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18 de mayo de 2023 | Historia

El origen del desastre

El nazismo y las condiciones que lo hicieron posible

La crisis alemana de 1923 implicó el primer proceso de hiperinflación del mundo capitalista. Los índices de desocupación fueron elevadísimos, y la depreciación de la moneda llegó a un punto tal que los billetes fabricados en la Casa de la Moneda eran quemados cuando llegaban a los bancos porque ya no tenían valor alguno.

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por:
Alberto Lettieri

En ese momento, tanto desde la izquierda como desde la extrema derecha alemana se objetó la probidad del régimen político y de los políticos que lo conducían, ya que no solamente habían puesto a Alemania de rodillas, firmando tratados inaceptables, sino que además eran incapaces de implementar ninguna medida acertada para contrarrestar el caso. 

Predominaba por entonces la coincidencia sobre la necesidad de un cambio. La izquierda planteaba que la República de Weimar era una república burguesa provincial, subordinada a los intereses del imperialismo internacional. Ante esto, la única alternativa que veían era la revolución.

El nacionalismo, por su parte, se dedicó a profundizar el discurso adoptado a partir de la revolución espartaquista, que sostenía que la guerra a la cual había sido conducida Alemania no representaba los verdaderos intereses alemanes sino únicamente los del capital judío internacional que manejaba a sus políticos como marionetas. 

La derecha denunciaba el pasado de la mayoría de los empresarios industriales, presentándolos como usureros y prestamistas. Afirmaban que eran semitas que se habían enriquecido a costa del sufrimiento ajeno, hasta el punto de “aguijonear” al estado alemán para ingresar a una guerra irracional en 1914, y luego habían presionado al gobierno, en 1918, para que abandonara la guerra, firmara una paz de compromiso y continuara operando naturalmente, como si la guerra no hubiera existido. 

Se aseguraba que tanto el emperador como los integrantes de la República de Weimar, conducida por políticos socialdemócratas, se habían empeñado en echar al cesto el pasado glorioso del pueblo germano, y así habían construido una república débil a espaldas del pueblo.

Para la derecha, la república había tolerado un crecimiento indiscriminado del comunismo, para luego propiciar con su impericia la catástrofe económica. En virtud de estos argumentos escasamente consistentes, la derecha llamaba a la creación de un movimiento que se alzara con el poder para recuperar las tradiciones alemanas y su pasado de gloria, colocando a Alemania en un lugar respetable dentro del tablero mundial, en lugar del papel en el que la querían colocar la burguesía, por un lado, y el marxismo, por otro.

Este discurso inunda las páginas de Mein Kampf (Mi lucha), el texto dogmático publicado por Adolf Hitler en 1925, que sintetizaba las críticas y expectativas de los sectores nacionalistas. En sus páginas, los judíos tanto son acusados por su condición de capitalistas, prestamistas y empresarios influyentes que llevaron a Alemania a la guerra, cuanto de haber realizado la revolución comunista en Rusia, ya que su vanguardia dirigente manifestaba mayoritariamente esa confesión religiosa.

De esta manera, Hitler planteaba que las dos alternativas que se abrían al mundo –el capitalismo, en el caso de Occidente, y el comunismo, en el caso de la Unión Soviética– tenían un denominador común: la conveniencia y los deseos de poder de la comunidad judía internacional.

Para fines de los años 20, completó la segunda parte de Mein Kampf. Era un violinista fracasado, así como Mussolini fue un viejo comediante frustrado. Éstos son datos para tener en cuenta, ya que de su práctica extrajeron muchos de los elementos artísticos a los que apelaban para vincularse con las masas, las posiciones que adoptaban en la tribuna pública y las maneras en que interpelaban al pueblo.

Hitler necesitaba imperiosamente que este discurso tomara estado público, ya que, en realidad, las fuerzas políticas que verdaderamente tenían peso en Alemania a principios de la década de 1920 eran el socialismo y, en menor medida, los grupos socialdemócratas vinculados con la República de Weimar. 

Para lograr ese protagonismo, durante una reunión de gabinete irrumpió con un revólver en la mano para exigir la renuncia de todos los miembros del Gabinete. Inmediatamente, fue detenido y llevado preso. Su objetivo apuntaba a crear un escándalo de proporción que le permitiera instalarse en los medios y difundir su propuesta. De hecho, el acontecimiento tuvo una enorme repercusión y ocupó la primera plana de todos los periódicos. El primer paso había sido dado.

Hitler estuvo en prisión pocos meses. Durante ese período escribió la primera parte de Mein Kampf. Sin embargo, al salir de la cárcel la situación era bastante diferente, ya que entre 1924 y 1928 Alemania experimentó un cambio profundo. En primer lugar, porque si bien Francia no estaba de acuerdo en levantar a Alemania y se oponía a las iniciativas de Inglaterra, no podía hacer lo mismo con las posiciones que adoptaban los Estados Unidos, cuya dirigencia había advertido que Alemania estaba atravesando un despeñadero muy peligroso, entre la guerra civil y la revolución socialista. 

Por esa razón, el Departamento de estado norteamericano designó como comisionado al general Dawes, quien propuso un plan económico formulado por economistas norteamericanos. Alemania recibiría un préstamo excepcional en dólares, con el compromiso de adoptar una serie de medidas muy parecidas a las que usualmente exige el Fondo Monetario Internacional a los países en bancarrota: creación de una nueva moneda, reducción del gasto público, eliminación del gasto superfluo, disminución del gasto político, aumento de la competitividad, caída del salario, ya adelantada por la hiperinflación, etc. 

Con este proyecto, la economía alemana a empezó a crecer a partir de 1925, profundizando su recuperación hasta 1928, hasta que nuevamente los indicadores económicos volvieron a ser negativos. Si bien Hitler tuvo un gran éxito al momento de la publicación de su libro y su propuesta se había difundo por toda Alemania, el éxito del plan económico lo fue marginando nuevamente, ya que parecía quedar demostrado que en el contexto democrático que ofrecía la República de Weimar, perfectamente podía haber prosperidad.

Sin embargo, en 1928, la economía alemana sufrió una grave crisis. Al igual que en el caso argentino, la crisis del 29 no llegó después de la caída de la Bolsa de Wall Street sino un año antes, y fue el producto del festival especulativo que precedió a la catástrofe financiera. Por entonces, las cotizaciones en la Bolsa subieron a un nivel desconocido, y los empresarios norteamericanos repatriaron la mayor parte de sus inversiones en el exterior para colocar su dinero en el juego bursátil de Wall Street. La economía alemana fue la primera víctima de este auge financiero.

Cuando la economía alemana cayó, reapareció la figura de Hitler, quien argumentaba que los Estados Unidos no eran más que una agencia que gerenciaba los intereses del capital judío internacional. Para Hitler, los políticos alemanes habían sido cómplices de impulsar un programa de asistencia económica que había convertido a toda la sociedad alemana en títeres del poder semita, que cuando quiso levantar a Alemania, lo había hecho, y cuando le apeteció derrumbarla nuevamente lo hizo sin miramientos.

Este comportamiento –concluía- desmentía el pasado brillante del pueblo alemán, que muchas veces se había levantado de las cenizas, para ocupar el lugar de privilegio que le correspondía en el concierto internacional. 

Este discurso tuvo un éxito notable en la época, ya que la caída económica, el deterioro del nivel de ingresos y el aumento de la desocupación fue muy considerable. Además, si bien para 1924 la socialdemocracia todavía tenía algún tipo de respaldo en la sociedad, luego del fracaso del proceso de reconstrucción económica sólo quedaban en pie dos opciones políticas concretas: la revolución socialista o la alternativa nacionalista.

Quienes respaldaron a Hitler, por cierto, no fueron los obreros, como tampoco fueron éstos quienes habían apoyado a Mussolini en el caso italiano, sino las clases medias y las clases propietarias que tenían un temor enfermizo a la pérdida de sus bienes y al deterioro de su nivel de vida a causa de la crisis aun sin mediar un proceso revolucionario. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Adolf Hitler, Nazismo, Benito Mussolini

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