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31 de mayo de 2023 | Literatura

La parisina: Capítulo IX

Cena en el barco

Albertine y Muniagurria compartieron la mesa en la cena de bienvenida al trasatlántico. Conversaron alternando el francés y el español. Albertine había descubierto el último idioma después de haber recibido como regalo, a los ocho años, una edición de "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" ilustrada con grabados de Gustav Doré.

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por:
Juan Basterra

Leía con particular deleite las frases del libro y comprendía el sentido de la mayoría de las mismas. Algunos meses más tarde, al comenzar el estudio sistemático del idioma de Cervantes con ayuda de un religioso franciscano de la ciudad de Madrid -y que cumplía tareas de relaciones institucionales de su orden en París- profundizó sus intuiciones, aprendiendo, de manera casi perfecta, la gramática y la ortografía de la lengua hispana en poco menos de cuatro años. Muniagurria, sorprendido por la ductilidad de Albertine, le preguntó:

-¿Cuántos idiomas habla, además del español?

-Cinco -contestó Albertine-: el propio, naturalmente, pero también el alemán, el inglés, el ruso y el italiano.

Muniagurria sonrió y dijo: 

-Una enormidad, naturalmente. Le hago una pregunta incómoda: ¿cuántos años tiene?

Albertine contestó imperturbable:

-Treinta y cuatro.

-Le voy a regalar algo de mis tierras -prosiguió Muniagurria-. Dos libros que, espero, amplíen su conocimiento del español: "Juvenilia" de Miguel Cané y "Ralph Herne" de Guillermo Enrique Hudson. Le gustarán. Los autores fueron personas letradas y las historias referidas en las dos novelas, muy instructivas y amenas. Los tengo en el camarote. Después se los entrego.

-Hemos hablado bastante y ni siquiera conocemos nuestros nombres -dijo Albertine sonriendo-. ¿Es una práctica de seducción mutua?

-No necesariamente -contestó Muniagurria con una amplia sonrisa-. Me llamo Enrique Aparicio Muniagurria.

-Albertine Diesbach, encantada.

La práctica de seducción a la que hacía referencia Albertine era común en los medios acomodados en los que se movía la francesa. Se pensaba que la ignorancia inicial del nombre del otro era un recurso razonable para aumentar el misterio. Albertine, todavía dolida por su ruptura con von Richthofen, la ponía en práctica todas las veces que lo considerase necesario. "Es como el Carnaval de Venecia" -pensaba-. "Las máscaras y los atavíos velan aquello que nos puede resultar más fascinante, y ocultan todo tipo de singularidad". De la culminación de su relación con el conde habían pasado algo menos de tres años y Albertine volvía, una y otra vez, a aquel tiempo querido. El parecido entre los dos hombres -el conde y Muniagurria- era sutil y algo lejano, pero eso importaba poco al interés de Albertine, seducida por la posibilidad de un reencuentro con sensaciones que creía perdidas para siempre. Muniagurria "daba el tipo". Luego se vería el resto. (www.REALPOLITIK.com.ar)

 

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Juan Basterra, La parisina

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