica y estudio”.

En su esencia más primitiva, liderar significa dominar. Las manadas de animales premian la fortaleza de los más fuertes con la sumisión y obediencia de los más débiles de la manada. Las agrupaciones de lobos son una perfecta muestra de ello, ya que en ellas el dominio visible de un líder responsabiliza a éste de los movimientos estratégicos, tanto a la hora de la defensa frente a otros depredadores, como a la hora del ataque de las diferentes presas.

A través de este cuadro evolutivo, el hombre se consolidó en el dominio del entorno y encontró en la guerra la mayor exigencia para el desarrollo de sus cualidades estratégicas y sus actitudes de liderazgo. La guerra no sólo se convirtió en el espacio en el cual el líder afirmaba su dominio sobre sus subordinados, sino que también lo afianzaba frente a su entorno. El sometimiento de pueblos fue la constante en los primeros tiempos y fueron esos líderes los encargados de conformar los primeros imperios.

Aristóteles enuncia con cierta crudeza este concepto, cuando dice: “Mandar y ser mandado pertenece a las cosas, no sólo necesarias sino provechosas y aún en ciertas cosas y directamente desde su origen, unos seres se destinan a ser mandados y otros a mandar”. Si bien esta reflexión refleja las desigualdades de una época, en la que la esclavitud era permitida, es reafirmada luego por Einstein en un contexto diferente, cuando dice: “Sé, claro está, que para alcanzar cualquier objetivo hace falta alguien que piense y que disponga. Un responsable”.

Según lo anterior, liderar no sólo es ponerse al frente de los demás,  en un esquema de dominio y sumisión. Liderar significa entonces “la capacidad de aglutinar las personas alrededor de un objetivo determinado y ser capaz de conducir con ejemplaridad el esfuerzo sinérgico, para alcanzar un objetivo”.

Si nos remitimos a la definición de Estrategia del Diccionario del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, “estrategia es el arte y ciencia del desarrollo y uso de las fuerzas políticas, económicas, psicológicas y militares, como sean necesarias en tiempos de paz y de guerra, para alcanzar el máximo soporte de las políticas, en orden de incrementar las probabilidades y las consecuencias favorables de victoria y la lectura de las posibilidades de derrota”. Esta definición permite ver que la relación entre liderazgo y estrategia es cercana. El punto que las aproxima es que el líder encarna las estrategias, a través de su personalidad, de su ejemplaridad, de su testimonio y por sobre todo de su tenacidad para obtener y retener los objetivos impuestos.

Liderar entonces, significa una gran responsabilidad para el conductor que la ejerce. Esta responsabilidad descansa en la probabilidad de éxito o de fracaso. Esta alternativa exige  en el líder el desarrollo de dos grandes destrezas, en el plano psicológico y el plano intuitivo.

En el aspecto personal,  el líder debe corporizar los valores de la cultura que representa. El líder debe ser capaz de convertirse en ejemplo, de modo tal que su autoridad moral le permita la adhesión franca y sacrificada de sus seguidores. En otras palabras: debe legitimar su autoridad y su poder. Además, el líder debe tener percepciones refinadas para abarcar la “profecía” que lo inspira, en su orientación y rumbo hacia el futuro. Es esta capacidad prospectiva la que le permite la definición de los objetivos operativos y el cómo lograrlos.

Al leer el Arte de la Guerra de Sun Tzu y algunos otros escritores chinos, que datan de hasta quinientos años antes de Cristo, llama mucho la atención el énfasis que se hace en el desarrollo personal del líder. Si bien estos primeros tratados sobre estrategia militar podrían sugerir la discusión de una gran cantidad de recursos tácticos para la guerra, por el contrario, reflejan los más profundos valores legados por el confusionismo. Contrasta lo anterior con el detallado estudio hecho del arte de la guerra por Clausewitz, en su reconocido clásico De la Guerra. Si bien el legado de ambos libros es valioso, es importante anotar que, con dos mil años de anterioridad, Sun Tzu y sus contemporáneos, como Sun Bin, entre otros, lograron trascender del campo militar a un nivel estratégico superior, en donde el líder es protagonista fundamental, gracias a que logra combinar positivamente todos los valores de la cultura.

Es así como Sun Bin, en su obra Los Métodos Militares, llega a concluir que: “La implementación de la virtud es el gran recurso de la armada”. Algunos autores, estudiosos de los clásicos chinos, afirman: “El legislador, miembro del gobierno, debe cultivar las virtudes reconocidas universalmente: benevolencia, rectitud, lealtad, credibilidad, sinceridad, coraje y sabiduría”.

De lo expresado puede concluirse que el líder es también el producto de la cultura en la cual se desenvuelve, gracias a que logra aglutinar todos los valores de ésta alrededor de sí. En primera instancia, el objetivo fundamental en la formación de líderes debe ser el fortalecimiento de los valores propios de cada cultura.

Las posibilidades de comunicación, en nuestros días, han desvirtuado las fronteras con culturales. Por lo mismo, el líder debe tener la capacidad de conciliar sus propios valores con los de las culturas relacionadas. La maestría del líder, en este proceso de conciliación, radica en saber identificar los puntos de conflicto o incompatibilidad, para generar la manera de resolverlos. Este proceso de conciliación no debe significar un abandono de la cultura. Por el contrario, debe ser una simple evolución de ésta hacia su reafirmación.

En el líder se centra la enorme responsabilidad de comandar el proceso de evolución, dentro de la civilización universal, reteniendo la propia e incambiable cultura.

Entre los grandes peligros del mal ejercicio del poder, se destaca la capacidad de modificar las esencias de la cultura. La pérdida de la Identidad.  Por eso el líder es como el programador a cargo de alterar un programa fuente. La historia está llena de casos en los cuales el proceso de evolución ha caído en poder de líderes falsos, guiados por una mera ideología, con sus mitos, que a la postre han violentado el curso de una Nación hacia su destino.

No obstante la difícil definición de los valores universales que hacen a la capacidad de liderazgo, el estudio biográfico de los grandes líderes exitosos de la historia permite identificar una serie de cualidades comunes a la mayoría de ellos, que pueden ser señaladas como la plataforma fundamental del liderazgo. Que una persona logre en sí misma la comunión de todas esas cualidades, no podría ser normal. En efecto, los líderes de la historia generalmente se destacan en una o dos de ellas. Es la fuerza con la que asumen sus proyectos, la que les permite lograr esa diferenciación del resto de sus contemporáneos. Los ejemplos del Libertador José de San Martín o de Manuel Belgrano, entre tantos, son más que demostrativos.

Esta comunión de matices queda resumida por Henry Bergson, cuando dice: “Hay que actuar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción.”

Los valores compartidos expresan la esencia de una organización. Enmarcan las expectativas, suministran alineación y establecen el fundamento para la transformación y el crecimiento. Al poner énfasis en los valores, el líder señala lo que no cambiará, dándole a su gente un ancla, en una marea de incertidumbre y en un contexto estratégico, para tomar decisiones y acciones que desarrollarán la voluntad colectiva.

EL LIDERAZGO SE SUSTENTA EN LOS VALORES, EN LA ETICA, EN LA CULTURA Y SE MANTIENE EN SUS TESTIMONIOS.

Nada más alejado de la patética imagen de los políticos que hoy nos “gobiernan”. Comenzar a entender la diferencia entre un sabio, un líder estratégico, conductor de un pueblo hacia su grandeza y un simple expoliador de los erarios públicos, es comenzar a entender las verdaderas causas de nuestra degradación como Nación. 

 

* El doctor Jorge Corrado es abogado, diplomado en Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de Ciencia Política y Estrategia de la Universidad Católica de La Plata. Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.


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