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25 de mayo de 2023 | Historia

Política y economía

El florecimiento de Prusia

El progreso económico comenzó a modificar la estructura social prusiana en la segunda mitad del siglo XIX. La constitución de inspiración liberal, concedida durante la primavera revolucionaria de 1848, no fue suprimida sino solamente enmendada.

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por:
Alberto Lettieri

El nuevo sistema electoral, de inspiración marcadamente censataria, garantizaba mayorías dóciles y obediencia. Los electores estaban divididos en tres grupos, representando cada uno de ellos la tercera parte del total de los impuestos pagados. Cada grupo elegía igual número de representantes en la Cámara Baja, por lo que los grandes contribuyentes tenían una representación relativa muy superior.

El poder legislativo, encargado de votar el presupuesto y de presentar quejas e inquietudes a la autoridad real, se completaba con una Cámara de Señores designada por el rey según su propia voluntad o bien, por presentación de candidaturas por parte de príncipes de sangre, universidades y ciudades. Este modelo se completaba con una hábil división de las circunscripciones electorales, que garantizaba una gran concentración del poder en manos del gobierno y la burocracia estatal. Asimismo, el sistema confiaba la domesticación de los espíritus juveniles a la jerarquía eclesiástica, que administraba la educación. Cuando ello no bastaba, un moderno ejército y una policía bien pertrechada se encargaban de reprimir a la oposición. El sistema prusiano favoreció la integración de la aristocracia y la burguesía a través de un modelo de monarquía parlamentaria, en el cual el gobierno conservaba una alta capacidad de decisión. Los ministros eran designados por el monarca y sólo él podía exigirles la renuncia.

Sin embargo, para las clases propietarias, embarcadas en un proceso de industrialización y expansión económica acelerada, esa poderosa autoridad –a menudo rayana en el autoritarismo– era más una condición para su enriquecimiento que un motivo de queja. Más aún, si como efectivamente ocurría, las libertades económicas y civiles estaban garantizadas.

El acceso a la corona prusiana de Guillermo I en 1861 permitió dotar de una dirección aún más consecuente a la política de integración. El nuevo rey, que se mostró dispuesto a asumir mayores riesgos para imponer el protagonismo prusiano, se mostraba decidido a no desperdiciar oportunidades favorables para conseguir ese objetivo, a diferencia de lo actuado por su antecesor Federico Guillermo IV de Prusia, quien en 1849 no había aprovechado la débil mayoría de que disponía en la Dieta de Francfort para convertirse en emperador de Alemania.

Por el contrario, este monarca había preferido disolver la Cámara prusiana –elegida de acuerdo con lo dispuesto por la Constitución de 1848– y presentarse ante la comunidad alemana como garante del antiguo orden. Para conseguir sus objetivos, Guillermo I resolvió no descartar de antemano ninguna vía, incluyendo la guerra. Esa decisión se revelaba tras la iniciativa real de impulsar una reforma militar que preveía reemplazar el sistema vigente de ejército permanente y milicia, por un servicio obligatorio de tres años, a fin de contar con un ejército moderno, numeroso y bien entrenado.

Sin embargo, la opinión pública rechazó de manera militante este proyecto. El juicio popular fue sostenido en la Cámara Baja por una mayoría aplastante de liberales y patriotas opositores, situación que condujo al nuevo y ambicioso monarca a evaluar una posible abdicación, debilitado por la negativa pública y el riesgo cierto de un inminente golpe militar. En esas circunstancias, Guillermo I decidió apostar el todo por el todo al designar como canciller (primer ministro) a Otto von Bismarck, quien no solamente consiguió superar la grave crisis, sino que se mantuvo en el cargo durante tres décadas, con algunas breves interrupciones. Político astuto y calculador, Bismarck se mostró decidido a profundizar el desarrollo capitalista de la economía y concluir con la integración alemana, recibiendo de inmediato el respaldo de los grandes banqueros e industriales.

Esto se tradujo en un apoyo significativo –aunque por cierto, no faltaron algunas fricciones– de la Cámara de los Señores, que le permitió sortear la oposición de la Cámara Baja y el rechazo de los políticos liberales, quienes objetaban con impotencia el estilo político del canciller, consistente en trabar el curso constitucional del debate legislativo para gobernar a voluntad. A diferencia de lo dispuesto por las reglas de juego de la política institucional inglesa, donde el voto de censura de las Cámaras podía decidir la renuncia del ministerio, en el caso prusiano esa decisión era exclusiva del rey, quien sólo reaccionaba ante fuertes presiones extraparlamentarias o bien una manifiesta censura de la opinión pública.

Durante los primeros diez años de ministerio de Otto von Bismarck, sin embargo, el nivel de la crítica no alcanzó a doblar el brazo del monarca, quien se mostró satisfecho por la conducción que su canciller imponía a las instituciones del reino. No faltaba demasiado para que la corona imperial y la unificación alemana fueran un hecho. Apenas se trataba de avanzar sobre el camino que había comenzado a trazarse. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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