Sábado 20.04.2024 | Whatsapp: (221) 5710138
2 de marzo de 2023 | Historia

Liberalismo europeo

John Stuart Mill y el gobierno representativo

La democracia norteamericana fue la gran excepción dentro de las sociedades avanzadas de Occidente. Por el contrario, la expansión del sistema capitalista había producido un espectáculo desolador: grandes urbes industriales mugrientas y repletas de pobres, marginados y miserables, que, paradójicamente, eran presentadas como el ideal del progreso.

facebook sharing buttonCompartir
twitter sharing button Twittear
whatsapp sharing buttonCompartir
telegram sharing buttonCompartir
print sharing buttonImpresión
gmail sharing buttonCorreo electrónico

La experiencia histórica estaba demostrando fehacientemente que las reglas de juego reclamadas por el liberalismo clásico no habían bastado siquiera para asegurar una igualdad para la libertad. ¿Era posible revertir esa situación? ¿Por qué el respeto de esos principios no había dado los resultados esperados?.

Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill fueron los dos mayores escritores liberales del siglo XIX, que publicaron la parte central de su producción entre 1835 y 1861. Sus obras representan a las dos mayores tradiciones de pensamiento liberal europeo, la francesa y la inglesa, y son exponentes de las dos alas del liberalismo europeo, la conservadora,en el caso de Tocqueville, y la radical, en el de Mill.

John S. Mill, liberal y democrático, consideró al gobierno representativo –al que denominaba también “gobierno popular”– como el desarrollo natural y consecuente de los principios liberales. Así como Tocqueville fue historiador y escritor político, Mill fue un teórico político y, mucho más, un talentoso reformador, que adhería al utilitarismo de Bentham

La libertad por la que se interesaba Mill era aquella que Benjamin Constant asignó a los modernos, e Isaiah Berlin definió como libertad negativa, es decir, la situación en la cual un individuo puede hacer lo que desea sin estar impedido por una fuerza externa, ni constreñido a hacer lo que no desea. Para John S. Mill sólo podía ejercerse legítimamente un poder sobre cualquier miembro de la sociedad civil contra su voluntad con fines de protección, para evitar daños a los demás.

Sin embargo, el panorama que ofrecía a mediados del siglo XIX la sociedad inglesa era crítico. La condición de la clase obrera se había vuelto decididamente inhumana, y eso aumentaba los riesgos para la propiedad. 

Tanto desde una perspectiva moral como económica, una reforma resultaba indispensable, y el régimen político no podía hacer caso omiso de esta situación. John S. Mill tenía perfecta conciencia del aumento de la militancia de la clase obrera.

Por otra parte, le habían impresionado mucho las revoluciones europeas de 1848 y el fenómeno del movimiento cartista, a fines de los años 30, así como también la creciente alfabetización de la clase obrera, la difusión de sus periódicos, y el aumento de su capacidad organizativa, a través de sindicatos y mutualidades. Mill estaba convencido de que no se podía seguir excluyendo o reprimiendo a los pobres durante mucho más tiempo.

John S. Mill consideraba que la mejor forma de gobierno era la democracia representativa –por lo menos en ciertos países que habían alcanzado determinado grado de civilización– ya que consideraba (como Aristóteles) que el despotismo era aceptable para los pueblos bárbaros, siempre que el el fin fuese facilitar su progreso: “La participación de todos en los beneficios de la libertad es el concepto perfecto del gobierno libre”. Para concretar esta participación, John S. Mill promovía una ampliación del sufragio en la línea ya transitada por el radicalismo benthamiano en 1832.

John S. Mill afirmaba que el mejor remedio contra la alternativa de una tiranía de la mayoría que, como veremos, tanto preocupaba a Tocqueville, era la extensión de la participación electoral, que a su juicio tenía un gran valor educativo, poniendo como único requisito el pago de una pequeña cuota.

De este modo, el obrero que realizaba una labor repetitiva pasaría a comprender mejor la relación entre los acontecimientos lejanos y su interés personal, y le permitiría vincularse con ciudadanos diferentes de los que lo rodeaban en su trabajo cotidiano. “En una nación civilizada y adulta no deberían existir ni parias ni hombres golpeados por la incapacidad, más que por su propia culpa”.

Sin embargo, John S. Mill estaba todavía lejos del ideal del sufragio universal, puesto que excluía del derecho a voto a los analfabetos –preveía para ellos la extensión de la enseñanza–, los que vivían de limosnas, los que estaban en bancarrota y los deudores fraudulentos, aunque era favorable al sufragio femenino, afirmando que para las mujeres el voto como protección era más necesario debido a su debilidad. Para mitigar el impacto de la ampliación del sufragio –y desterrar el peligro de la tiranía de la mayoría–, Mill proponía cambiar el sistema electoral, adoptando uno proporcional. 

Pese a su plena aceptación del principio democrático y su elogio del gobierno representativo, J. S. Mill se limitaba a prescribir una democracia liberal escasamente ambiciosa. En efecto, para atenuar el efecto innovador del sufragio ampliado, propuso la institución del voto mayoritario, señalando que si bien consideraba justo que todos voten, nada obligaba a que todos tuviesen un solo voto: los más ricos podrían tener varios votos, y más aún los instruidos, quienes deberían aprobar previamente un examen de calificación.

Si bien John S. Mill esperaba que en el futuro, la clase obrera sería lo bastante racional como para dominar las leyes de la economía política liberal y mejorar su condición, consideraba asimismo que su modelo de gobierno representativo era un medio necesario, aunque no suficiente, para garantizarle protección frente al gobierno y promover una gradual transformación de la sociedad, en sentido más igualitario. Para Mill, la buena sociedad era aquella que posibilitaba y alentaba el progreso de todos, y no la que promovía un modelo de individuo egoísta y desaprensivo.

Para ello, aconsejaba una justa proporción entre remuneración y trabajo, y una equitativa distribución del producto social. Este modelo de hombre y de sociedad deseables marcó la clave que iba a prevalecer en adelante en la teoría democrática liberal hasta mediados del siglo XX. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


¿Qué te parece esta nota?

COMENTÁ / VER COMENTARIOS

¡Escuchá Radio Realpolitik FM en vivo!