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3 de marzo de 2023 | Pastillas de Colores

Turismo bodeguero

El tinto elemento en el Valle de Uco

Una postal del eje Tupungato - Tunuyán, nodo central de la casi obligada Ruta del Vino de Mendoza.

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por:
Juan Provéndola

Leo sirve vino en varias copas y bebe de la suya. Así lo hace con cinco variedades distintas en una dinámica que se repita toda vez que aparece un grupo de curiosos por la bodega. 

Mientras convida y toma, explica la forma en la cual fue producido cada uno, qué sabores se buscó resaltar y cuáles son las circunstancias ideales para que cada uno sea consumido. Un relato divino.

Pero, como en el acto de un mago, los turistas también quieren conocer el verdadero truco: "¿Cómo haces para no ponerte en pedo después de tanta cata?", pregunta uno. Leo se ríe mientras hace una sutil gárgara y señala con la vista una vasijita.   

Los enófilos más ortodoxos reniegan de escupir el vino, así sea el más berreta del mundo o lleves varias horas seguidas empinando. Pero los tiempos cambiaron: el vino no es aquello que los reyes bebían como un elixir exclusivo, ni tampoco eso que nuestros abuelos tomaban con soda en las comidas. Poco a poco se imponen nuevos paradigmas acerca de sus hábitos, normas y consumos. Hoy el vino implica toda una cultura. 

Es cierto que el vino existe en Argentina desde que Argentina no existía. Lo introdujeron algunas órdenes religiosas, en plena época de evangelización europeizante, con el fin de reproducir la sangre de Cristo en sus misas. En 1536 empezó a brotar tinto en Santiago del Estero gracias a un cura que trajo semillas de España vía Chile, y 50 años después los franciscanos estrenaron en Salta el blanco con unos esquejes de las Islas Canarias.

La producción luego se extendió y diversificó, aunque hubo un hecho que convirtió a Mendoza en el epicentro cultural del vino en Argentina: la instalación de la primera escuela de agricultura del país, a mediados del siglo XIX. Su director, un francés, innovó con formas y cepas hasta entonces desconocidas. Entre las últimas, una se adaptó mejor que las otras al suelo, la altura y las aguas mendocinas: el Malbec. Fue el mito de origen del vino como una pasión argentina que se enreda entre las medallas de los vinos premiados y versiones "de mesa" a precios populares.

Una copa acompaña el asado, la poesía, la fiesta y la soledad. Una bebida sofisticada pero popular, desde la producción exclusiva que se le enviaba por barco al Rey de España, hasta los primitivos arropes y alojas con los que tomaban coraje los gauchos. Hoy, Argentina es el quinto productor de vino en el mundo. Y el vino, más que una bebida, parece haberse reconvertido en una experiencia. Principalmente sensorial, desde ya. Pero también turística. Y, en otro aspecto, incluso de pertenencia: "saber" de vinos habilita jactancias.

Todo este fenómeno se condensa y explica con fuerza en el Valle de Uco, una pequeña traza de no más de 60 kilómetros en Mendoza, mayormente sobre la ruta 40, y que involucra a tres pueblos: Tupungato, Tunuyán y San Carlos. En ese radio sobre el noroeste cordillerano de la provincia a una hora de la capital provincial fue donde el turismo bodeguero se aceleró, compitiéndoles al Aconcagua y al "circuito sanmartiniano" como destinos y actividades obligadas.

Leo, como tantos otros, pertenece a la nueva generación que buscó generar un circuito alternativo al que protagonizan las marcas más en la denominada La Ruta del Vino de Mendoza. Se tratan de producciones menos industriales, en cierto punto artesanales, y por lo tanto mas respetuosas con el entorno geográfico.

Es que, por debajo de todo esto, además se produce un debate interesante para el medioambiente provincial. Es el uso de materiales orgánicos y procesos menos invasivos con los suelos, en una provincia donde el fracking es tan amenazante como cuestionado y este asunto es foco de disputa permanente, a la vez que el turismo argentino experimenta cifras récords en 2023. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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